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Columnas y artículos de opinión
La neocolonización de terciopelo
Helí Herrera Hernández
14 de septiembre de 2015
alcalorpolitico.com
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Twitter: HELÍHERRERA.es
 
México ha dejado de ser aquel >apetitoso territorio< que despertó la ambición de las potencias mundiales para apoderarse de él mediante guerras, como la provocada por Los Estados Unidos casi a la mitad del siglo XIX que le costó perder poco más del 50 por ciento de sus tierras y costas, y más adelante del imperio francés, que con el apoyo de apátridas pretendieron agenciarse el resto, que de no ser por aquellas gigantes liderados por don Benito Juárez García habría ocurrido.
 
Hoy, después de tres décadas de gobiernos neoliberales, tales invasiones a fuego y sangre son innecesarias e inútiles. Por lo menos Los Estados Unidos nos “ha integrado y/o anexado” sin necesidad de una intervención armada, sino a través de un entramado de acuerdos, que dócilmente, desde Miguel de la Madrid para acá han firmado sin chistar ni oponer resistencia alguna los presidentes de la República, y así ir perdiendo soberanía e independencia económica.

 
Desde la firma en 1982 de la Carta de Intención por parte de aquel presidente con el Fondo Monetario Internacional, se reorientaron las políticas públicas económicas internas, el destino de la producción petrolera; el pago de la deuda externa y toda la economía agrícola, dejando de sembrar para el consumo nacional en beneficio de los productores norteamericanos y las necesidades alimentarias de aquella nación.
 
Con el argumento de la globalización y la insertación de México al mundo, los inquilinos de la Casa Blanca (la de Washington) con los de Los Pinos, han tejido mediante tratados comerciales la paulatina neocolonización de México, poniendo en manos de los primeros el sistema bancario; la infraestructura nacional y toda su producción; la concesión a todo aquel extranjero de apropiarse de las playas nacionales; las vías de comunicación como la ferroviaria; el control de la producción agrícola y, gracias a las reformas estructurales: el petróleo y la electricidad.
 
Parecemos un solo territorio. Si partiésemos de aquí para allá, o de allá para acá ya no nos distinguimos. Los comercios son los mismos: Walmart, Homedepot, Autozone; Las industrias idénticas: Pepsi-co, Coca Cola, Sabritas; los bancos hermanos: CityGroup-Banamex; los autos y camiones gemelos: Ford, Chrysler, Chevrolet; la llantas Goodyear, Firestone, Michelin hasta parecen mexicanas; los refrescos de mayor consumo son gringos; los artículos de tocador los compre aquí o allá son del mismo dueño, y más del 80% de los productos de limpieza, aseo personal y alimentos empaquetados.

 
Somos, ya no parecemos, una nueva gran casa donde cohabitan una millonaria población que sólo los separa el idioma, la riqueza y la pobreza. La primera nosotros la generamos pero ellos se la quedan; la segunda ellos la provocan pero nos la exportan gracias a las políticas económicas acordadas por los gobiernos emanados y controlados por los principios monetaristas norteamericanos no sólo de inversiones, sino también de servicios financieros y apertura total de nuestro territorio a la inversión extranjera privada norteamericana, principalmente.
 
La conquista de terciopelo de nuestro territorio y población ha sido posible por el entreguismo de los gobiernos surgidos del PRI y del PAN que han cedido seguridad nacional bajo el pretexto del narcotráfico. Así, México ha permitido una presencia militar estadounidense cada vez más amplia que ha venido desplazando a nuestro Ejército surgido de la revolución mexicana, perdiendo identidad y compromisos con su pueblo, gracias a los patrones de conducta y valores impuestos por los marines gringos, por el FBI y por la DEA, que ya no sólo asesoran y educan en >West-Point< a nuestros soldados y marinos, sino que traspasaron las fronteras para asentarse acá, portando armas inclusive (acción permitida por Enrique Peña Nieto y sus diputados del pacto por México), con licencia, claro está, para matar, inclusive.
 
