9 de julio de 2015
alcalorpolitico.com
Me llamaron un día a principios de 2009. ¿Me interesaría coordinar seminarios y talleres sobre cambio climático? Les dije que sí. El programa –financiado por la Fundación de la BBC y el Servicio Exterior británico– consistía en reunirme con científicos, diplomáticos, legisladores, funcionarios, periodistas y activistas de Bolivia, Chile y Argentina (y eventualmente Uruguay).
La idea era crear conciencia de la situación. En diciembre de ese año se iba a celebrar una cumbre internacional en Copenhague, y los británicos querían que varios países latinoamericanos, cuyas emisiones de gases que causan el efecto invernadero son mínimas si se comparan con el mundo desarrollado, tuvieran idea de las dimensiones del calentamiento global.
Lo primero que aprendí fue que el cambio climático es un problema económico que se debate en términos científicos. Cada evento extremo (inundación o sequía), cada brote epidémico (dengue, paludismo), cada reacción del planeta a las nuevas temperaturas, demanda fondos y el trabajo de muchos.
Hay que rescatar a los sobrevivientes, sepultar a los muertos, dar transporte y refugio a los daminficados, ofrecerles agua, comida, medicinas, cobertores, colchones. Hay que darles otros servicios como agua, electricidad, calefacción o aire fresco. Y eventualmente hay que darles una nueva vida que se traduce en infraestructura y trabajos.
Para mi sorpresa, me encontré legisladores y funcionarios que no creían que se estaba produciendo un cambio climático, y que en todo caso reclamaban que sus países no tenían ninguna obligación de hacer algo porque no producían los gases que causan el calentamiento global...
Durante varios meses discutí con ellos, conversé con ellos y tal vez logré convencer a algunos de ellos. Cuando llegó la hora de la cumbre de Copenhague nadie se puso de acuerdo y no pasó nada. El mundo siguió produciendo gases, quizá pensando que el año próximo se haría algo.
Pero el año próximo y el que siguió a ese año, y el otro y el que vino después y otros más tarde, pasaron sin que se lograra un acuerdo mundial. En 2010, México tuvo que invertir cerca de veinticinco mil millones de pesos para hacer frente a las emergencias del cambio climático, según Ernesto Cordero, quien entonces era secretario de Hacienda (http://www.excelsior.com.mx/node/694121)
China, India y otros países que contribuyen de manera notable al calentamiento sostienen que tienen derecho a seguir como van porque otras naciones se desarrollaron sin que nadie les pidiera cuentas. Su argumento tiene agujeros enormes, pero su peso político es tal que nadie se atreve a decirles nada.
Todavía hay personas sueltas que sostienen que no hay cambio climático, y que lo que hemos visto desde hace algunos años es cosa normal. Pero esas personas sueltas (algunos académicos xalapeños entre ellas) no tienen acceso ni a los medios de análisis ni a los instrumentos que tiene la comunidad científica mundial, que desde hace rato llegó a la conclusión de que el calentamiento global se debe al hombre (y la mujer, para complacer a los aficionados a la igualdad de género).
Y en eso estábamos cuando llegó a Veracruz el secretario de Medio Ambiente y Recursos Naturales para darnos la noticia de que el gobierno federal ordenó que baje la emisión de gases que causan el efecto invernadero para tratar de frenar los daños del cambio climático.
Ni más ni menos, literalmente. Ni más, porque México sigue siendo un país cuya economía depende de la venta de petróleo: aunque reduzcamos nuestras emisiones de gases que calientan la atmósfera, seguimos vendiendo combustibles fósiles que tendrán el mismo efecto en cualquier parte del mundo. Ni menos.
Y las consecuencias serán serias, porque gran parte de las ciudades mexicanas costeras se verán afectadas, tarde o temprano, por los eventos extremos. Hace poco más de un año hablé en el Senado de la República sobre las consecuencias económicas del cambio climático, y llevo varios años compartiendo reflexiones sobre el tema con estudiantes de institutos tecnológicos de varias partes del país.
La respuesta de quienes oyeron mi historia fue siempre la misma: ¿qué se puede hacer? Aunque no quisiera, tuve que admitir que no se puede hacer mucho. Reciclar, no tirar basura, no desperdiciar el agua, sembrar huertos familiares o escolares, no comprar productos que vengan de lejos, cosas así.
Pero el reto mayor está en manos de los estudiantes de institutos y universidades tecnológicas (paradójicamente, Veracruz tiene un número impresionante de estas instituciones, y a la vez tiene una participación mínima en la creación de tecnologías para el desarrollo). A ellos les toca identificar el problema, analizarlo por partes, y encontrar soluciones tecnológicas.
Para eso se necesita dinero. Y ni el gobierno federal ni el estatal (mucho menos el estatal, que les debe hasta a los músicos) parecen haberse dado cuenta de que nuestros estudiantes pueden deshacer el nudo que representa el cambio climático. Hasta ahora, lo que uno puede ver es que las autoridades creen que es una vaina que se resuelve con declaraciones.
Es un discurso esquizofrénico, un rollo de papel. Los folletos de Semarnat hablan de la importancia de los bancos de coral. Los proyectos del gobierno federal plantean la ampliación del puerto de Veracruz. Los folletos de Semarnat hablan sobre energía alternativa. Las acciones del gobierno federal promueven cosas completamente opuestas, como el fracking. El gobierno de Veracruz nada más ve lo que pasa.
Uno podría pasar largo rato hablando sobre el tema. Pero quizá valga la pena terminar esta reflexión (de algún modo hay que llamarla) con el hecho inquietante de que ningún reportero le hizo ninguna pregunta al secetario de Medio Ambiente. Y ningún reportero ha entrevistado seriamente a las autoridades estatales encargadas del ramo.
