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Columnas y artículos de opinión
A salto de mata
Una vida digna: opción u obligación
Gino Raúl De Gasperín Gasperín
22 de septiembre de 2016
alcalorpolitico.com
Todos deseamos una vida digna. Es decir, una vida en donde nuestras necesidades estén o puedan ser satisfechas.
 
Según el psicólogo norteamericano Abraham Maslow, estas necesidades del ser humano pueden organizarse en forma de una pirámide: en la base están las elementales, biológicas: alimentación, descanso, etc. Enseguida aparecen las necesidades de seguridad física, emocional, laboral, de salud; posteriormente las de pertenencia a un grupo, a una comunidad familiar, social, etc. En un grado superior surgen las necesidades de autoestima, autocontrol, respeto mutuo, y, finalmente, las más elevadas, espirituales, si así se las quiere llamar: autorrealización, creatividad, moralidad, capacidad de resolver problemas, ausencia de prejuicios, etc. (Aunque esta pirámide ha sido enriquecida por las aportaciones de la web, los entornos ubicuos, virtuales y reales, el sharismo y otros nuevos componentes de la realidad actual, puede servir en su estado original para los fines de este escrito).
 
Por esto, una vida digna, una vida de bienestar (que es lo que se puede llamar también felicidad, con todas las reservas que esta palabra encierra), es la que incluye la satisfacción de esas necesidades. En la medida en que una persona, una familia o una sociedad las satisfaga o las permita satisfacer, se estará hablando de una vida más o menos digna de ser vivida.
 

Hasta ahí, las cosas están bastante claras. Ya Aristóteles, desde el siglo IV a.C., decía que en esto de la felicidad todos los seres humanos estamos de acuerdo. Las discrepancias surgen en el momento en que nos preguntamos si el acceder a esa vida de dignidad es una prerrogativa que el ser humano puede elegir o no, o si es una obligación que deba cumplir.
 
A primera vista, parece una disyuntiva ociosa. ¿Cómo que un ser humano puede ser libre de elegir vivir digna o indignamente? ¿O cómo es que el ser humano tiene la obligación de vivir con calidad? Sin embargo, en la actualidad se dan dos respuestas encontradas, definiendo así dos posturas que tienen muchas consecuencias que pueden sorprender.
 
Para la mentalidad norteamericana, vivir dignamente es una opción. Cada ser humano puede elegir vivir bien o mal: de él, de su libre arbitrio depende cómo quiera pasar su vida terrena. Por lo tanto, el Estado solo tiene la obligación de proporcionar las condiciones para que cada uno elija. Allí pueden estar la comida, el sexo, la seguridad, el trabajo, la familia, el grupo social, el respeto mutuo, la escuela, la música, la pintura, la moralidad, etc. Cada individuo escogerá si quiere comer o no, si quiere solo vegetales o carne, si desea trabajar (y en qué) o no, si desea formar una familia o no, si respeta y se hace respetar o no, si va a la escuela y se educa o permanece ignorante, si aprende música o pintura o nada, si es ético o inmoral. El Estado hace ofertas de todo, o de casi todo, y en regular o mejor nivel, y el sujeto elige. Entre más altas prioridades escoja, mejor será su calidad de vida. Y, como última consecuencia de esta filosofía, cada individuo podrá elegir entre pasar sus últimos días con calidad, con dignidad, o en forma desastrosa y, finalmente, si desea seguir viviendo o no.
 

Por su parte, el pensamiento europeo, en general, entiende que vivir dignamente es una obligación de cada ser humano. No está en su arbitrio vivir bien o mal: debe vivir con toda dignidad, de la mejor forma. Por ello, debe alimentarse correcta y nutritivamente, debe tener sexo sano y seguro, debe tener seguridad en su persona, en su trabajo, en su familia, en su movilidad ciudadana; debe instruirse y educarse de forma integral: física, intelectual, artística y moralmente.
 
En esta opción, el Estado tiene muchísimas más obligaciones. Debe proporcionar, al máximo, las condiciones para después exigirle al ciudadano que viva bien. A veces, la legislación puede llegar al caso de condicionar la residencia a que el ingreso familiar sea suficiente para garantizar un nivel de vida apropiado, por lo que los salarios no pueden ser menores de aquella cantidad que lo permita. Asimismo, los servicios educativos, de salud, de protección, de esparcimiento, de cultura, etc., tienden a ser lo mejor posible, y los controles sociales, la vigilancia de los alimentos y de las medicinas, de la práctica médica, de las construcciones, de la seguridad social y hasta del tránsito peatonal y vehicular son sumamente estrictos. Nadie es libre de hacer algo que vaya en contra de su propia dignidad, ni de la dignidad de los demás. Y el Estado está vigilante…
 
Esto tiene mucho que ver con los extremos de la vida: el surgimiento y el fin. Por ejemplo, si a un anciano su familia no le garantiza calidad de vida (lo que es supervisado por el Estado), debe ir obligatoriamente a un asilo, no debe pasar su ancianidad en el abandono, en la soledad, sino de la mejor forma posible y, finalmente, no vivir si no se dan las condiciones mínimas de bienestar. Y, cuando una mujer se embaraza, el control médico es total, preciso y, por supuesto, gratuito. Al nacer el niño, la partera profesional se encarga de visitar y controlar todo lo concerniente a la madre y al niño, con el fin de garantizar su cuidado y debida atención, desde la alimentación hasta los utensilios empleados para su salud, aseo, vestido, etc. Cuando un niño va a nacer con alguna deficiencia física o mental, se procede igual: si los padres deciden tenerlo, deben garantizar su bienestar por toda su vida; si no, entregar su custodia al Estado, quien cumplirá con ese deber.
 

¿Y qué sucede con un hijo que no ha sido deseado? En este escenario de pensamiento, no hay otra posibilidad sino que viva, y viva bien, puesto que la madre tuvo todos los elementos para no actuar imprudentemente o en contra de su voluntad.
 
¿Existen países así? Evidentemente que… sí.
 
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