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Columnas y artículos de opinión
Diario de un reportero
Turismo sin sobresaltos
Miguel Molina
3 de mayo de 2012
alcalorpolitico.com
GINEBRA.- Nunca he sido turista en esta ciudad. Esta vez vine a Ginebra porque la universidad me invitó a dar un taller de manejo de medios a geólogos y vulcanólogos en la sección de Ciencias de la Tierra y del Ambiente.

Cuando estuve antes viajaba del sector de las Naciones Unidas a la terminal de tranvías de Moillesulaz, en un trayecto que cruza la ciudad y termina en una calle que es frontera. Uno cruza la calle, llega a Francia, hace un alto estratégico en el Bar des Douanes para fortalecer el ánimo, camina por la Rue de Stalingrad y sale a la Rue de la Poste, en Gaillard, donde vive Xabier Celaya.

Todos los días compraba una tarjeta de transporte, que por ciento cincuenta pesos me permitía ir y venir de las oficinas de la Organización Mundial de la Salud a la generosa casa de Xabier, o al centro a comprar camisas, o a la estación del tren a ver gente, o a casi cualquier parte de Ginebra para lo que se ofreciera. Pero eso fue antes.


Esta vez descubrí que una máquina en la sala de equipajes del aeropuerto le ofrece al viajero boletos gratis para el sistema de transporte público de la ciudad. Y cuando llegué al hotel, no muy lejos de la universidad, me dieron la llave de mi cuarto y una tarjeta de viaje que duró el tiempo de mi estancia, como hacen todos los hoteles con todos sus huéspedes.

Esa noche me puse a pensar cómo sería si pasara lo mismo en Xalapa o en cualquier otra ciudad de Veracruz o de México. Estuve pensando mucho tiempo antes de rendirme ante la inevitable conclusión de que ni siquiera un esquema tan simple como el de las tarjetas de viaje funcionaría en Xalapa o en cualquier otra ciudad de Veracruz o de México.

Supe de inmediato que alguien se robaría una caja de tarjetas para venderlas, que alguien las clonaría, que alguien inventaría alguna manera de sacar dinero del sistema. Y eso tal vez sería lo de menos, siempre y cuando los turistas propiamente dichos recibieran las tarjetas que les tocaran.


Traté de leer. No pude: me atormentaba la imagen de un turista que sale de su hotel y busca un autobús del servicio urbano para ir del punto A al punto B, y me quitaba el sueño la idea de que se subiera a un vehículo de esos, que ya estaban sucios y eran viejos en los setenta, cuando uno era joven y atrevido.

Lo que me apenaba no era la idea de que alguien viaje en los camiones arcaicos que todos hemos usado de grado o por fuerza en Xalapa, sino la certeza de que el viajero no llegaría en tiempo y forma a donde quería ir, y de que tampoco tendría a quién preguntarle (aunque tuviera, porque no he olvidado que hay lugares de Veracruz en que la gente da a propósito direcciones equivocadas a los visitantes que preguntan...).

Y busqué, busqué, busqué sin hallar las rutas del transporte público de Xalapa, que se reduce a los camiones del servicio urbano. El sitio de internet del Ayuntamiento de la capital de Veracruz ofrece boletines en vez de mapas, y en su sección de turismo no hay parques ni museos ni restaurantes, aunque sí hay bares y centros de reventón, y boletines sobre lo que ha hecho y dicho la alcaldesa.


Me asomé a la ventana. La noche ginebrina estaba llena de aires alpinos y ruidos urbanos. Abrí una cerveza. También entendí que esas cosas no son el único problema para los turistas que visiten Xalapa o cualquier otra ciudad de Veracruz o de México.

A lo lejos se adivinaba la silueta de las montañas. Dormí sin sobresaltos. Cuando desperté, la periodista Regina Martínez comenzaba a vivir el último día de su vida...