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Columnas y artículos de opinión
Diario de un reportero
Dos mil trescientos cuarenta y tres días
Miguel Molina
13 de octubre de 2016
alcalorpolitico.com
Hace dos mil trescientos cuarenta y tres días, minutos más o menos, Javier Duarte de Ochoa, de camisa roja y sombrero, se acercó al micrófono y le dijo a la ciudad de Boca del Río, al estado de Veracruz y al mundo que podían confiar en él porque era "un hombre de resultados, compromisos y lealtades". Le aplaudieron.
 
Duarte de Ochoa, convertido en candidato a la gubernatura, advirtió a quien quisiera escucharlo que "sólo en la medida en que somos capaces de dar respuesta a las aspiraciones sociales y conducirlas hacia mayores oportunidades de progreso y bienestar para todos, cumplimos con la sociedad". Volvieron a aplaudir. Y cincuenta días después muchos votaron por él.
 
Quién sabe cuánto tiempo pasó desde que se terminaron los aplausos y comenzó la incredulidad: sin que nadie se diera cuenta, sin que nadie pudiera aclarar, desaparecieron miles de millones de pesos que el gobierno tenía que haber invertido en obras y en servicios. Y en las calles y los caminos hay miedo y muerte.
 

Los expertos financieros explicaban que los préstamos y las deudas que contraía el gobierno eran muestra de la sagacidad de quienes manejaron las finanzas estatales. Ninguno de ellos ha intentado – ni podría – esclarecer a dónde se fue el dinero... Nadie se hace responsable de la seguridad.
 
Sin duda, la mayor parte del dinero que desapareció descansa en cuentas de peces gordos de la administración estatal, aunque también es muy probable que los cardúmenes (como acertadamente define Álvaro Belin a innumerables funcionarios menores) se hayan quedado con lo que iba saliendo al paso.
 
En fin. La presión política fue tan fuerte que Javier Duarte de Ochoa pidió licencia el miércoles, y aseguró que no es responsable de lo que hayan hecho sus subordinados. Tal vez se equivoca. Pero lo más probable es que esté con un pie en la cárcel.
 

Por lo pronto, pocos recuerdan que Veracruz sería, como prometió Duarte de Ochoa como candidato, "el lugar donde las familias veracruzanas pueden prosperar, encontrar oportunidades y vivir tranquilas".
 
No se pudo
 
No se pudo. No se promovió el desarrollo empresarial del estado ni se generaron los incentivos suficientes para crear empleo y alentar el crecimiento. No hay caminos ni hubo grandes proyectos para integrar a las regiones veracruzanas. Mucho menos hay tranquilidad: hay temor y sangre en las calles.
 

El gobierno innovador, honesto y firme, logró muy poco. Las finanzas fuertes y eficientes, que impulsarían la prosperidad de Veracruz y permitirían velar por la salud y la educación de los veracruzanos, no fueron fuertes ni fueron eficientes. Fallaron los esquemas que ofrecían recursos súbitos y generosos. Los jóvenes de la prosperidad fracasaron porque no hubo prosperidad ni muchas otras cosas.
 
Considero que el papel del columnista es analizar lo que pasa, reflexionar sobre las palabras y los actos del poder, compartir y contrastar ideas propias y ajenas, contar otras versiones de la historia de lo inmediato, y celebro el rigor de la imparcialidad.
 
Pero en este caso, me pongo personal y pregunto y me pregunto qué pensarían los colaboradores de Javier Duarte de Ochoa, qué pensaría el propio Duarte de Ochoa, qué pensarían muchísimos veracruzanos, si volvieran a oír la invitación que hizo el gobernador el primer día de su mandato.
 

"A quienes hoy me acompañan en esta gran responsabilidad", dijo el nuevo gobernador, "los convoco a desempeñar un gobierno capaz de sumar, de ganar la confianza de los veracruzanos, de dar el ejemplo de lo que este gobierno puede hacer por la sociedad".
 
No pudo hacer mucho. El espejismo duró dos mil trescientos cuarenta y tres días, minutos más o menos. Lástima.