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Columnas y artículos de opinión
El nuevo sendero de la Iglesia Católica
Helí Herrera Hernández
17 de agosto de 2015
alcalorpolitico.com
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Twitter: HELÍHERRERA.es
 
Desde que el Papa Francisco apareció por el balcón de la plaza de San Pedro el 13 de marzo de 2013, miles de personas en todo el mundo nos preguntamos si el argentino iba a ser más de lo mismo, o si se podía albergar una esperanza de algún ligero cambio, aunque fuera sólo en la liturgia de la Iglesia Romana.
 
Así, desde que anunció que renunciaba al anillo del pescador, joya de oro puro valuada en millones de dólares por todo lo que representa, para usar una réplica del mismo, el ex arzobispo de Buenos Aires hizo que millones de hombres y mujeres le pusiéramos atención, principalmente aquellos que conocemos los fines de las iglesias, y más de la católica, apostólica y romana, que a partir de la muerte de Juan Pablo XXIII y el fin del Concilio boicotearon toda voluntad de la curia progresista de transformar poco a poco el pensamiento conservador surgido del Vaticano, ensañándose más recientemente con los sacerdotes que abrazaron la Teología de la Liberación.

 
De allí la importancia y suspicacia de voltear a ver y seguir aquel religioso que para empezar, había surgido inexplicablemente de un pequeñísimo grupo, ajeno a los jerarcas de la ortodoxia intocable de la iglesia romana, y que con el transcurrir de los días ha venido mostrándose, en acción y teoría, como un pastor que está a lado de los creyentes pobres (véase discurso en La Paz, Bolivia, donde hace una severa crítica al capitalismo salvaje), que en el mundo son los más.
 
Jorge Mario Bergoglio ha generado la esperanza al promover cambios en la estructura de la Iglesia y su filosofía, abriéndole las puertas de acogida y nunca más de rechazo a católicos que veían imposible esta transformación, en temas como la homosexualidad, o como el de la aceptación al sacramento de la Eucaristía de los divorciados, que ahora conviven con otra persona, determinaciones papales, por cierto, que han desatado la furia de la carcunda eclesiástica que en el mes de marzo, a través del diario ultramontano La Gaceta, criticaron con severidad y lincharon mediáticamente al Papa, por conducto de un doctor en Teología Litúrgica Adolfo Ivorra, vocero de la extrema derecha eclesiástica, acusándolo de trastocar los principios de la ideología de la Iglesia Católica.
 
No es la primera vez que se levanta una gran polvareda en la Iglesia con motivo de la discusión de alguna cuestión teológica, moral o pastoral, como fue la muerte de Juan Pablo primero, que a juicio de expertos fue envenenado por los propios jerarcas del Vaticano. La novedad, sin embargo, está en la capacidad de los medios de comunicación para difundir y amplificar el contenido del debate, que en mi caso ha despertado el Papa Francisco, para seguirlo en sus discursos y prácticas.

 
Desde mi óptica, estos posicionamientos papales (homosexualidad y aceptación al sacramento de la eucaristía de los divorciados), están motivando que miremos a la Iglesia de Bergoglio como aquella institución religiosa que empieza a observar al mundo con una actitud comprensiva y cariñosa, que busca desde el sacrificio de Cristo no dar la espalda a lo humano, a sus aspiraciones y deseos, a sus aciertos y errores porque a final de cuentas Jesucristo le lavó los pies a una prostituta, a una pueblerina rompiendo con esa acción 2 cosas: el machismo de aquel momento histórico y, que estaba más cerca de su pueblo que de la aristocracia.
 
Y así, el interés me llevó a la búsqueda del saber si el Papa asumió estas decisiones de manera cómoda a partir de que se sentó en el sillón del Vaticano, o si abrazaba estos pensamiento antes, descubriendo que en el año 2010, Jorge Bergoglio envió una carta muy explícita a Justo Carbajales, que era entonces director del Departamento de Laicos de la Conferencia Episcopal Argentina. El motivo de la misiva era la declaración de la Comisión Episcopal sobre la posible aprobación de la ley de matrimonio para personas del mismo sexo, por parte del gobierno de aquel país.
 
En conversación epistolar con varios miembros de la curia Argentina, el entonces Arzobispo de aquel país apoyo la iniciativa y precisó que "este tipo de acciones no deben tomarse contra nadie y no debe de juzgarse a quienes piensan y sientan de manera diferente". Insiste que "la Iglesia no debe contraponerse a nadie, sino abrir sus brazos a todos, sea cual sea su sensibilidad y concepción de la sexualidad".

 
No es casual pues que hoy, el Papa Francisco salga en defensa de los matrimonios del mismo sexo y de la concesión al sacramento de la eucaristía de los divorcios. Su concepción sobre éstos y otros temas, como el de juzgar a curas pederastas ha desatado la furia de la extrema derecha eclesiástica y sus vasos comunicantes, sus fuentes alimentadoras de dinero, iniciando la guerra, desde las entrañas de la iglesia católica contra Jorge Mario Bergoglio, acusándolo en La Gaceta de "conducir a la Iglesia Católica muy lejos de la doctrina evangélica de Jesús de Nazaret" (hágame usted favor).
 
Habrá que cuidar al Papa Francisco de los izcariotes modernos, dado que no me cabe la menor duda que en si sus manos estuviera, lo crucificarían por atentar contra el oscurantismo y sus intereses económicos, que los han hecho abusar de los niños, disfrutar de las grandes viandas, de los finos vinos, los autos caros, las residencias de placer, los viajes por el mundo, en fin: los lujos mundanos que Jesús de Nazaret siempre combatió y por los que le segaron la vida.