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Sección: Estado de Veracruz

Libertas

Aprovechar el presente con reflexión y justicia

José Manuel Velasco Toro 04/03/2021

alcalorpolitico.com

Desde mis años de estudiante en la secundaria y posteriores estudios, siempre escuché la conseja generalizada entre quienes ejercían la política, pocos con arte y los más con torpeza (lo que no ha cambiado en mucho), que había que leer El Príncipe, obra de Nicolás Maquiavelo (1469-1527), político y diplomático florentino, de esa Florencia de Dante Alighieri que este 2021 cumple 700 años de su muerte y cuyo legado filosófico, literario y político nos sigue deleitando con la Divina Comedia y De la Monarquía. Esos políticos sólo aprendieron de Maquiavelo que se había de recurrir al engaño, la astucia y la hipocresía para lograr el fin personal perseguido; de arruinar a los enemigos, de echar abajo lo hecho por los otros, de impedir que los oponentes adquieran fuerza y autoridad, de vengar las ofensas por ligeras que sean, pero, sobre todo, de la manera de hacer nuevos y fieles “cortesanos”, para ser reverenciados y, por tanto “dichosos”, ejerciendo el poder. La frase, “El fin justifica los medios”, no es de Maquiavelo sino de una nota al margen que escribió Napoleón Bonaparte cuando leyó el libro, haciendo referencia al consejo que Maquiavelo hizo a los príncipes (no hay que olvidar que en ese entonces no existía una Italia unificada, sino que era un conjunto de estados y reinos gobernados por monarcas que estaban en constante conflicto entre sí) y refiere al hecho de que si un objetivo es importante cualquier medio es útil para alcanzarlo. En suma, en lo que se han fijado los políticos, no ha sido en el talento de diplomacia que aconsejó Maquiavelo para el buen gobierno, sino en las referencias de lo que no es correcto en el afán de buscar y retener el poder. En alusión a ello escribió: “El príncipe, […], en que gobierna él con algunos ministros esclavos, tiene más autoridad, porque en su provincia no hay ninguno que reconozca a otro más que a él por superior”. Y claro, lecturas clásicas para el buen gobierno como De la Monarquía de Alighieri en la que asevera que “Los tiranos no hacen servir las leyes a la utilidad común sino a su utilidad personal”, cuando el deber ser y el bien hacer es la perfección de la libertad para todos resaltando la paz, la justicia, el derecho y la solución de las controversias como objetivos de buen gobernar; o la obra de Marco Aurelio (121-180), Meditaciones en las que aconseja actuar con seriedad, amor, libertad y justicia, no son referencia en la escasa lectura, si es que la ejercitan, del político contemporáneo.

Demos una probadita de los principios de ética que debe, o debiera observar, quien se ocupa del hacer público, a partir de la obra de Marco Aurelio, emperador romano que se le conoce como el Filósofo, considerado en la historia italiana como uno de los cinco mejores emperadores que tuvo Roma. Cuando estaba en campaña de conquista de los Germanos y Partos en la frontera del Danubio, reflexionó sobre la vida y el aprendizaje derivado de la experiencia. Meditó sobre las enseñanzas familiares, la moral y la conducta pública. Nos habla del ejercicio de la diplomacia como arte de gobernar y de los sentimientos profundos que nos permiten aceptar con serenidad los acontecimientos de la vida. Su pensamiento estoico exalta la razón, el sentido del bien personal para coadyuvar al bien común y del cuidado de sí mismo. En el Libro I de Meditaciones, narra las fuentes de su aprendizaje de vida que provinieron de la familia, del filósofo Diógenes de quien aprendió la aversión a las frivolidades, del político y filósofo Aruleno Rústico quién le enseñó que hay que “leer con reflexión, sin contentarse con una noticia superficial de los escritos”, así como algo fundamental en el ejercicio público, “no dar fácil ascenso a las personas que charlan de todo fuera de propósito” ni pretextar que se está “muy ocupado” para evitar el atender los asuntos públicos a los que se tiene obligación de responder. De su Ayo (educador de niños) aprendió el “afán de obrar por sí mismo” y menospreciar “a los chismosos”. Del matemático y filósofo griego Apolonio, nos cuenta, conoció la importancia de la “independencia de espíritu” y la calidad de la razón para discernir sobre las cosas aún mínimas. También menciona que, de Marco Cornelio Frontón, gramático y abogado romano, supo que en el ejercicio de la política había de cuidarse de no caer en “la envidia, la duplicidad y la hipocresía” que es propia de los tiranos. Y algo fundamental, de su hermano Severo, valoró el amor “a la familia, a la verdad y al bien” y adquirió “la idea cabal de un estado democrático, fundado sobre la igualdad y la libertad de voto, y de un poder que respetase, por encima de todo, la libertad de sus vasallos”. Meditación que, traducida al momento actual, solo requiere sustituir la palabra “vasallo” por la de “ciudadano” para hacerla acorde con la historicidad de los tiempos. De su padre, nos cuenta, obtuvo consciencia de varios principios esenciales en el hacer de la política y el ser ético social: “la indiferencia respecto a las vanas apariencias de gloria”, “atención para prestar oídos a los que son capaces de proponer algún proyecto de utilidad pública”, “la habilidad en discernir cuándo hay necesidad de un esfuerzo persistente o de un aflojamiento”, “la constancia en examinar minuciosamente los asuntos sin renunciar a una cabal investigación”, “la represión de las aclamaciones y de todo género de lisonja hacia su persona”, pues afirma, ¿de qué le sirven las alabanzas, si no se tiene la mira en alguna utilidad de gobierno”. También asevera que no se debe recurrir a “ninguna bajeza para granjearse la popularidad”, pues “cuadra al hombre sólo gobernar por las reglas del deber y no por el aura de la gloria popular”. Sobre todo, porque el “que anda alucinado por la gloria póstuma, no se imagina que cada uno de los que se acuerdan de él morirá también muy en breve; después, a su vez, morirá quien lo remplace, hasta que todo su recuerdo se haya extinguido […] como luces que se encienden y apagan”. Sabios consejos en los que, pese a la distancia del tiempo, deben ser principios de observancia para quien ha decidió dedicarse a la función pública. Concluyo con palabras de Marco Aurelio: “Mientras vives, mientras es aún posible, sé hombre de bien”, pues “Conviene aprovechar el presente, usándolo con reflexión y justicia”. De otra forma se vencerá, pero no se convencerá.