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Columnas y artículos de opinión
El Pomarrosa
Guillermo H. Zúñiga Martínez
12 de julio de 2014
alcalorpolitico.com
Desde hace muchos años conocí un árbol perenne que nacía de manera natural en los patios de los hogares xalapeños. Su fruto era muy apreciado no tan sólo por el sabor, sino por el perfume; las niñas de 1960 lo aprovechaban para obsequiarlo a sus amigos y conquistar su amistad. Con el tiempo me enteré que su origen está en la India y el nombre lo identifica con un río muy popular en aquel país. Me interesó por sus peculiaridades, dado que es rico en taninos que contiene la corteza.
 
El pomarrosa es anticomercial, porque su producción de ninguna manera es abundante; la naturaleza la realiza con dulzura, con medida, a grado tal que en poco tiempo queda desarreglado, el tronco y las ramas esperan la temporada anual con una calma llena de enseñanza, porque no existe desesperación alguna, los extremos dibujan sombras y se alzan diariamente para saludar al sol y esperar sus calurosos efectos a lo largo de los meses.
 
Las flores del árbol son blancas, aromáticas, lucen los estambres para luego manifestarse en ramos que viven y gozan sus terminales.
 

Otro atractivo demasiado importante es el potencial que tiene para curar, porque es famosa su fuerza para controlar el desarrollo de la diabetes y sus malos efectos, razón por la cual las familias que tienen parentela que padece este mal deben preocuparse por sembrarlo y aprovechar sus propiedades medicinales, debidamente comprobadas. Algunas mujeres lo utilizan como purgante y también para controlar la epilepsia, asma, bronquitis y males como la disentería e infecciones en diversas partes del cuerpo. Es impresionante su calidad como medicina porque también se utiliza para combatir infecciones fúngicas en la piel.
 
En Xalapa ya es extraña su existencia y me propuse cultivar uno en el modesto jardín ubicado en la oficina de Roble, allá en la Unidad del Bosque. Pasaron varios años, hasta que empecé a ver y probar su producto, porque creció espectacularmente, alcanza más de seis metros de altura y sus hojas verdes miden 14 centímetros de largo y 4 de ancho; sus formas son lanceoladas, pero lo más bello son sus flores, sirven de ornato a las frutas que, sin mentir, son muy sabrosas y están llenas de propiedades que las hacen amigas íntimas del hombre.
 
Las pomarrosas son carnosas, ricas en colores porque van pintándose de acuerdo a su evolución, primero son verdes, luego rosadas y con el tiempo cobran matices amarillentos. Crecen entre 2 y 5 centímetros; al abrirlas se ve la semilla que llevan en su seno y que casi habla cuando ve el medio y respira el ambiente que siempre la favorece, encierra la nueva vida y se exhibe suave, redonda y colmada de alientos naturales.
 

Lo más espectacular es su sabor, porque la delicada fragancia origina fenómenos dignos de recordarse; son especiales y reclaman la certeza de las relaciones humanas.
 
Hace unos días llevé algunas a mi hogar y le dije a Guillermina, mi esposa, que tuviera la gentileza de probarlas, me dijo que sí; fue cuando le puse una condición: “Lo admites, pero al mismo tiempo que lo hago yo”; así fue y cuando estábamos cerca nos miramos y al poder hablar expresó: “Es el aliento más delicioso que he probado, porque la pomarrosa cautiva y vuelve inolvidable el beso, el sabor es exquisito e inconfundible. ¿Pudieras ofrecérmelo todos los días?”. Para contestar no quise hablar del único árbol que tengo, porque así protegería anualmente nuestro sueño.
 
El sabor de cada pomarrosa se evoca todo el año y origina la agradable convivencia entre quienes se quieren.
 

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