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Sección: Estado de Veracruz

Sursum Corda

Basta que otro muera para yo me sienta un sobreviviente responsable

Pbro. José Juan Sánchez Jácome 07/09/2020

alcalorpolitico.com

No alcanzan nueve días para llorar y orar por nuestros difuntos. Tampoco son suficientes si con ello se tratara de rendir un homenaje a la trayectoria de nuestros seres queridos y a la forma como lograron impactar nuestra propia existencia. Lo que representan para nosotros, su huella imborrable y el dolor de su partida se sitúan muy por encima de los homenajes y reconocimientos que les podamos hacer.

Definitivamente no basta un minuto de silencio ni tampoco son suficientes nueve días de oración y reflexión. Pero la tradición de la Iglesia ha visto la necesidad de un tiempo prudente como éste para que el misterio de la muerte vaya revelando ante nosotros aquellos aspectos que regularmente no logramos captar ante el giro frenético que le damos a la vida, donde no valoramos y pasamos por alto las cosas del espíritu.

La muerte de nuestros seres queridos nos deja profundamente marcados por el sufrimiento y la soledad, por lo que necesitamos un tiempo prudente para reflexionar, hacer oración y recuperar la paz a fin de retomar el camino de la vida.



En esos momentos de duelo y sufrimiento por la partida de nuestros seres queridos hemos sentido el calor, la cercanía y el acompañamiento de la Iglesia que como una madre nos acoge, nos estrecha en su regazo, nos va fortaleciendo y nos infunde esperanza. Hemos encontrado en esos momentos difíciles la paz, la fortaleza y la esperanza a través de la santa misa, el rezo del santo rosario, la comunión de los santos, las muestras de cariño y solidaridad de nuestros amigos y la oración constante de los hermanos.

Intuimos, en efecto, que necesitamos un tiempo prudente como éste para llorar a nuestros seres queridos, hacer oración y comenzar a recuperarnos de un proceso que siempre será doloroso y difícil de aceptar. Ni las personas más religiosas y cercanas a Dios dejan de sufrir y conmoverse ante la muerte de sus seres queridos.

Por lo tanto, no podemos confiarnos o comparar este sufrimiento, por la pérdida de un ser querido, con otros dolores que hemos padecido en la vida. Cuando no sabemos vivir estos procesos ignorando y relativizando los dolores espirituales, más tarde repercuten y afloran esos gritos del alma que no escuchamos, esos dolores que no atendimos en su momento y que no lograron sanar de la manera más conveniente. No se puede reprimir un dolor como éste, o decir con ingenuidad que ya pasará.



De manera personal y familiar hemos enfrentado estas experiencias de duelo en muchos momentos de nuestra vida. Sin embargo, ahora nos toca enfrentar lo que podríamos llamar un duelo nacional ante la muerte de miles de personas a consecuencia de la pandemia.

En estos tiempos de luto generalizado llegamos a expresar no simplemente que se muere la gente, sino que se nos muere la gente porque es una realidad dolorosa que golpea nuestra vida. Nos pesa, nos provoca dolor y nos cuestiona este ambiente de muerte que aparece por doquier. No importa que no conozcamos a todos o que nunca los hayamos visto. Cómo duele saber que la muerte llega inesperadamente a las familias, pueblos y comunidades dejando a su paso sufrimiento y desesperanza.

Aunque en nuestras tradiciones religiosas tenemos un día de muertos, gran parte de este año se nos ha convertido en tiempo de muertos, meses y semanas de muertos que ensombrecen el ambiente en el que vivimos.



Si en la opinión pública y en la actuación política no ha habido sensibilidad y conciencia para saber conducirse en este ambiente de luto, pasando por alto el sufrimiento generalizado que hay en nuestro pueblo, no dejemos de reconocer el dolor que nos provoca esta realidad y por lo tanto la necesidad que tenemos de canalizar y tratar nuestro dolor a través de ese camino espiritual que nuestras familias y comunidades han recorrido y respetado para recuperar la paz y la esperanza.

No son estadísticas ni datos sociológicos los números que se presentan a diario para reportar la evolución de la pandemia. Se trata de historias que han generado sufrimiento y que han dejado muchas heridas abiertas en el corazón de las familias. Cuánto cuesta aceptar que no haya sensibilidad en nuestros gobernantes para conmoverse ante estas historias muchas de ellas alcanzadas por la tragedia.

Siguiendo el pensamiento del filósofo Emmanuel Levinas hay que subrayar que: “Basta que otro muera para yo me sienta un sobreviviente responsable”.



Se esperaba una actitud más humana de parte de nuestros gobernantes ante la tragedia que está viviendo nuestro pueblo. Esta actitud de indolencia e indiferencia ante el sufrimiento generalizado de nuestro pueblo nos lleva a suponer que algo anda mal cuando la muerte del otro no cuestiona la propia conciencia.

A pesar de este clima de crispación y confrontación política que no favorece un ambiente de reflexión y respeto frente a la muerte de miles de personas, esperamos que entre nosotros prevalezca una actitud más humana y cristiana para valorar más nuestra vida, para ser más humildes y responsables, para hacernos solidarios con el sufrimiento de los demás y para acercarnos más a nuestros semejantes.

Con su propio estilo lo dice la canción popular: “La muerte al separarnos del que se aleja, nos enseña a acercarnos a los que deja”.