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Columnas y artículos de opinión
A salto de mata
Reforma educativa: la pata del lobo
Gino Raúl De Gasperín Gasperín
28 de julio de 2016
alcalorpolitico.com
En una reciente entrevista, el presidente del Observatorio Filosófico Mexicano, Gabriel Vargas Lozano expuso cuatro puntos que marcan los principios a partir de los cuales se puede y debe analizar el conflicto que existe actualmente entre una multitud de maestros y las autoridades educativas.
 
El maestro Vargas Lozano, quien es además presidente de la comisión sobre la enseñanza de la filosofía de la Federación Internacional de Sociedades de Filosofía, enfatizó que «El conflicto magisterial nos preocupa muy seriamente a todos los mexicanos, por lo que deseamos que se logre un acuerdo entre las partes para el bien del país», pero para eso, dijo, es necesario que el titular de la Secretaría de Educación Pública y los que están de acuerdo con su estrategia recuerden cuatro principios fundamentales de la filosofía política. Estos son:
 
Primero: «No debe confundirse legalidad con legitimidad. Las leyes sobre educación pueden ser legales, pero entre los involucrados no hay consenso y este es necesario porque son los maestros los que van a llevar a cabo los cambios y no las autoridades». Básico y fundamental. Argumentar que las leyes ya están hechas y, por lo tanto, no cabe otra opción que someterse a ellas sin ninguna posibilidad de diálogo ni de reconsideración, es subirse al pedestal de la imposición a ultranza, a la soberbia del mandamás que se justifica en la aprobación de una ley que él mismo impuso mediante un Congreso cuya base representativa está más que en entredicho. Y, después, son los maestros quienes tienen que dar la cara frente a los alumnos, a los padres de familia, a la sociedad.
 

Es verdad que los resultados del país en este rubro son más que censurables y que era y es urgente modificar el sistema educativo. Pero ello debe partir de la misma formación de los docentes, desde las Escuelas Normales, sus programas y sus mecanismos de ingreso y egreso. En sus postrimerías, el gobierno anterior lanzó una reforma que resultó peor que lo que había, y todo por la premura de cumplir plazos políticos. Después, están los planes y programas de estudios y, de la mano, los libros de texto, de los que se puede señalar una montaña de deficiencias. De ahí, la función y el funcionamiento de los sindicatos magisteriales, sistemáticamente corrompidos por el mismo gobierno en beneficio de sí mismo, sin importarle un comino la calidad del servicio, y así sucesivamente. Empezar una reforma educativa imponiendo una camisa de fuerza laboral y política la hace tremendamente sospechosa, y poco a poco ha asomado su pata de lobo disfrazada con piel de oveja.
 
Por ello, señala el maestro Vargas Lozano, «Tenía que haberse expuesto cuál es la concepción de la reforma, sobre qué país y qué mexicanos se quiere formar y luego los mecanismos para llevar a cabo esos fines». También básico y fundamental. Antes que nada debe quedar muy claro a dónde se quiere ir y no pregonar generalidades como «mejorar la calidad de la educación» que no dicen nada, o mejor, a cada uno le dicen cosas distintas, según el ideal de persona, de sociedad, de Estado, de gobierno que desee. Un fascista, un comunista, un neoliberal, un conservador, un empresario, un islamista, un judío, un norteamericano, un suizo tendrán conceptos muy distintos de esa «calidad de la educación», según sus propias convicciones y propósitos. Y ese es uno de los puntos críticos, que con el prurito de la calidad educativa se está escurriendo por debajo un modelo de país que no obedece a los propios ideales sino a los intereses de los grandes dueños del dinero: el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional y otros organismos a los que les importa que este país, de pobres y analfabetas, sea una eficiente fábrica de operarios tan dóciles y bien educaditos como los chinos, que produzcan mucho y barato y consuman mucho y caro y dañino para sostener y acrecentar su dominio global.
 
Por ello, dice el maestro Vargas Lozano, el tercer punto es recordar que «el fin nunca ha justificado los medios. El fin puede ser (y en eso la mayoría estamos de acuerdo) elevar la calidad de la educación, pero no a cualquier costo ni a sangre y fuego», y menos tratando de usar a los maestros como mano de obra barata, sumisa y acrítica, que acate y obedezca los mandatos del amo.
 

El cuarto punto, finaliza el presidente del Observatorio que aglutina a los filósofos y maestros de filosofía de todo el país, «no puede ser que existiendo una enorme pobreza en gran parte de la población, se le esté echando gasolina al fuego».
 
A no ser que todo obedezca a un proyecto político de un grupo que pretende tenderse a los pies del amo del dinero y del poder.
 
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