Y si nadie pregunta nadie responde. Todo queda en el papel.
La idea era crear conciencia de la situación. En diciembre de ese año se iba a celebrar una cumbre internacional en Copenhague, y los británicos querían que varios países latinoamericanos, cuyas emisiones de gases que causan el efecto invernadero son mínimas si se comparan con el mundo desarrollado, tuvieran idea de las dimensiones del calentamiento global.
Lo primero que aprendí fue que el cambio climático es un problema económico que se debate en términos científicos. Cada evento extremo (inundación o sequía), cada brote epidémico (dengue, paludismo), cada reacción del planeta a las nuevas temperaturas, demanda fondos y el trabajo de muchos.
Hay que rescatar a los sobrevivientes, sepultar a los muertos, dar transporte y refugio a los daminficados, ofrecerles agua, comida, medicinas, cobertores, colchones. Hay que darles otros servicios como agua, electricidad, calefacción o aire fresco. Y eventualmente hay que darles una nueva vida que se traduce en infraestructura y trabajos.
Para mi sorpresa, me encontré legisladores y funcionarios que no creían que se estaba produciendo un cambio climático, y que en todo caso reclamaban que sus países no tenían ninguna obligación de hacer algo porque no producían los gases que causan el calentamiento global...
Durante varios meses discutí con ellos, conversé con ellos y tal vez logré convencer a algunos de ellos. Cuando llegó la hora de la cumbre de Copenhague nadie se puso de acuerdo y no pasó nada. El mundo siguió produciendo gases, quizá pensando que el año próximo se haría algo.
Pero el año próximo y el que siguió a ese año, y el otro y el que vino después y otros más tarde, pasaron sin que se lograra un acuerdo mundial. En 2010, México tuvo que invertir cerca de veinticinco mil millones de pesos para hacer frente a las emergencias del cambio climático, según Ernesto Cordero, quien entonces era secretario de Hacienda (http://www.excelsior.com.mx/node/694121)
China, India y otros países que contribuyen de manera notable al calentamiento sostienen que tienen derecho a seguir como van porque otras naciones se desarrollaron sin que nadie les pidiera cuentas. Su argumento tiene agujeros enormes, pero su peso político es tal que nadie se atreve a decirles nada.
Todavía hay personas sueltas que sostienen que no hay cambio climático, y que lo que hemos visto desde hace algunos años es cosa normal. Pero esas personas sueltas (algunos académicos xalapeños entre ellas) no tienen acceso ni a los medios de análisis ni a los instrumentos que tiene la comunidad científica mundial, que desde hace rato llegó a la conclusión de que el calentamiento global se debe al hombre (y la mujer, para complacer a los aficionados a la igualdad de género).
Y en eso estábamos cuando llegó a Veracruz el secretario de Medio Ambiente y Recursos Naturales para darnos la noticia de que el gobierno federal ordenó que baje la emisión de gases que causan el efecto invernadero para tratar de frenar los daños del cambio climático.
Ni más ni menos, literalmente. Ni más, porque México sigue siendo un país cuya economía depende de la venta de petróleo: aunque reduzcamos nuestras emisiones de gases que calientan la atmósfera, seguimos vendiendo combustibles fósiles que tendrán el mismo efecto en cualquier parte del mundo. Ni menos.
Y las consecuencias serán serias, porque gran parte de las ciudades mexicanas costeras se verán afectadas, tarde o temprano, por los eventos extremos. Hace poco más de un año hablé en el Senado de la República sobre las consecuencias económicas del cambio climático, y llevo varios años compartiendo reflexiones sobre el tema con estudiantes de institutos tecnológicos de varias partes del país.
La respuesta de quienes oyeron mi historia fue siempre la misma: ¿qué se puede hacer? Aunque no quisiera, tuve que admitir que no se puede hacer mucho. Reciclar, no tirar basura, no desperdiciar el agua, sembrar huertos familiares o escolares, no comprar productos que vengan de lejos, cosas así.
Pero el reto mayor está en manos de los estudiantes de institutos y universidades tecnológicas (paradójicamente, Veracruz tiene un número impresionante de estas instituciones, y a la vez tiene una participación mínima en la creación de tecnologías para el desarrollo). A ellos les toca identificar el problema, analizarlo por partes, y encontrar soluciones tecnológicas.
Para eso se necesita dinero. Y ni el gobierno federal ni el estatal (mucho menos el estatal, que les debe hasta a los músicos) parecen haberse dado cuenta de que nuestros estudiantes pueden deshacer el nudo que representa el cambio climático. Hasta ahora, lo que uno puede ver es que las autoridades creen que es una vaina que se resuelve con declaraciones.
Es un discurso esquizofrénico, un rollo de papel. Los folletos de Semarnat hablan de la importancia de los bancos de coral. Los proyectos del gobierno federal plantean la ampliación del puerto de Veracruz. Los folletos de Semarnat hablan sobre energía alternativa. Las acciones del gobierno federal promueven cosas completamente opuestas, como el fracking. El gobierno de Veracruz nada más ve lo que pasa.
Uno podría pasar largo rato hablando sobre el tema. Pero quizá valga la pena terminar esta reflexión (de algún modo hay que llamarla) con el hecho inquietante de que ningún reportero le hizo ninguna pregunta al secetario de Medio Ambiente. Y ningún reportero ha entrevistado seriamente a las autoridades estatales encargadas del ramo.
Y si nadie pregunta nadie responde. Todo queda en el papel.