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Columnas y artículos de opinión
A salto de mata
Ético y legal -Entre Montesquieu y Maquiavelo-
Gino Raúl De Gasperín Gasperín
7 de julio de 2016
alcalorpolitico.com
A raíz de que algunos gobernadores (especialmente el del estado de Veracruz), han promovido diversas reformas legales, especialmente en el ámbito del combate a la corrupción, el derecho a la información, el control de los actos administrativos, además de otras iniciativas como la basificación a centenares de burócratas eventuales, el desmantelamiento de los recursos y los bienes muebles e inmuebles para maniatar a sus sucesores, (medidas todas aprobadas sin más por sus diputados súbditos), apareció una declaración de la señora Carolina Monroy, presidenta del Comité Ejecutivo Nacional del PRI, diputada y prima de Peña Nieto, en la que expuso su opinión institucional. La señora declaró que «Es una interpretación que Duarte (el de Veracruz) se esté blindando antes de irse; pero consideró que no se trata de algo ético: “Si bien es jurídicamente correcto, habría que revisarse desde el punto de vista ético”».
 
Los filósofos de la antigüedad clásica: Aristóteles, Sócrates, Platón, incluso los sofistas, siempre consideraron a la Política como la Ética social, y hacían un paralelismo con la ética personal, aplicando los mismos principios y normas aunque fuera a ámbitos distintos: uno, el mundo de la vida social y otro, el del comportamiento individual.
 
Esta simbiosis se fracturó estrepitosamente cuando Nicolás Maquiavelo, en el Renacimiento, enfatizó la imposible asimilación de ambas éticas, en abierta oposición especialmente a pensadores como Rousseau y Montesquieu.
 

En su libro Diálogo en el infierno entre Maquiavelo y Montesquieu, del cual se dijo que era la inspiración del actuar político de Echeverría y por ello fue boicoteado por aquel presidente, el mordaz escritor Maurice Joly cuenta que en los dominios de Satanás, en el mismísimo Averno, se encontraron Maquiavelo y Montesquieu y entablaron una conversación-polémica acerca de la función del gobernante.
 
Maquiavelo describe con aterradora claridad el actuar del político y sostiene que no tiene nada que ver con la ética, sino que es un ejercicio que se valida a sí mismo en función no de lo que debe ser el hombre, sino en razón de su terrible naturaleza egoísta y ambiciosa. Y así se defiende: «Mi único crimen fue decir la verdad a los pueblos como a los reyes; no la verdad moral, sino la verdad política; no la verdad como debería ser, sino como es, como será siempre. No soy el fundador de la doctrina cuya paternidad me atribuyen; es el corazón del hombre. El maquiavelismo es anterior a Maquiavelo».
 
 
¿Y cuál es esa verdad maquiavélica? Una muy simple y cruda: El hombre experimenta mayor atracción por el mal que por el bien; el temor y la fuerza tienen mayor imperio sobre él que la razón. Todos los hombres aspiran al dominio y ninguno renunciaría a la opresión si pudiera ejercerla. Todos o casi todos están dispuestos a sacrificar los derechos de los demás por sus intereses. En el origen de las sociedades está la fuerza brutal y desenfrenada; más tarde fue la ley, es decir, siempre la fuerza, reglamentada formalmente. «¿Podemos conducir masas violentas por medio de la pura razón, cuando a estas solo las mueven los sentimientos, las pasiones y los prejuicios? ¿Tiene acaso la política algo que ver con la moral?, ¿habéis visto alguna vez un Estado que se guiase de acuerdo con los principios rectores de la moral privada? La fuerza es el origen de todo poder soberano o, lo que es lo mismo, la negación del derecho. ¿Quiere decir que proscribo este último? No; más bien lo considero algo de aplicación limitada en extremo, tanto en las relaciones entre países como en las relaciones entre gobernantes y gobernados. Veis entonces que en los Estados el principio del derecho se halla sujeto al del interés. Hablando en términos abstractos, la violencia y la astucia ¿son un mal? Sí, pero su empleo es necesario para gobernar a los hombres, mientras los hombres no se conviertan en ángeles» (págs. 12-16). Esto no es ser perverso sino audaz…

 
Montesquieu, defensor de la libertad, de la democracia, de las leyes como principio racional de un gobierno justo y marco normativo del actuar honesto y decente del gobernante, le responde en paráfrasis del prologuista Fernando Savater: El arte de la política no es una prolongación de la guerra por otros medios, sino una derivación societaria de la moral. El príncipe no puede comportarse con sus súbditos de una manera indigna y brutal impunemente, pues tratar a los hombres como fieras termina por convertirlos realmente en fieras y el orden social no resiste la ferocidad generalizada. «¿Acaso no sabemos que con frecuencia el interés del Estado solo representa el interés particular del príncipe o de los corrompidos favoritos que lo rodean?... ¿Cómo podía un gobierno no ser tiránico si el encargado de hacer ejecutar las leyes era al mismo tiempo el legislador? ¿Qué protección podían tener los ciudadanos contra la arbitrariedad, si una sola mano reunía confundidos los poderes legislativo, ejecutivo y judicial?... Los príncipes no pueden permitirse lo que la moral privada prohíbe» (págs. XIX, 20, 21, 25).
 
Imposible, en unas cuantas líneas, ahondar en el tema. Ahí están las dos posturas… y la sentencia que el prologuista Fernando Savater toma de Ciorán: «Lo trágico del universo político reside en esa fuerza oculta que lleva todo movimiento a negarse a sí mismo, a traicionar su inspiración original y a corromperse a medida que se afirma y avanza. Es que en política, como en todo, uno no se realiza más que sobre su propia ruina».
 
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