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Sección: Estado de Veracruz

La crisis de los partidos políticos en México

Eduardo de la Torre Jaramillo 26/08/2016

alcalorpolitico.com

Hace poco tiempo Fernando Dworak escribió sobre una nueva crisis de los partidos políticos: el efecto de la reelección ―tema en el cual es un especialista ―, allí afirmaba que existirá un choque entre las dirigencias de los partidos políticos y los representantes populares que pretendan la reelección, obvio, primero, por el pésimo diseño institucional de la reelección, ya que los únicos que deciden quienes se reeligen son los presidentes de los partidos en el plano nacional y estatal y, fija el inicio de esa crisis en el año 2018 y hacia el 2021; la crisis podría ser terminal, tan sólo por el tema de la reelección en donde los representantes se deben a sus votantes y no a las dirigencias de los partidos, y de allí el encontronazo.

Empero, existe una multiplicidad de crisis en el subsistema de los partidos políticos, quizá la primera se debe a la identidad partidista, en la cual todos están desdibujados. Por ejemplo, el PAN dejó de ser democrático, olvidó sus principios y valores políticos para arrojarse a un pragmatismo, que en los estados se traduce en un marcado feudalismo político; un partido que se olvidó del debate interno, de su democracia interna, de las ideas políticas, pero sobre todo, de la ética política. Ahora todo se resuelve a través del dedazo en la designación de sus candidatos y, que la disputa política interna se resuelve en la complicidad de la carroña partidista.

En el caso del PRI y el PRD, ambos de nomenclatura revolucionaria, que cumplen fehacientemente con aquella famosa frase de Pierre Victurnien Vergniaud: "La Revolución es como Saturno, devora a sus propios hijos"; el primero si no avanza a su cuarta etapa política pronto desaparecerá y el segundo está íntimamente ligado al primero, como su “hermano siamés”, como le llamó Enrique Krauze. No solamente desapareció el referente revolucionario en una sociedad posmoderna, sino que ya no tiene ningún significado esa palabra hoy en día, y mucho menos su relación con la democracia, porque en un partido tribal, la democracia es por demás un asunto exótico, inaprensible; puesto que lo salvaje, políticamente hablando, jamás se civiliza.



En el caso de MORENA, no es un partido político. Es un simple movimiento personalista, neopopulista, globalifóbico y, que en el ser militante lo confunden con fanatismo político, son “adoradores”. Además, es un espacio en donde las ideas brillan por su ausencia, lo único a lo que se reducen son a los clichés de la mafia en el poder, cuando, paradójicamente, ellos también son la mafia en el subsistema de partidos.

En el mismo orden de ideas sobre los partidos políticos, actualmente se está empezando a redescubrir a la filósofa francesa Simone Weil, quien escribió un breve texto que lleva por título “Nota sobre la supresión general de los partidos políticos”; intelectuales mexicanos como Herman Bellinghausen y Javier Sicilia están retomando a la referida filósofa para reflexionar sobre el caso mexicano. Pero, ¿qué es lo que sostiene Weil? Por ejemplo, afirma que los partidos políticos son máquinas “de fabricar pasión colectiva”, organizaciones “construida[s] de tal modo que ejerce[n] una presión colectiva sobre el pensamiento de cada uno de los seres humanos que son sus miembros”, pues “la primera finalidad”.

Siguiendo con Simone Weil, ella considera que la democracia no se concreta por la naturaleza misma de los partidos políticos, quienes tienen tres elementos claves que no la dejan prosperar: a) son máquinas de fabricar pasiones colectivas; b) son organizaciones creadas para eliminar cualquier tipo de pensamiento alternativo entre sus miembros y, c) el único fin de un partido político es su propio crecimiento sin límite. En caso de aglutinar estas características se puede comprobar que “todo partido es totalitario en germen y en aspiración”. Un partido está diseñado para buscar no el bien común, sino el poder total. El único límite a sus ambiciones es, naturalmente, otro partido.



Si retomo a Simone Weil para el caso mexicano, pues los partidos políticos dejaron de ser máquinas políticas, como lo fue el PRI y, actualmente si se acercan a jugar con las pasiones colectivas, como son la “lucha en contra de la corrupción” o la “mafia en el poder”, una narrativa maniquea que funciona en el plano general porque exalta la inconformidad social, la cual combinan con la eliminación interna de alguna voz crítica, disidente o simple y, sencillamente, diferente, por eso no hay pensamiento alternativo en ningún partido político mexicano, todos son uniformes y cada vez más evidencian su metafísica de la banalidad, como se puede observar en sus spots, en sus jingles, en el Photoshop, el ayuno de ideas para enfrentar la complejidad socioeconómica del país y darle un rumbo distinto, porque la gobernación es una navegación compleja y no es eficaz dejarse llevar por la corriente en la impasividad o la inacción gubernamental.

Finalmente, quizá la única aspiración que observamos en el reino de la mezquindad política mexicana, es que los partidos están gozando la destrucción del gobernante en turno, y sólo esperan la oportunidad de ocupar el espacio público roto que también gobernarán, y que no la visibilizan. Por lo tanto la política dejó de ser la construcción del futuro en este país, es así entonces cómo el mayor lastre público hoy, son los partidos políticos.