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Columnas y artículos de opinión
Diario de un reportero
Preparados para la democracia
Miguel Molina
6 de octubre de 2016
alcalorpolitico.com
El domingo veinticinco otra vez hubo elecciones. Hubo en febrero: perdieron iniciativas que buscaban definir al matrimonio como un contrato que solamente pueden celebrar un hombre y una mujer, o que obligaban a expulsar a los extranjeros que cometan delitos en territorio nacional, o que esperaban acabar con los manejos especulativos de alimentos.
 
En junio hubo otras elecciones. Esa vez ganaron quienes propusieron enmiendas sobre terapias reproductivas y la ley federal de asilo. Perdieron los promotores de un salario suficiente, de mayores subsidios al transporte colectivo y los servicios en general.
 
Y el domingo de hace un par de semanas perdieron quienes buscaban crear un sistema financiero verde y un servicio de pensiones generoso. Ganaron quienes quieren ampliar las atribuciones del gobierno para vigilar a quienes viven en esta parte del mundo.
 

La diosa Google no quiso revelar la cifra de plebiscitos y referendos que en el mundo han sido, pero ofrece el dato – interesante y cercano a donde escribo – de que (desde finales del siglo dieciocho) en Suiza ya van mil doscientas veces que la gente sale a votar por asuntos que les afectan de cerca y de lejos.
 
Uno trata de imaginar que eso pasa en Xalapa, en Veracruz, en la maltratada patria que hemos dejado que nos dejaran. Pero el espejismo dura poco. Uno, de lejos, siente coraje y tristeza y ganas de hacer algo, y no puede...
 
Pasa uno un rato pensando hasta que llega la hora de hacer otra cosa: leer, escribir, lavar los platos, tomar un trago, hacer la cena, bailar salsa en la cocina, y entonces uno mira desde la ventana la vida que va y viene sin apuro por la calle, y mejor se olvida del asunto.
 

A fin de cuentas los plebiscitos pueden tener consecuencias incalculadas. Bastan los ejemplos del Reino Unido, donde muchos pero no tantos votaron por dejar el proyecto europeo, o de Colombia, donde muchos rechazaron un acuerdo de paz que consideran disparejo y poco severo.
 
Un viernes de hace meses, tan pronto como se supo la victoria del Brexit (British Exit), el Primer Ministro David Cameron dijo que se iba y se fue antes de que anocheciera. Quienes promovieron el rompimiento con las instituciones europeas asumieron el gobierno pese a que pronto – aunque demasiado tarde – pudo verse que sus promesas y sus amenazas y sus advertencias estaban basadas en mentiras. Pero ganaron el poder.
 
En Colombia, el presidente Juan Manuel Santos acaba de perder en otro plebiscito la autoridad para consolidar el acuerdo de una paz que los colombianos buscan desde hace medio siglo. Muchos consideran injustas las condiciones para el cese el fuego (aunque el lenguaje litigante siempre sea mejor un mal arreglo que un buen pleito), y muchos, aunque no tantos, prefieren olvidar para aprender a vivir por primera vez sin sobresaltos.
 

En todo caso, uno quiere pensar que los mexicanos, y por lo mismo los veracruzanos, pueden hacer esas cosas: proponer una idea que beneficie a muchos, conseguir firmas para que se incluya en las elecciones, someterla a voto popular. Y se pierde o se gana porque a la gente le parece mejor una idea que la otra. Y ya.
 
Pero no estamos preparados para la democracia. Los debates se convierten en discusiones sobre el otro, que siempre es peor aunque nadie diga las razones por las que el suyo es mejor. Pocos parecen dispuestos a aceptar que las decisiones mayoritarias no coincidan con las suyas. Muchos piensan que la democracia se debe aplicar solamente en los bueyes del compadre...
 
Tal vez tenemos que detenernos a pensar en las cosas que queremos y en lo que tenemos que hacer para que esas cosas pasen para no dejarle ese trabajo a los viejos reporteros que pasan el tiempo en sesiones durante las cuales otros tratan de que el mundo sea menos duro.
 

Infamias
 
No hace tanto, una columnista que combina el partidismo y los adjetivos con el oficio de escribir tuvo a bien descalificar la forma y los resultados del examen de quienes quieren ser notarios. El argumento de la columnista es que todo lo que hagan las autoridades debe estar contaminado.
 
Pero las opiniones de la columnista no son opiniones informadas sino dictadas por los intereses de quienes van a ejercer el poder dentro de algunas semanas. No puedo argumentar contra el derecho de las personas a opinar lo que quieran, pero tengo derecho a pedir que cuando opinan se tomen la molestia de verificar lo que escriben o lo que les pidieron que escribieran, sobre todo si ejercen el periodismo, aunque sea para justificar su licenciatura...