Premeditada y alevosamente los políticos neoliberales mexicanos han firmado convenios con la primera potencia militar del mundo para mandar cada año a un mayor número de oficiales a formarse en escuelas norteamericanas; para fortalecer los presupuestos militares; la permisión del tráfico de armas de USA para México dizque a combatir los capos de la droga; el vuelo sobre nuestro espacio aéreo de drones más para castigar a nuestros compatriotas que desean irse a trabajar allá, que para descubrir rutas del narcotráfico; y el colmo, hasta para que ambos ejércitos realicen maniobras conjuntas -comando norte-, donde nuestra seguridad nacional se convierte en prioridad norteamericana y de esa forma pasando a ser un virreinato estadounidense, es decir, una nueva casa política, militar, geopolítica, territorial dominada por Los Estados Unidos.

 
El último eslabón de independencia y soberanía que nos quedaba ha caído: El Petróleo. Estudios energéticos internacionales indican que desde los años 70 del siglo pasado, quedó claro que con el ritmo de consumo que tiene Estados Unidos no le alcanza su propio hidrocarburo y necesitaría el de otras naciones. Desde entonces no han ocultado su interés por el Golfo de México y todo el que allí se encuentra.
 
Fue a partir de los años 90, ya con mapas detallados de los sitios que poseen esa riqueza petrolera que iniciaron el hostigamiento primero, y el beneplácito después de los gobiernos de la república para modificar la Constitución nacional y quitarle la industria petrolera al pueblo de México, lo que lograron con Peña Nieto y el visto bueno de los Senadores y Diputados del PRI, del PAN, del partido Verde y del Panal.
 
Hoy Estados Unidos saquea nuestro petróleo comprando barato y regresándonoslo en derivados carísimo, sin ningún obstáculo, oposición o lucha de los políticos oficialistas, para de esa forma garantizarle la seguridad energética al Estado norteamericano y pueda seguir, con el oro negro, cumpliendo sus ambiciones expansionistas en todo el mundo, incluyendo México.

 
De esta forma la élite burócrata-financiera del Estado y hasta la élite militar de México dócilmente han aceptado la invasión territorial norteamericana, la conquista aterciopelada. Ya no hay necesidad de una intervención militar similar a la de 1846 o la del puerto de Veracruz de 1914 que traía los propósitos de quitarnos territorios, riquezas naturales y ser patio trasero en materia laboral y así convertirnos en su colonia. Ya lo lograron.
 
La restitución de nuestra soberanía con independencia política y económica sólo la podremos lograr con la integración de todos los movimientos populares, los partidos políticos nacionalistas como Movimiento Ciudadano, Morena, el PT y con todos los mexicanos patriotas que amen a México en un proyecto político a largo plazo, cuyo primer puerto sería salir con un candidato único a la presidencia de la república para las elecciones de 2018; el segundo deber ser una lista de candidatos a diputados y senadores comprometidos con ese proyecto de nación en esa misma elección y, el tercero, después del triunfo de estos candidatos y candidatas, iniciar tan pronto tomen posesión una dinámica jurídica que revierta las contrarreformas estructurales de Peña Nieto y sus partidos satélites, nacionalizando el petróleo, las minas, las playas, las industrias telefónica y eléctrica, la banca, creando un andamiaje económico que privilegie el mercado interno, el consumo nacional y los salarios dignos que generen capacidad de compra y bienestar.
 
No sólo recuperaríamos la frontera del río Bravo, sino una patria donde la riqueza acumulada por los actuales tenedores de estas empresas e industrias se distribuya entre los que la producen.

 
Quizás la próxima elección federal sea la última oportunidad que tengamos para derrotar a los que han desdibujado a la patria, a los que la han entregado sin balas ni sangre; a los que nos arrebataron el 50% de nuestro territorio; a los que con disculpas ocultan sus cinismos y acciones traidoras al pueblo al que le juraron un porvenir más justo, más humano y más digno.
 
Esa tarea nos corresponde, es la misión de esta generación.