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Sección: V?a Correo Electr?nico

El último retrato de Víctor Báez

Sergio Mart?nez 16/06/2012

alcalorpolitico.com

Adusto y hermético, Víctor Báez se postraba ante la computadora para teclear la nota del día y sólo miraba a los compañeros por encima de la máquina si éstos saludaban o preguntaban sobre algún dato o suceso.

Mucha suerte el de aquel que consiguiera alguna respuesta o por lo menos un “qué hay” del ensimismado Báez, quien, recargado sobre un hombro para apretar la grabadora y escuchar la entrevista, emitía sendas bocanadas de humo mortífero.

La chocante indiferencia hacia el entorno rendía sus frutos: la entrada siempre certera de la nota o el reportaje; la acusación pormenorizada en los expedientes del MP y los hechos verificables; el estilo conciso, austero, para dar una mayor fuerza al contenido; el contexto histórico del tema o el personaje involucrado; y el encabezado contundente pero sobrio, sin caer en los titulares consabidamente morbosos de la nota roja.

Báez finalizaba la nota principal que solía reservar a su firma, recibía las notas de “relleno” y comenzaba la formación de la página, o –en su caso- daba a los diseñadores un esquema preciso en el cual, rara vez, sobraba o faltaba la información indicada.

Al final de la jornada, el messenger se convertía en el solaz de este periodista severo. Eran frecuentes sus conversaciones con alguna amiga a la que deseaba invitar una cena o entregar un regalo. Entonces, la expresión impasible sucumbía a la risa infantil de quien recibe la evasión ingeniosa o el asentimiento dulce de una mujer. El hombre de piedra se transformaba en un adolescente dócil.

Era el momento en que Báez contestaba con amplitud, y hasta con amabilidad, alguna consulta de quienes sabían que él, por su experiencia y contactos, resguardaba el dato de un hecho ocurrido hace años, el texto de una ley cuya tediosa lectura se quería evadir, o la confirmación de los sucios rumores en torno de algún jefe de Policía.

Era esto, los secretos de los cuerpos policiacos y ministeriales, el aspecto enigmático de Báez. Sus 20 años en la fuente policiaca lo mimetizaron en casi un elemento más de los cuarteles, las agencias del MP y los pasillos de la procuraduría. Entraba y salía de esas áreas obscuras del Gobierno como quien atraviesa una casa de amigos y familiares.

Bastaba mencionar su nombre a la policía si uno era pillado ebrio en la calle, o ver su reacción de molestia cuando alguien –sin pruebas- acusaba de corruptos a los policías, para descubrir el vínculo de una especie de hermandad que existía entre ambas partes.

Por ello, su asesinato, además de doloroso e inaceptable, sorprende y extraña. Los Zetas se atribuyeron el homicidio y dejaron sobre el cuerpo la infame acusación de que fue un traidor. Pero quizá la traición vino del otro lado y cayó letal sobre su vida.