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Columnas y artículos de opinión
Prosa Aprisa
El saldo positivo
Arturo Reyes Isidoro
13 de agosto de 2012
alcalorpolitico.com
En 1988, viajé a Cuba. Formaba parte de una delegación que envió el entonces gobernador Fernando Gutiérrez Barrios. Gobernaba entonces, en todo su esplendor, el comandante Fidel Castro, su amigo personal, quien incluso lo elevó casi al nivel de héroe de la Revolución Cubana, merced al apoyo y facilidades que como titular de la Dirección Federal de Seguridad dio a un grupo de rebeldes encabezados por el mítico barbudo para que pudieran zarpar de Tuxpan rumbo a la isla para ir a derrocar al régimen de Fulgencio Batista. Por eso mismo, en la isla, recibimos todas las atenciones y facilidades no comunes a cualquier visitante. En esa ocasión, luego de un larguísimo discurso de Castro (hablaba horas y horas sin cesar) con motivo de un aniversario más del asalto al Cuartel Moncada, el 26 de julio de ese año, acostumbrado a la instantaneidad de la prensa mexicana, al día siguiente compré el periódico Juventud Rebelde pensando que traería íntegro el mensaje del Comandante. Mi sorpresa fue que no traía nada, ni nota del acto, y la única referencia que tenía yo de la celebración era lo que había escuchado por la televisión cubana. Días después, pude visitar las instalaciones de la famosa e histórica revista Bohemia, del periódico Juventud Rebelde, de Radio Reloj, de Radio Habana Libre y todo un complejo de telecomunicaciones desde donde prácticamente monitoreaban a todo el mundo. En los talleres de Bohemia pude platicar con un trabajador, al que pregunté por qué no habían publicado el largo discurso de Fidel Castro, y entonces me explicó que en Cuba las cosas eran diferentes. Me dijo que allí luego de que se transcribieran las palabras, un equipo especial de redactores lo revisaría y que luego se lo entregarían al Comandante quien lo leería con toda atención y entonces decidiría qué le iba a dejar, qué le iba a quitar o qué le iba a cambiar y solo entonces se daría una versión oficial. Lógicamente, mucho iba a distar lo que se había dicho de lo que se iba a dar a conocer oficial y públicamente, pero en el fondo se privilegiaría el contenido y el sentido del mensaje que se quería dar y a quién o a quiénes iría dirigido. O sea, nada que no se quisiera decir. Eso y nada más que eso.

En Veracruz, el estilo de Patricio Chirinos Calero con respecto a su manejo de prensa fue muy especial, muy diferente a todos los demás gobernadores que ha habido. Además de que era muy parco para hablar y de que repelía a la prensa, o era muy cuidadoso o era muy desconfiado (el nuevo Subsecretario Enrique Ampudia Melo, entonces Director de Gobernacion, debe saber bien qué lo orillaba a ello), pero revisaba personalmente los boletines de prensa antes de que se dieran a conocer. Cómo recuerdo lo que se sufría en las redacciones porque además no había todas las facilidades técnicas ni tecnológicas de hoy, y a veces, o casi siempre, ocurría que los actos eran a muy temprana hora, se redactaban los boletines y se subían al despacho de Chirinos o se le enviaban a la Casa de Gobierno para que los revisara. Sucedía que el hombre o estaba muy ocupado o se olvidaba del material y generalmente a las once de la noche lo estaba regresando con sus anotaciones para que se corrigiera y entonces se enviara a los periódicos. Pero prefería todo eso, que por lo demás lo esperaban a fuerza en las redacciones porque era inserción pagada, estar seguro de lo que se iba a decir, de lo que se ponía en su boca, a aventurar cualquier declaración que lo comprometiera.

