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?Saca? de 150 a 200 pesos diarios

Cada quien se gana la vida como puede: Maritza lanza llamas de su boca

Llegó al Puerto huyendo de las inundaciones de Tabasco; aquí encontró refugio y trabajo

Ignacio Carvajal Veracruz, Ver. 01/09/2008

alcalorpolitico.com

En medio de uno de los fraccionamientos de más alta plusvalía de la ciudad ­-El Reforma­- la familia de Maritza, una tragafuegos, ha hecho de los semáforos de las avenidas La Fragua y Bolívar su segundo hogar; allí ella y sus hijos conviven, se pelean, se alegran, sueñan y se respaldan en el trabajo.

Maestra del oficio, lanza flamas que se elevan por encima de los 4 metros. Con memorizados movimientos dirige su fuego en dirección trasversal para evitar el peligro. A veces debe ser más cuidadosa para no incendiar los cables de electricidad que penden de postes cercanos.

Cualquiera si la viera pensaría que se esfuerza por llevar su oficio más allá de lo común, como un ritual artístico.

Luz verde. Maritza se para bajo el semáforo. Los carros pasan a unos 60 kilómetros por hora. Saca un alambre al que le ha atado un pedazo de estopa. Es su mecha para prender fuego. Siempre la mantiene ardiente.

Luz Roja: comienza el show. Traga un poco de combustible, lo retiene en la cavidad bucal. Da unos pasos hacia delante, se adueña del centro de la vialidad, cuidando no bloquear el tráfico de la otra arteria. En una especie de saludo a su público motorizado, extienden la mano en la cual porta la mecha encendida, se la acerca a los labios y lanza un chorro de diesel.

Hastiados por la hora en que salen de la oficina, cansados del trabajo, ansiosos por llegar a casa a descansar, los conductores se sacuden el ánimo y no pierden detalle del espectáculo callejero.

Confundidos, la observan, no por el hecho de ver a un tragafuegos, sino porque es del sexo femenino y con toda la apariencia de una ama de casa. A primera impresión, eso recuerda Maritza: una señora de su hogar, tal vez con hijos, esposo y múltiples obligaciones caseras, pero que por la precaria situación económica se ha lanzado a la calle, a un semáforo, a ganarse la vida fabricando flamas con su boca.

Se llama Maritza Marroquín Villatoro y es madre de tres niños: una pequeña de año y medio de nacida y dos varoncitos de siete y ocho que no van a la escuela porque a Maritza no le alcanza el dinero para pagar útiles, inscripción, uniformes, además, pasaje y lonche. Con suerte, diariamente consigue para alimentarlos.

Para ganarse la vida, Maritza, su mamá y su hermano, todos los días, de siete hasta doce de la noche, trabajan en el crucero de las avenidas La Fragua y Simón Bolívar. Una familia completa subempleada en los bajos de un semáforo.

La madre de Maritza vende chicles o dulces y ella y su hermano son “tragafuegos” debajo de los semáforos. Desconoce porque les llaman tragafuegos, “en realidad no me lo trago; lo lanzo al aire para que los conductores me den unas monedas”, dice.

También es muy fijada en no quemar a transeúntes o carros que pasen cerca cuando se encuentra en labores de dragón, más a los taxis, que son atrevidos y se cruzan los altos, amenazando, incluso, con atropellarla.

Sin embargo, le ha tomado aprecio a los ruleteros del puerto, esos de fama de brabucones e igualados. Y es que muchas veces le han alegrado el día tras desprenderse de un billete de 50 pesos, toda una hazaña en este oficio de rejunta pesos y centavos, que en montón, diariamente le suman entre 150 y 200 pesos.

Originaria de Jonuta, Tabasco, una de las regiones más pobres del Edén, tras la inundación del 2007, que puso de rodillas al estado, empantanando más del 50 por ciento de su territorio, decidió avecinarse en Veracruz porque las anegaciones también arrasaron su casa.

Las acciones del gobierno local y estatal no fueron suficientes para reparar los daños en su pueblo. Antes de sentir necesidad de robar para mantener a sus hijos, emigró. Acá estará mientras juntan dinero para regresar y reconstruir la vivienda en Tabasco.

Ni DIF municipal ni estatal han hecho algo por ayudarle, desconoce de programas asistenciales para la mujer. Por eso diariamente arroja con su boca de 10 a 5 litros de combustible para tractocamión, diesel.

“Una vez vinieron los del DIF al semáforo, pero no querían ayudarme; iban a recoger a mis hijos porque no los mandaba a la escuela y ta’ban mal cuidados, pero los chamacos salieron corriendo y no se dejaron llevar. Dejé de venir acá un tiempo para evitar encontrármelos, ya no han venido a molestar”, narra.

En diesel, gasta unos 70 pesos para una sola jornada, una inversión para su trabajo, “lo de menos es echarle ganas para recuperarla lo más pronto posible y sacar el extra para comer al día siguiente, ahorrar una poco para la ropa de los hijos y la medicina de Carmen”, la menor de sus tres niños.

Con menos de un año de nacida, es una florecita muy enfermiza. A ella también la llevan al semáforo. Mientras el resto de la familia lidia con el tráfico y el fuego, Carmen duerme en su carriola, entre mantas, como una flor en capullo.

Desde hace unos días, por una infección en el oído, la pequeña Carmen llora mucho y está de mal humor. Maritza invirtió todo lo ahorrado para llevarla a consulta y comprarle medicamentos. Como no le alcanzaba, pidió prestado.

También debe la renta. Maritza se ha convertido en una mujer de retos, y su próxima meta es sacar de este semáforo la plata suficiente para pagar el préstamo, la renta y alimentar a los hijos.

A pesar de que la casera no le ha pedido con malos modos la renta, es quisquillosa con los inquilinos morosos, “no me gusta deberle a nadie ni que me anden cobrando”, cuenta.

Son las nueve de la noche. Maritza apenas ha recibido 90 pesos, la noche es joven y los carros pasan por montones, hay muchas posibilidades de ganarse unas monedas, piensa.

Han pasado tres horas más desde que Maritza vio por última vez el morralito de yute en el cual acumula las monedas de la noche. Sólo ha sumado 50 pesos a los 90 de hace rato. Seca su rostro con un trapo percudido, oloroso a diesel. No se entristece y se contenta con no sentir dolores de panza y nauseas, típicas en su oficio.

“Ayer saqué un poquito más y me alcanzó para comprar un litro de leche. Me lo tomé para alivianarme el estomago y boca, así corro menos riesgo de intoxicarme, pero a veces no alcanza para leche y hay que soportar los pequeños dolores de cabeza y el asco”, dice.

La jornada está a punto de finalizar. Ha quemado casi todo el diesel. Ya son pocos los carros que pasan por el lugar. En el morral apenas hay 150 pesos. Ni así se amilana, hoy fue un día de suerte, dice. Y es que antes de marcharse, una dama, a bordo de una resplandeciente camioneta de lujo, al notar cómo se esforzaba, le regaló un billete…50 pesos la denominación del papelillo.

Los ojos de la tragafuego brillaron de gusto y emoción. “Esto es señal de que mañana puede ser un día mejor y ya es menos para lo de la renta y el préstamo”.