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Columnas y artículos de opinión
Diario de un reportero
Las cuentas de Barry
Miguel Molina
27 de junio de 2013
alcalorpolitico.com
El cambio climático es un problema económico que se debate en términos científicos. Más allá del escepticismo infundado de quienes creen que el calentamiento global es un mito inventado por una izquierda que nadie -ni ellos- puede definir, bastaría con hacer cuentas sobre el paso de Barry para darse cuenta de cómo anda el agua.

Hay -o hubo- ciento nueve municipios veracruzanos afectados por la tormenta, que se llevó siembras y animales y cosas y casas y dejó a quién sabe cuántas decenas de miles en el desamparo y los sumió en la desesperación. Pero a veces sólo quien tiene una visión general del estado y sus finanzas conoce el tamaño de la desgracia colectiva.

Las autoridades tuvieron que organizar operativos de rescate y de limpieza, y ofrecer transporte, albergue, medicina, comida y ayuda. Todo eso cuesta. También cuestan los trabajos de reparación de caminos y carreteras, y de reconstrucción de hospitales y escuelas y sistemas de agua potable y un largo etcétera tal vez lleno de comisiones y diezmos.


Es verdad que ya se invocó al Fondo Nacional de Desastres Naturales, una deidad burocrática cuya intervención es lenta y complicada pero no generosa: quien se haya tomado la molestia de leer las cincuenta y nueve páginas de los anexos de las reglas de operación de esta oficina sabrá que puede recibir hasta cuarenta y nueve mil pesos si perdió su casa...

En todo caso, la ciencia ha demostrado que el Fonden no es una entidad de acción rápida, como se necesita en casos de emergencia. Y la experiencia enseña que los gobiernos estatales no son precisamente expertos a la hora de usar los fondos que reciben para remediar los daños que causó la naturaleza.

Según Ernesto Cordero (que como senador de oposición maneja tan mal los números como cuando era secretario de Hacienda), los fenómenos climáticos extremos le han costado al país veinticinco mil millones de pesos, aunque no explica cómo llegó a esa cifra. En todo caso, es mucho dinero, sobre todo para Veracruz, que no vive sus mejores momentos financieros.


Y lo peor es que todavía viene lo peor. Durante muchos años, los gobiernos federales y estatales se concentraron en el crecimiento sobre todas las cosas, privilegiaron el establecimiento de empresas sin ton ni son y prefirieron ignorar que estaban jugando con cosas que no tienen repuesto.

El primer gobernador -y tal vez el único- que pensó en el medio ambiente fue Rafael Hernández Ochoa, pero su visión y las leyes que de ella emanaron fueron pronto olvidadas porque el cuidado ecológico no crea empleos ni paga impuestos ni sirve de mucho hasta que vienen otra vez los huracanes y siguen las sequías y vuelven las inundaciones y los fenómenos extremos, y uno se da cuenta de que todo eso cuesta más de lo que produjeron las industrias y de lo que se llevaron los empresarios.

Tal vez por eso tendríamos que pensar mucho antes de aceptar el paraíso que ofrecen quienes quieren ampliar el puerto a costa de un pinche pedazo de arrecife, como dijo Erick Manuel Suárez Márquez, el fino presidente de la Cámara Nacional de Comercio de Veracruz que habla como presidiario y ofrece cuentas alegres un día sí y otro también.


Si hubieran leído a Herman Hesse, los promotores del proyecto portuario dirían que para nacer hay que destruir un mundo. Pero el nacimiento del mundo que quieren ellos significa la destrucción del mundo que tenemos todos los demás. Qué vaina.