Hoy, algo pasa en el Gobierno del Estado que no se cuida ni el contenido ni el sentido del mensaje consignados en los boletines de prensa oficiales. El viernes, al gobernador Javier Duarte de Ochoa se le hizo decir, en un boletín oficial, que luego del paso de la tormenta tropical Ernesto el saldo era “positivo”, con lo que se le expuso a una terrible descalificación en las redes sociales, a críticas en los medios y a la reprobación de un amplio sector de la población, pues era más que evidente que no se podía hablar de saldo positivo cuando había varios muertos, decenas de veracruzanos con el agua hasta el cuello, literalmente, miles de viviendas dañadas, afectaciones agrícolas en muchos municipios, bardas derrumbadas, daños en negocios a orillas de playas, cortes de suministros de servicios como el del agua potable, daños en carreteras, árboles caídos, gasoductos destrozados, desaparición del 70% de nidos de tortugas, puentes derrumbados, desborde de ríos con todas sus consecuencias, disminución de producción de gas, afectación a las redes de líneas eléctricas y apagones, deslaves, suspensión de clases, daños a instalaciones escolares, y más, todo lo cual motivó que incluso el propio gobierno informara que se había solicitado declaratoria de emergencia para 163 municipios, un contrasentido pues si había habido saldo positivo entonces no podría haber afectaciones ni necesidad de pedir ayuda.


En todo eso no se ve dónde estuvo el saldo positivo, máxime que finalmente todos los daños y afectaciones se van a traducir en dinero, o sea, se ocuparán, necesitarán y distraerán recursos del erario público para atender la emergencia cuando se podrían destinar a obras o servicios públicos pendientes. Las tormentas, depresiones tropicales y huracanes son fenómenos naturales, previsibles pero incontrolables e incalculables en sus fuerzas, en su poder destructivo y por lo tanto en las afectaciones que provocarán, por eso uno se pregunta qué necesidad hay de calificar algo que es negativo por naturaleza, no atribuible a ningún gobierno ni a la mano del hombre.

Cobra validez lo que publiqué el martes de la semana pasada y que transcribo ahora: “Yo mismo estuve muchos años en el Gobierno del Estado, en el área de prensa oficial, y siempre me pregunté por qué las autoridades buscaban complicársela cuando de informar en especial de algunos casos se trataba. Nunca entendí por qué no se era directo y se decía la verdad, tal cual sucedían las cosas, cuando tenía lugar algo que se consideraba fuera de lo normal, máxime que no se generaba ningún problema para nadie y en cambio se despertaba la sospecha si se mentía pues finalmente la gente se enteraba y bien del asunto que se trataba de desvirtuar o de ocultar.

Esto lo traigo a cuento porque el sábado un escueto comunicado oficial nos anunció que ‘Una falla mecánica obligó a que un helicóptero del Gobierno del Estado de Veracruz aterrizara de emergencia en la comunidad La Rosa, del municipio de Tlaxco, en el estado de Tlaxcala, resultando ilesos todos sus ocupantes’. Hasta ahí, todo bien. Pero resulta que al día siguiente, cuando algunos medios dieron a conocer fotografías que mostraban lo que verdaderamente había pasado, resultó que no se había tratado de ningún aterrizaje de emergencia sino de un verdadero madrazo –disculpa lector, lectora, que utilice un lenguaje tan castizo del habla popular, pero con él no necesito más adjetivos y descripciones, porque todos lo entendemos, y bien– en el que de milagro el secretario de Seguridad Pública, Arturo Bermúdez Zurita, y cuatro acompañantes salvaron la vida, pues la nave quedó semidestrozada y volcada; claro, a menos que se trate de una nueva forma de aterrizar.


Me preguntó en qué hubiera dañado la imagen del gobierno si se hubiera dicho la verdad. Por eso luego nace la desconfianza y la incredulidad… y las especulaciones”.

En el caso de las inundaciones, me pregunto en qué hubiera dañado al gobierno que se dijeran las cosas tal cual, sin calificativos, máxime que miles de veracruzanos estaban viviendo y sufriendo los hechos y bien sabían que no eran positivos. Claro, a menos que sea yo el que no entiende las cosas.