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Columnas y artículos de opinión
Hemisferios
Ser mujer en México
Rebeca Ramos Rella
18 de febrero de 2013
alcalorpolitico.com
La noticia es deleznable. Es una cotidianeidad fea y dolorosa. Tanto, que la sociedad y la opinión pública han reprobado con rigor y asco, el suceso. Una niña que ni siquiera tiene un acta de nacimiento correcta, recién dio a luz a otra niña. Ella dice, según testimonios de vecinos, que tiene 9 años.

Los médicos han descubierto que tiene entre 12 y 13 años. La realidad es que es una menor de edad, abusada, ultrajada, violada por un borracho que se cínicamente se autojustifica afirmando que ella consintió, -como si ella supiera, lo que le estaba sucediendo-; que él tomaba porque “estaba muy deprimido” –buscando la comprensión de los machistas torcidos como él-; aseguró que sólo pasó dos veces; que ya no se acuerda de su crimen, pero sí recuerda que la niña le dijo que “no había problema”. Era el padrastro y es un cobarde, pues inventó la culpabilidad de un supuesto novio adolescente para evadir su delito consciente. La madre nunca se enteró o no quiso saber, -como miles de mujeres que prefieren cerrar ojos y oídos al abuso de sus parejas sobre sus hijas, para no perderlos, para no quedarse solas-.

La desgracia de la pequeña jalisciense se adiciona a la estadística nacional. Las cifras oficiales lo revelan: la violencia contra las mujeres inicia, se desarrolla y llega hasta el feminicidio, en el hogar; a manos de algún pariente, novio, cónyuge o pareja y en medio del silencio y complicidad de sus madres o de otros familiares.


Horroriza la vejación sexual de la que fue objeto esta pequeña; un caso de miles que padecen misma violencia en este país. Pero el contexto indigna más. Para ella no hubo opción de ser debidamente registrada; apenas cursó 6 meses de primaria y una vecina le enseñó a medio leer y escribir, durante 4 meses, hasta que su familia decidió encerrarla y dedicarla a las “labores del hogar”, porque ese es su rol, su destino, su condena.

Esta es la muestra indudable de que la violación sexual, psicológica, emocional de la que ha sido víctima una niña, no sólo es el crimen de un hombre despreciable y de una madre temerosa, sino es además, el producto efectivísimo, ya vemos, de la continua discriminación y violencia contra las mujeres en todas sus formas; resultado de la desigualdad de género y del no respeto a los derechos humanos.

Es la evidencia de la ineptitud, omisión e indiferencia del Estado y de las autoridades; de la ineficacia de leyes, políticas públicas, programas y acciones que prevengan estas conductas lacerantes, que concienticen y que reeduquen; que provean pleno acceso a la educación y a la salud, con perspectiva de género; que generen más oportunidades de empleo para padres y madres; que modifiquen el esquema mental de una sociedad que al tiempo de reprobar lo que la repulsa, lo confirma en acciones simples y preconcebidas, como algo normal, algo natural; como lo que “debe ser”.


Este crimen es el saldo triste y destructivo de la persistente violencia simbólica de la que somos objeto todas las mujeres que vivimos, sobrevivimos y luchamos por derechos y reconocimiento; por la igualdad sustantiva, en este país.

Y de este flagelo social y cultural, es responsable la misma sociedad y cada individuo que se vomita y se duele hipócritamente de la tragedia de esta niña, ya una madre a su prematura edad.

Todos condenamos la violencia; la física, la sexual, la laboral, la emocional, la psicológica, la económica, porque puede ser más visible y comprobable –aunque la visión androcéntrica de la sociedad reniegue-; pero consentimos de manera racional, a diario, prácticas, costumbres y roles sexistas, a fin de garantizarles el poder a unos, por encima de otros, que pueden subyugarse inconscientemente, sin reparar en el abuso ni en la discriminación.


Esta es la violencia simbólica que está presente en los medios de comunicación; en telenovelas, películas, en la mercadotecnia; en la educación patriarcal que nos han taladrado a todos y a todas desde que nacemos, en una cadena interminable de imposiciones y limitantes; privilegios para unos e injusticias para otras, atrás de estereotipos y roles sociales, que las mujeres debemos obedecer y cumplir, sin cuestionamientos, sin revoluciones, sin reclamos.

Lo contrario es sinónimo del conflicto, del mitote, de la revuelta ruidosa, que no trasciende más allá de la protesta. ¿Por qué? Porque quienes se encargan de hacer leyes y reformas legales, no terminan por aterrizar en la realidad, decisiones fundamentales que dirijan el cambio cultural y social que modifique lo que nos ancla a la agresión subliminal; a la discriminación; a la intolerancia; al rincón donde las mujeres debemos aceptar que nos toca un papel determinado para desarrollar, porque es lo natural, si se es mujer.

