icono menu responsive
Columnas y artículos de opinión
Diario de un reportero
El tiempo pasa en Veracruz
Miguel Molina
5 de enero de 2017
alcalorpolitico.com
Siempre pensé que Borges había escrito que el calendario nos ofrece la ilusión de que algo empieza y algo termina, pero no. Lo que hizo fue agradecer al divino Laberinto de los efectos y de las causas "la mañana, que nos depara la ilusión de un principio".
 
En fin. Estamos en los primeros días de un nuevo año, y eso nos permite pensar que comienza otra cosa. Pero donde hay algo que comienza hay algo que termina. Sirven como ejemplo para esta mala figura los despidos recientes en gran parte del aparato de gobierno, que en teoría van a depurar las nóminas y a ofrecer cierto ahorro de fondos públicos.
 
Muchos han protestado, con razón y sin ella, porque un día del nuevo año llegaron a la oficina y se enteraron de que estaban despedidos; otros recibieron la noticia por correo electrónico; tal vez hubo quienes se enteraron por los medios. Y comenzaron las protestas y respondieron las declaraciones.
 

El hecho es que hay tres tipos de empleados públicos: quienes tienen contratos temporales, quienes se consideran de confianza y quienes tienen contrato permanente. Y hay gobierno nuevo, cuya meta es cambiar la manera de hacer las cosas, restablecer las finanzas del estado y convencer a los veracruzanos de que no todo está perdido.
 
Una de las cosas nuevas de este nuevo gobierno es la reingeniería laboral, que consiste en quitar a quienes no producen o tienen un desempeño menos que mediocre en su trabajo. Muchos de ellos son burócratas, y muchos de ellos tienen contratos temporales o son de confianza.
 
En Derecho, un contrato temporal crea una obligación temporal entre el trabajador y el patrón, y la relación se extingue – o puede extinguirse – cuando llega la fecha del acuerdo. Los empleados de confianza, contratados con un criterio y un procedimiento distintos de los que se usan para dar trabajo a los de contrato, temporal o permanente.
 

Un alto funcionario puede contratar empleados de confianza: personas en las que deposita su buena fe para hacer tareas especiales o que requieran sigilo. Pero la confianza es personal, y depende de las necesidades oficiales (o privadas, aunque no debería) de cada alto funcionario. Se entiende que el suyo es un trabajo que dura lo que dura el jefe.
 
Hasta donde puede verse, la reingeniería laboral que tiene en mente el gobierno de Veracruz afecta sobre todo a estos dos grupos de burócratas. No es poca cosa, porque parece que nadie se interesó – ni antes ni ahora – en explicar las condiciones de trabajo a muchos de quienes ahora están despedidos.
 
De todos modos, el gobierno parece decidido a aplicar la ley: si el contrato terminó, termina la relación laboral; si se perdió la confianza se perdió el trabajo. Después de todo, esa fue uno de los compromisos de campaña (y quizá un elemento de peso en la mano de los votantes): aplicar la ley con mano firme. Y la ley es dura.
 

Pero hemos leído – como en otro tiempo – que los funcionarios recién llegados van descubriendo decenas, docenas, centenas o miles de personas que cobraban un sueldo (o varios) sin trabajar, sin siquiera fingir que iban a trabajar. Y dicen que los despidieron ahí mismo.
 
Sin embargo, la ley que se aplica a quienes se quedaron sin trabajo que por razones de contrato vencido o de confianza perdida tiene que aplicarse también – con la misma mano firme – a quienes hicieron trampa y cobraron sueldos que no habían ganado. Si uno invoca la ley para hacer reingenierías tiene que aplicar la ley para castigar malversaciones y malversadores.
 
Y hasta el quinto día del nuevo año, que ofrece la ilusión de que algo terminó y algo ha empezado, ninguno de los responsables de estos robos chicos y medianos y grandes (ni quienes les dieron los puestos) ha sentido el rigor de la ley ni ha visto la sombra de la justicia. Ha habido despedidos, pero no ha habido castigados.
 

Algunos de los más señalados como cómplices del quebranto veracruzano tienen fuero y salen en la foto. A estas alturas, cualquiera piensa que la responsabilidad del saqueo fue de Javier Duarte, pero cualquiera sabe que Duarte no fue el único que le metió la mano al bolso público.
 
Por el momento no hay nombres, ni consignaciones, ni cosas por el estilo. Ojalá todo sea porque las investigaciones deben mantenerse en secreto, como manda la ley. Pero el tiempo pasa.
 
Este jueves iré a visitar la tumba del poeta, y veré la rosa amarilla que ponen manos sin nombre y sin rostro sobre la lápida. Y recordaré sus versos.
 

Por el olvido, que anula o modifica el pasado,
Por la costumbre, que nos repite y nos confirma como un espejo,
Por la mañana, que nos depara la ilusión de un principio...
 
Sobre todo la parte que nos repite como un espejo.