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Columnas y artículos de opinión
El río Carneros
Guillermo H. Zúñiga Martínez
31 de mayo de 2014
alcalorpolitico.com
Recordar es evocar y qué hermoso es mantener viva la memoria de lo que advertimos cuando los años nos favorecían. La niñez permite rápidas experiencias y conceptos inolvidables.
 
Amigos me han dicho que es bello tratar de dibujar aquellos paisajes de hace más de sesenta años y que sería un ingrato si no volviera a trazar las líneas que surgían desde la Represa del Carmen. Las aguas retenidas por esa construcción hidráulica, cuando eran demasiadas, obligaban a abrir las compuertas y entonces formaban un riachuelo que corría teniendo el nombre de lo que se conoce hasta la fecha como río Carneros. Eso forzaba a la juventud de aquel tiempo a conseguir un tronco, tirarlo sobre las dos márgenes, improvisando un paso y así respetar el puentecillo que utilizaban los dueños de las bestias para transitar hacia los campos altos del Pixquiac.
 
Donde ahora termina la calle Pensamiento de la colonia Salud y se inicia Hortensia, había un basurero, los vecinos se ponían de acuerdo para que sus hijos llevaran los desperdicios a tirarlos ahí. En mi caso, utilizaba una carretilla para transportarlos. Esta herramienta la conducía con agilidad, porque sólo contaba con una rueda delantera sobre la cual se acomodaba bien atornillada, una caja que servía para acarrear los desechos; no lo olvido porque las asas para dirigirla eran parte fundamental para levantarla y guiarla. Al llegar al montón de inmundicia volcaba abruptamente todo.
 

Reconozco que los conurbanos eran muy cuidadosos: estaba permitido mantener esos residuos hasta la esquina donde vivían los Arellano y era correcto, porque se respetaba un camino que iniciaba desde la piquera llamada “El salto del vampiro”. Las cargas se conducían hacia donde estaba el tiradero, el río era muy estrecho y pequeño y apenas aguantaba a las bestias con sus fardos respectivos; los únicos que sufrían eran doña Eulalia y su familia, porque tenían su casa muy cerca de la construcción a la que aludo.
 
En los años que estoy recordando ninguna calle de la colonia Salud estaba pavimentada, ni tenía drenaje. Mis compañeros de juego practicaban el tiro al blanco rompiendo el foco que había en el poste ubicado en la esquina de Pensamiento y Dalia, lo cual dejaba a oscuras las calles. Los denuncio a sesenta años de distancia, porque aquellos adolescentes no se responsabilizaban de sus tropelías: una vez que esparcían los vidrios del pobre foco, se escondían en sus casas y hacían como que no sabían nada.
 
La Represa del Carmen sigue siendo muy importante, porque fue el primer canal para desahogar el exceso de agua; estaba tan bien trazado que los vecinos del viejo camino a Coapexpan nunca se quejaron, veían pasar las turbulentas aguas con el orden que la propia naturaleza les daba.
 

El panorama se ampliaba constantemente porque había un tránsito intenso de los habitantes de las rancherías como Pueblo Viejo y Pixquiac, que llegaban a tiendas y mercados a vender sus productos agropecuarios para con ese dinero adquirir lo que nunca han podido producir, como azúcar, café, sal, velas, veladoras, aceite de oliva, dulces, arroz, etc., fundamentales para su vida diaria.
Lo que descollaba del comercio de hace sesenta años era la venta de pollos, puercos y principalmente blanquillos de rancho que ahora se extrañan, porque ese alimento ha sido sustituido por el que generan las granjas cuyos propietarios utilizan ciertos elementos químicos que logran que las gallinas los produzcan para satisfacer las necesidades de miles de familias.
 
Usted se preguntará cuáles son las razones por las que escribo sobre este tema y no quiero esconderle la verdad. Hay todavía compañeros de generación que tienen más de ochenta años y quisieran que alguien con mayor fuerza en el trazo literario hablara de cómo estaban aquellas calles del viejo Xalapa.
 
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