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Sección: Estado de Veracruz

Ante la muerte Jesús responde no con una palabra sofisticada

Pbro. Jos? Juan S?nchez J?come 03/04/2017

alcalorpolitico.com

Nos acomoda muy bien la historia de la familia de Betania. Se adapta perfectamente al momento de crisis y desánimo que estamos pasando como sociedad. Es una historia que también nos lleva a reflexionar sobre la manera que enfrentamos y experimentamos situaciones límite en la vida, sobre todo ante la muerte de nuestros seres queridos.

Sin considerarnos las personas más atentas, bondadosas y calificadas, sin embargo podemos asegurar la amistad de Cristo Jesús. Nos consideramos amigos de Jesús y estamos seguros que también Él busca nuestra amistad y provoca el encuentro a lo largo de la vida.

Lo descubrimos constantemente como ese amigo incondicional que siempre está dispuesto a escucharnos y recibirnos, a pesar de que nosotros no siempre estemos a la altura como amigos, porque nos alejamos de Él y no cultivamos atentamente su amistad.



Pero a pesar de todo, a pesar de nuestros descuidos, estamos seguros que contamos incondicionalmente con su amistad. Conocemos al Señor y despertó en nosotros una amistad desde hace muchos años. Hemos venido creciendo en la amistad con Él y no es solamente que nosotros lo busquemos o hagamos todo el gasto en esta relación sino que Él toma la iniciativa, se hace presente y se aparece en el momento que más lo necesitamos.

Conocemos a Jesús, hemos crecido en su amistad y por eso quizá nos atrevemos, como Martha, a reclamarle su ausencia, a externarle nuestra indignación cuando pasan cosas que lamentamos tanto en la vida. Hay amistad y confianza con el Señor y por eso nos sentimos ofendidos, decepcionados y desilusionados cuando pensamos que no nos ayudó ni intervino en nuestro favor.

Aunque no siempre estamos a la altura de su amor ni cultivamos de cerca su amistad, sin embargo llegamos a pensar que nuestro amigo nos falló, que en el momento que más lo necesitábamos no estuvo con nosotros. Como un verdadero amigo que nos conoce, que nos comprende y que no se desespera, el Señor nos escucha y nos va llevando de manera imperceptible del sufrimiento a la paz, de la duda a la fe, del reclamo a la aceptación.



Así lo experimenta Martha, la familia de Betania y todos los que lloran la muerte de Lázaro. ¡Cuánto anhelamos llegar a dar ese paso! ¡Cuánto quisiéramos resucitar en vida! ¡Cuánto deseamos resurgir a una vida auténtica de fe! Es decir, no quedarnos sumidos en la amargura, no quedarnos estancados en la decepción, no quedarnos paralizados ante el miedo, no quedarnos hundidos en el sufrimiento.

Ante la muerte de un ser querido, ante las enfermedades, los peligros, las injusticias, la inseguridad y todas las amenazas que hay en nuestro entorno, cómo quisiéramos que la fe nos despertara, que la fe nos devolviera la alegría de vivir, que la fe nos llevara a profesar incluso con nuestros lágrimas: ¡Tú Señor eres la vida, Tú Señor eres la resurrección!



No quedarnos con nuestro dolor, no quedarnos con nuestra frustración, no quedarnos con nuestras quejas y amarguras sino dar el paso de la fe como Martha, eso es lo que con insistencia le pedimos al Señor: del sufrimiento a la paz, de la duda a la fe, del reclamo a la aceptación.

Que Jesús nos vaya llevando de tal manera que podamos no sólo exponerle a Dios nuestro dolor, frustración y sufrimiento por la muerte del ser querido o por la crisis generalizada que vivimos, sino nuestra fe y esperanza en sus divinos designios.



En la medida que compartamos a Jesús nuestro sufrimiento iremos percibiendo una realidad diferente. Frente al misterio de la muerte y del sufrimiento Jesús tiene para nosotros una respuesta; una respuesta en este caso que no es una palabra inteligente, bien elaborada, sofisticada e innovadora, sino que la respuesta de Jesús es su presencia, su Espíritu que nos habita en la medida que dejamos que venga a estar con nosotros, a llorar con nosotros, a experimentarnos amados especialmente por Dios.

No desconocemos todas las amenazas y factores negativos que hay a nuestro alrededor y que hacen más lúgubre nuestra vida. Se experimenta mucho miedo a nuestro alrededor, pero no debemos bajo la presión del miedo agrandar los peligros.



Los cristianos estamos llamados a confiar en la poderosa fuerza del Espíritu que viene a resucitar y levantar el ánimo de los que viven como muertos.