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Columnas y artículos de opinión
En Caliente
La papisa Juana
Benjamín Garcimarrero
18 de febrero de 2013
alcalorpolitico.com
Tal vez sea una leyenda, quizás una falacia, pero la Iglesia ha contado tantas mentiras y ocultado tantas verdades, que con la duda es suficiente para suponer que pudo históricamente ocurrir; se dice que la papisa Juana fue una mujer que ejerció el papado ocultando su verdadero sexo. El pontificado de la papisa se suele ubicar entre los años 855 y 857, es decir, el que, según la lista oficial de papas, correspondió a Benedicto III, en el momento de la usurpación del antipapa Anastasio el Bibliotecario. Otras versiones afirman que el propio Benedicto III fue la mujer disfrazada y otras dicen que el período fue entre 872 y 882, el que correspondió al papa Juan VIII.
 
Los relatos sobre la papisa sostienen que Juana, nacida en el año 822 cerca de Maguncia, también era alemana como Benedicto XVI, fue hija de un monje. Según algunos cronistas tardíos, su padre, Gerbert, formaba parte de los predicadores llegados del país de los anglos para difundir el evangelio entre los sajones. La pequeña Juana creció inmersa en un ambiente de religiosidad y erudición, y tuvo la oportunidad de estudiar, lo cual estaba vedado a las mujeres de la época. Sólo la carrera eclesiástica permitía continuar unos estudios sólidos, Juana entró en la religión como copista bajo el nombre masculino de Johannes Anglicus (Juan el Inglés).
 
En su nueva situación, Juana pudo viajar de monasterio en monasterio y relacionarse con grandes personajes de la época. Visitó Constantinopla, en donde conoció a la anciana emperatriz Teodora esposa de emperador Bizantino Teófilo. Pasó por Atenas, para obtener algunas precisiones sobre la medicina del rabino Isaac Israelí. Regresó a Germania de donde se trasladó al Reino de los francos a la corte del rey Carlos el Calvo.
 
Juana se fue a Roma en el año 848, y allí obtuvo un puesto docente; Siempre disimulando hábilmente su identidad, fue bien recibida en los medios eclesiásticos, en particular en la curia. A causa de su reputación de erudita, fue presentada al papa León IV y se convirtió en su secretaria para los asuntos internacionales. En julio de 855, tras la muerte del papa, Juana se hizo elegir su sucesora con el nombre de Benedicto III o Juan VIII. Dos años después, la papisa, que disimulaba un embarazo fruto de su unión oculta con el embajador Lamberto de Sajonia, comenzó a sufrir las contracciones del parto en medio de una procesión y parió en público. Según versiones, Juana fue lapidada por el gentío enfurecido. Afirma Martín el Polaco, que murió a consecuencia del parto.
 
Se dice que la Papisa Juana, ocupó el trono pontificio dos años, siete meses y cuatro días.
 
La suplantación de Juana obligó a la Iglesia a proceder a una verificación ritual de la virilidad de los papas electos. Un eclesiástico encargado de examinar manualmente los atributos sexuales del nuevo pontífice a través de una silla perforada. Acabada la inspección, si todo es correcto, debe exclamar: Duos habet et bene pendentes (Tiene dos, y cuelgan bien). Además, las procesiones, para alejar los recuerdos infaustos, evitaron en lo sucesivo pasar por la iglesia de San Clemente, lugar del parto y muerte de Juana, en el trayecto del Vaticano a Letrán.
 
Esta leyenda se tuvo por cierta hasta bien entrado el siglo XVI, y explica las sillas curiales perforadas; pues su significado de que aluden al carácter colegiado de la curia, no es muy convincente.
 
Mas podría hacer alusión a lo dicho en el Levítico (20-21) que dispone y prohíbe que esté al servicio del altar, un hombre con los testículos aplastados; (eunuco); que pudo haber motivado la práctica de la silla, ahora remplazada por el Papamóvil sin hoyo.
 
Benedicto XVI, que ha encontrado grandes problemas dentro de la Iglesia, no solamente los escándalos financieros del Banco del Vaticano, la inmoralidad delictiva de los sacerdotes pederastas, la fuga de información de asuntos que antes se consideraban secretos, los homicidios dentro de las instalaciones del palacio papal, y otros muchos problemas de los que oportunamente los medios han dado conocimiento, no son mayores que los que se dieron con la reforma protestante, ni con las corrientes ideológicas diversas.
 
Hoy le han servido al otrora joven Hitleriano, para decidir su separación definitiva del obispado romano, tirar el arpa celestial de la monarquía oligárquica del Estado Pontificio, y jubilarse a toda leche hasta que Dios encuentre nuevo representante.
 
No hay que olvidar que la Iglesia que conocemos en este siglo XXI, no fue instituida por Jesús, que mucho se avergonzaría de ella, sino por Constantino, emperador de Roma, megalómano y falaz hasta el grado de involucrar a su madre Elena en la confección de esa mafia que creó el Concilio de Nicea.
 
Se equivocó el proverbio que reza: “No hay mal que dure cien años”, cuando este ya lleva poquito menos de dos milenios.
 
¿Y cuándo acabarán de darse cuenta?