Porque no hay ley que escarbe la invisibilidad de la violencia simbólica atrás de modelos impuestos, que nos dictan a las mujeres, cómo debemos vernos, qué debemos hacer en el hogar, en familia, en comunidad, en el trabajo, en el poder; porque nos imponen frases, axiomas, burlas, colores, tipos, hábitos, tareas y formatos que suponen vulnerabilidad, sumisión, inferioridad; que nos hunden a la condición de objetos de placer, aceptación y uso de ellos.


Así una diputada de 23 años, es criticada por asistir con su minifalda ajustada, a la sesión del Congreso. Así en los festejos de la carne de esta época, en el mundo, el gancho de atracción para el negocio, es la exposición y exhibición de mujeres que seducen la libido de los consumidores, usualmente hombres, para vender más. Así millones de esposas, novias y concubinas han de “cuidarse” para gusto y utilización de sus parejas, si no las dejan; si no ya no las sacan para presumirlas como posesión, como orgullo masculino, como marca de amplia virilidad.

Así las tendencias de modas y prototipos obligan a las mujeres a vestirse y a verse, como cosas perfectas y no como seres humanas, sólo para gozo e instrumento de ellos; así ellos niegan y se “amachan”, desde el poder público, desde la arbitrariedad del control en el hogar, para no apoyar ni dejar avanzar las leyes, conductas, nuevos esquemas que garanticen el ejercicio de los derechos plenos de las mujeres y de su empoderamiento.

Y nadie, ningún legislador o legisladora sabe explicar por qué razón no se establece como constitucional, la paridad salarial; el 50-50 en cuotas de candidatas a puestos de representación popular; la elevación del feminicidio a rango de delito federal y la tipificación y la sanción a la violencia simbólica.


Así tampoco explican por qué las nóminas y puestos en los gobiernos de los tres órdenes y en empresas y espacios de trabajo, pululan mujeres sin más talentos y títulos, que mantenerse lucidoras, para “vestir” la buena imagen de oficinas, eventos, pues según la visión patriarcal machista es determinante la percha para conseguir o mantener un empleo, un cargo mediano, una curul, una silla. Y miles, millones de mujeres se someten, juegan el juego perverso, porque es la regla autoritaria y preconcebida en nuestro sistema.

Así madres y padres, el Estado, los medios de comunicación, segregan a las niñas, jóvenes y mujeres a las tareas de casa y cuidado de hijos; a hacer todo para mostrarse bonitas y calladitas; a aguantarlo todo; a adiestrarse en líquidos de limpieza, en enseres domésticos; así imponen referentes y la obsesión es ser esbeltas sin celulitis y buenas madres, cocineras, enfermeras, maestras, consejeras…todos los elementos que ellos y muchas ellas, cargan a las mujeres para ser parte, para encajar en el perfil. Esto se llama violencia simbólica.

Fue el sociólogo francés Pierre Bourdieu quien acuñó el concepto para desmenuzar las asimetrías en las prácticas de poder, donde la dominación masculina les garantiza a ellos, ser perpetuadores de su control e imposición sobre nosotras, haciendo “naturales” las diferencias entre las dos mitades de la población.


La cúspide de la violencia simbólica, su forma corpórea y visible es la violación y también es el feminicidio. Ese odio irracional contra nosotras que termina en muerte con saña, con humillación; que va más allá del homicidio.

Ha revelado la Secretaría de Gobernación que a últimas fechas, la violencia contra las mujeres ha crecido al 400% en Chihuahua, Michoacán, Distrito Federal, Oaxaca, Chiapas, Sinaloa, Durango, Guerrero y Sonora. Entre 2001 y 2010, aumentó la muerte de mujeres por arma de fuego y explosivos, de 2.8% a 23.8%; por golpes, sin armas ni violación subieron de 8.2% a 18.7%; así los crímenes por ahorcamiento, estrangulación y ahogamiento, ascendieron de 9% a 12.5%. Y en el Estado de México, informa el Inmujeres, el 56.9% de las mujeres padece algún tipo de violencia.

En zonas rurales, reportan que sin consentimiento, fueron esterilizadas el 27% de las mujeres indígenas que acudieron a un centro de salud. ¿Quién decidió por ellas? ¿Quién da ese mando sobre sus cuerpos?


Esta es la realidad: Hoy en México, 46 de cada 100 mujeres mayores de 15 años sufren violencia sicológica, física, patrimonial, económica, sexual y la muerte, sostiene el INEGI.

