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Columnas y artículos de opinión
Diario de un reportero
Comida del fin del mundo en Londres
Miguel Molina
21 de diciembre de 2012
alcalorpolitico.com

El día pasó sin sorpresas. Despertamos, tomamos café en la cama, leímos, conversamos sin prisa, y recordamos que alguien dijo que según los mayas el mundo se iba a acabar a las diecisiete horas y once minutos según el meridiano de Greenwich.

A media mañana fuimos al mercado en busca de pato y de pollo, y chirivía (parsnip que le dicen en inglés, que es una zanahoria blanca, aromática y dulce y deliciosa cuando se hornea con romero y sal gruesa) y especias para el pato y ajos para el pollo, y tortillas y aguacates y frijoles y chiles para las tradicionales fajitas de Nochebuena.

Hice una sopa de col, coliflor, brócoli, jamón, elotitos y ejotes. Probamos un jerez de manzanilla y nos sentamos a esperar que se acabara el corrido, como habrían dicho los amigos de Parral. Pasó el tiempo. Decidí no hacer salsa.


A las diecisiete horas y diez minutos según el meridiano de Greenwich, que marca una barra de metal a mitad del suelo en una loma no muy lejos de aquí, abrí la puerta y salimos al patio. En el cielo había media Luna. Unos vecinos - estamos rodeados - habían llegado y otros habían salido. Hacía fresco.

Pasó un avión, luego otro. La media luna seguía en el cielo, y las nubes corrían y uno sentía que las estrellas se movían sin ir a ningún lado, pero el que ha mirado mucho tiempo las estrellas sabe que era una ilusión óptica y no el desorden frenético del final.

Oímos una sirena de policía. Vimos otro avión. En los árboles del vecino parpadeaban luces azules. A las dieciocho horas de Greenwich, mediodía de México, la sopa nos reanimó. Encendimos la televisión, nos servimos otra copa de vino. Como si fuera el fin del mundo.