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Columnas y artículos de opinión
A salto de mata
El perro, el gato y su cola: seis lecciones de política
Gino Raúl De Gasperín Gasperín
25 de octubre de 2012
alcalorpolitico.com
Hace ya varios días me enteré y después leí el affaire Toño Nemi, en Río Blanco. Según las crónicas y su propia relatoría, escrita con su habitual perspicacia y picardía, el buen hombre y servidor público –creo que es de los pocos que entienden y tratan de hacer de su oficio un servicio, con todo y sus “puntadas” que a veces le resultan contraproducentes— fue enviado a cumplir una misión aparentemente sencilla y hasta humanitaria a esa población obrera, y las cosas resultaron bastante complicadas. Según parece, se trataba de poner en marcha un comedor destinado a familiares de quienes acuden al nosocomio de esa población. Sin mediar antecedentes, un grupo de enfurecidos habitantes de las cercanías lo increparon e insultaron de manera bastante agresiva, y sin que él tuviera nada qué ver en el asunto. Por supuesto, también desconocía lo que se cocinaba en ese molcajete, y ya esto hace pensar que los funcionarios, a quienes les pagan por ser orejas y espías de esos movimientos “sociales”, ni idea tenían tampoco del asunto y, si lo sabían, no se entiende que se exponga a una persona sin que tenga más medios para defenderse que su honra y su buena voluntad.

Este evento me hizo recordar varios episodios de mi paso por eso que llaman el servicio público, aunque haya sido en un cargo de poca monta, y en un ámbito en donde, se supone, los problemas son menos ríspidos: la educación.

Una primera experiencia fue haber sido enviado a un conflicto en Nogales, en donde unos maestros “tomaron” una escuela particular para destituir a un director, cuyo caso bien merece otro artículo. Tras hacer una investigación y comprobar que el asunto era competencia del patronato que respaldaba la escuela, traté de conciliar y orientar la solución. Uno de los maestros me dijo: “¿Por qué vamos a confiar en usted si siempre hemos sido engañados?”. Primera lección: el funcionario carga con las culpas y vicios del sistema entero.


Otro caso: un grupo de alumnos de una escuela para adultos, soliviantados por un líder de un pequeño partido que, sin embargo, servía al “grande”, tomó la escuela y pedía la salida del director. Como yo resultaba, a juicio de los “jefes”, incapaz de resolver el caso, enviaron a un abogado que había trabajado en la Secretaría particular de un presidente de la república. Cuando nos acercamos a tratar de dialogar, los paristas le lanzaron a aquel hombre una retahíla de improperios y groserías que lo dejaron pasmado. Con la sangre hirviéndole, dio media vuelta y se regresó a Xalapa. Nunca volvió. Segunda lección: el funcionario tiene que aprender a comer sapos, arañas, lagartijas y escorpiones sin hacer gestos, o mejor: con una sonrisa en los labios.

Un mediodía sonó el teléfono. Era el propio secretario de educación quien, después de saludar muy amable, me mandó a una escuela oficial a indagar ¡cuántas rejas de refresco se habían vendido ese día! No pude dudar de que era él: su voz era inconfundible. Y, aunque sí dudé de si era una broma o era en serio, tuve que ir a cumplir el oficio. Tercera lección: ni te imaginas a lo que te van a mandar a hacer y ¡tienes que hacerlo!

Otra aventura: Tres veces fui mandado a Zongolica. La primera, a negar lo que un candidato a gobernador había ofrecido: un bachillerato oficial. “Si el señor gobernador la prometió, ¿usted quién es para negarla?”. ¡Contundente! Cuarta lección: ¿Quién le cree al enviado? ¿Y quién carga con la ira de los engañados?
La segunda vez, a romper los sellos y, escurridos por una ventana como ladrones, rescatar los expedientes de los alumnos de una escuela particular que había sido “tomada” por maestros de una secundaria, quienes confiaban en que sí se iba a oficializar la escuela, con los consiguientes sueldos oficiales. Afuera, un nutrido grupo de personas esperaba una orden para actuar. Aquí, los oficios de un conocido y viejo líder de la sierra impidieron que fuéramos linchados. Quinta lección: La valentía es una virtud que nada tiene que ver con la política.


La última fue el tercer viaje a Zongolica. Tenía que asistir, con la representación del señor secretario, a un acto “muy importante”, así, sin más especificación. Pardeaba la tarde de lluvia y neblina, con la serpenteante carretera regada de gravilla suelta. Con el alma atravesada en la garganta, llegamos al salón anexo al palacio municipal. Aquello era un gran acto, con arcos de hojas de plátano, un entarimado enorme y un salón repleto de asistentes. Invitados de mucho “honor”, una sarta de políticos y una cadena de números musicales, literarios, discursos y demás. Cuando supe qué se festejaba, no lo podía creer: se estaba realizando el acto “oficial” de clausura de una escuela que había desparecido hacía ¡25 años!

La última lección, por ahora, me la dio un jefe cuando le reclamé que me hubieran expuesto a un feo desenlace existencial por un motivo tan baladí. Me dijo: “¿Para qué fuiste? ¿No sabes que el perro manda al gato y el gato a su cola?”. Moraleja: siempre hay que tener una cola a la mano. ([email protected])