En recientes fechas, la organización internacional V-DAY, que agrupa a 167 países en Europa, Asia, África, el Caribe y Norte América, convocó a las mujeres del mundo, a demandar un alto, bailando, contra la violencia, golpes y violaciones, que padece la tercera parte de las mujeres que habitan este planeta -3 mil 500 millones, en números redondos-. Vimos bailando a muchas en los diarios y en el internet; pero de ahí, a lo mismo. No hay suficientes mujeres empoderadas que sean genuinas sororas, luchadoras solidarias y efectivas en esta causa global.

Los gobernantes aldeanos como el alcalde de Acapulco, llegan al poder, con sus rancias concepciones: con todas sus letras afirmó sobre la violación a las españolas: “…esto pasa en todos lados…”; le faltó terminar su machista frase, aseverando que es “lo normal”. Tuvo que desdecirse, pero sigue “gobernando” y hasta lloró aullando por el apoyo del gobierno federal…Patético. Y hace unas semanas, el gobierno de India, no hubiera hecho más por la pasajera violada, golpeada y arrojada al vacío desde el camión donde estaba, si las mujeres indias no se hubieran organizado en protesta contra ese crimen atroz.


El mundo está sembrado de violencia y maltrato; de discriminación y crueldad contra las mujeres. Pero este hecho no es el consuelo de todas, sino la alerta roja.

En reciente encuesta del Trustlaw Services de la Fundación Thomson Reuters, se dan a conocer los mejores y los peores países para las mujeres. De una lista de 19, México ocupa el lugar 15. Sólo nos ganan India, Arabia Saudita, Indonesia y Sudáfrica.

En contra parte, el respeto y ejercicio de los derechos plenos de las mujeres se viven en Canadá, donde el 62% de graduadas universitarias son mujeres; donde una de cada 3, son juezas federales; donde 3 de cada 4 mujeres entre 15 y 49 años usa métodos anticonceptivos; donde hay total acceso a salud y educación; donde se prohíbe el casamiento con menores; donde reconocen, aún falta avanzar en el pago justo por el mismo trabajo. Al mejor país, le siguen Alemania, Reino Unido, Australia y Francia. EUA se va al sexto lugar.


De México, los expertos de la Fundación, consideran grave e inexplicable, que siendo una de las economías emergentes más importantes en el Continente, existan miles de comunidades donde las mujeres son recluidas a quedarse en casa; donde los servicios de salud y de educación no les llegan, situación sólo comparable con países de África y de Asia. Da sus cifras: en México una de cada 4 mujeres sufre violencia por su pareja; en Ciudad Juárez, 300 mujeres fueron asesinadas en total impunidad en 2011 y sólo el 26.4% de puestos de representación popular, los ocupan mujeres, muy por debajo de la media.

Es increíble pero real, que China, el país por excelencia donde los derechos humanos no se practican; donde el porcentaje de infanticidios de niñas recién nacidas, esté casi al 2%; donde una de cada 4 mujeres, aprueban los golpes de sus parejas, ocupe el lugar 14, uno arriba de México. O que un país musulmán, de crecimiento parecido al mexicano, como Turquía, donde se asesina a niñas en nombre del “honor o de la castidad”; donde son sometidas a casamientos tempranos y al esclavismo doméstico; donde el 26% de novias, tenían en 2010, entre 16 y 19 años; donde el 74% de mujeres en edad productiva laboral, están desempleadas y 3.8 millones son analfabetas, ostente el lugar 12, tres arriba de México, en este ranking global.

Y sorprende la remilgosa reacción de las autoridades nacionales, tras el escándalo de la niña de Zapopan. Las y los diputados al Congreso han decidido “relanzar” las campañas de planificación familiar y priorizar el embarazo adolescente, ya que uno de cada 6 nacimientos en el país, se dan en mujeres menores de 19 años. No quieren atacar el problema desde la raíz. Sino aplicar una medicina. No se pronunciaron ni impulsaron medidas legales contra el pilar de la violencia que provoca nacimientos no deseados: la desigualdad de género, la discriminación, el machismo cultural, la violencia. No. Se limitaron a coincidir en prevenir sus consecuencias. Qué indignación.


De manera que, no se conduelen del infierno de la niña de Zapopan, ni del drama que viven millones en silencio. Hay que reconocer sin dobles caretas que toda forma de violencia contra las mexicanas de cualquier edad es estructural y actuar; confrontar que es parte de la cultura del sistema autoritario, machista y vertical, en lo social, en lo político y en lo económico que esta sociedad reproduce y permite todos los días y decidir a fondo. Hay que erradicar esa subcultura violenta que se materializa lastimosamente, sólo cuando logra raiting en medios, el caso de un bebé que nace de la entraña de una niña violada, que además, nunca tuvo oportunidad de nada, en un país de los peores del mundo, para ser una mujer.

México no escribirá capítulos de éxito, en tanto la mitad de la población sigamos siendo segregadas, sometidas, vejadas, violentadas y bajo riesgo de ser asesinadas impunemente.

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