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Columnas y artículos de opinión
Paz mafiosa
Helí Herrera Hernández
3 de agosto de 2015
alcalorpolitico.com
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Twitter: HELÍHERRERA.es
 
La popularidad de Enrique Peña Nieto ha caído a su nivel más bajo desde que tomó posesión como titular del Poder Ejecutivo Federal, pasando del 72 al 34%, pero con un índice en ascenso de reprobación del 58%, según la encuesta publicada por el periódico nacional Reforma la semana pasada.
 
Las causas que han generado este desplome son varias: Los actos de corrupción en que se ha visto envuelto con empresas constructoras con las que ha trabajado desde que era gobernador del Estado de México; una política económica sumisa al consenso de Washington que multiplica pobres y miserables mientras concentra la riqueza nacional en unas cuantas manos; desfasamiento total entre el diagnóstico del país que recibió, con los efectos de las medidas aplicadas para solucionarlas (reformas constitucionales), Problemas de desarrollo de una nación que se va rezagando en todo, pero sobre todo, la inseguridad que lleva años expulsando a mexicanos de clase media alta a los estados unidos principalmente, llevándose cientos de millones de dólares para invertirlos allá, cerrando empleos acá, y sobre todo, la escasa llegada de inversión extranjera, a pesar de la publicidad oficiosa que presume su gobierno en espacios de radio y televisión en tiempos oficiales, y cuyo ejemplo más claro es el fracaso de la ronda uno, que corrobora la visión de las grandes compañías petroleras trasnacionales que exigieron durante 76 años la apertura de PEMEX al capital privado extranjero, y cuando lo logran no muestran apetito por el oro negro, desdeñándolo y sólo adquiriendo un 30 por ciento de la oferta, porque están claros de que somos un país en riesgo.

 
Peña Nieto ha transitado del “Mexican Moment” y la revista Life como el presidente de las grandes reformas estructurales que conducirían a México al selecto grupo de países desarrollados, al presidente fallido, que no ha sabido garantizarle a los inversionistas domésticos y extranjeros seguridad al capital, y ha roto, en consecuencia, ese ciclo económico vital para cualquier nación que desee garantizarle a su población bienestar social >capital-trabajo<
 
Ha conducido al México de las instituciones al “México Narco” donde demuestra que el Estado ya no tiene el control territorial, y como muestra allí esta el Ejército en las calles, envueltos cada vez más en actos de desapariciones y muertes civiles, cuestionados severamente por la Comisión Nacional de los Derechos Humanos. Lo que asusta a los trusts y a los oligopolios es ver la soldadesca haciendo retenes, entrando a casas, señalados como responsables de delitos del fuero común, enfrentamientos a balazos entre grupos criminales aquí, allá; secuestros y muertes de prominentes mujeres y hombres de negocios, el poder de los grupos fuera de la ley con capacidad hasta para tumbarle helicópteros al gobierno, y lo peor, la joya de la corona: la fuga de Joaquín Guzmán Loera, que los ha hecho declarar que si un gobierno no es capaz de retener preso al capo más importante del mundo y se le escapa de la forma que lo hizo, en la práctica, dígase lo que se diga, no hay gobierno.
 
El último recurso que le queda al devaluado presidente Peña es pactar con el fugado, cederle gobierno al chapo y su cartel para que pacifique al país, porque México ya es la viva imagen de una nación donde el poder del crimen organizado es una fuerza paralela o mayor a la del Estado.

 
Él sabe que mientras los inversionistas extranjeros se niegan a meter dinero a México el cártel de Sinaloa y su jefe están haciendo negocios en todo el mundo, vendiendo drogas e invirtiendo sus ganancias en Europa, Sud-América y hasta países de Asia, en donde ya actúan células de Guzmán Loera.
 
Si él acordara una >paz mafiosa< con el chapo no sólo le traería esos miles de millones de dólares a México en inversiones regionales generadoras de empleo, sino que le pacificaría al país porque el mismo chapo sabe que bajando los índices de homicidios, secuestros, extorsiones, cobros de piso, robos, en los territorios bajo su mando, le multiplicarían sus ganancias por medio del lavado de dinero.
 
Esta >paz mafiosa<, cedida y pactada por Peña Nieto y Joaquín Guzmán Loera sería el clavo ardiendo del que se tendría que agarrar el Presidente si desea una atmósfera de paz y seguridad para que inyecten millones y millones de dólares a México los capitalistas para detonar el empleo, para brindarle armonía y tranquilidad a todos los compatriotas, para reactivar el mercado interno, pero sobre todo, para evitar un –golpe de estado-, dado que cuando el Ejército y la Marina están en las calles, es el presagio más claro de que se avecina una dictadura, donde se conculcan los derechos fundamentales de la sociedad asalariada.

 
Difícil disyuntiva, claro está. El problema para nosotros, los mexicanos de a pie, es que estamos huérfanos de gobierno; huérfanos de instituciones sólidas; huérfanos de paz; huérfanos de bienestar y huérfanos de felicidad porque hasta eso nos ha quitado el señor Peña, porque amanece uno con el Jesús en la boca por la inseguridad y por la carencia de dinero para que nuestras familias puedan, por lo menos comer, aunque para él, solo seamos estadísticas.