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Sección: Estado de Veracruz

Libertas

Cambio de época, cambio educativo

José Manuel Velasco Toro 18/10/2018

alcalorpolitico.com

(Segunda parte)

Enlazar la generación de mediados del siglo XX con la nacida en el año uno del siglo XXI, es una tarea urgente de realizar, sobre todo porque ambas representan cambio de época generacional. Las diferencias son cualitativas y necesarias de comprender en una época en la que el cambio es la única certeza que poseemos. La generación que nació entre las décadas de los cuarenta y cincuenta del siglo XX, fue la generación de la posguerra que en Europa padeció el autoritarismo de la reconstrucción y la guerra fría; la generación de la posrevolución que en México experimentó el eufórico nacionalismo y autoritarismo del Estado benefactor; la generación que en Estados Unidos se vio envuelta en la guerra de Vietnam; la generación que protagonizó la Primavera de Praga en Checoslovaquia ante la invasión de la Unión Soviética para frenar las reformas política que se estaban impulsando en el país; la generación posterior a la guerra civil Española que desafió el autoritarismo franquista; la movilización estudiantil contra la presencia neofascista en la Universidad italiana; la demanda de una democratización del proceso de aprendizaje en Alemania. En fin, la generación que empezó a conocer qué sucedía en otras partes del mundo en el campo de la cultura que se manifestó con nuevos estilos musicales y expresiones pictóricas, con la reflexión filosófica que en vorágine conducía del existencialismo al materialismo histórico, que, en su mirada reflexiva, reflejó la posibilidad de un mundo con libertad y democracia.

La generación del XXI, en cambio, es la generación que está recibiendo un mundo moldeado por la primera, la que si bien propulsó cambios políticos, también es la generación que, en el contexto de la globalización, contribuyó a arrastrar nuestro planeta hacia el borde de una crisis que nos acerca a un peligro inminente de quiebre y sin precedentes de orden civilizatorio. Resulta limitado enumerar en unas cuantas líneas el conjunto de problemas interrelacionados que tendrá que afrontar la generación del primer cuarto del siglo XXI en lo cultural, ético, político, económico, educativo, religioso, ecológico, laboral y demás. Si bien es cierto que la generación del siglo XX propició un cambio democrático, también, paradójicamente, ha debilitado a la democracia misma (se discute mucho y poco se soluciona) la que se encuentra inmersa en una actitud acrítica de pos verdad que manipula pasiones y exalta una moral que basa la felicidad en la intrascendencia de la inmediatez y del consumo.



Hace cincuenta años Nanterre, Paris, Berlín, México, Praga, Londres, Chicago, Los Ángeles, Santiago de Compostela, Roma, fueron escenarios en los que, a lo largo de 1968, los jóvenes, estudiantes en su gran mayoría, levantaron su voz y volcaron su energía para protestar contra el avasallamiento del Estado, la familia, la Iglesia, la escuela. Mujeres y hombres cimbraron los cimientos de una sociedad opresiva que los ahogaba y limitaba sus posibilidades de libertad y decisión futura. Jóvenes pensantes, en buen número de la clase media ascendente que tenía posibilidades de acceder a la educación media superior y superior, mayoritariamente concentrada en las metrópolis de los países, cuyo humanismo provenían del existencialismo de Jean Paul Sartre y Albert Camus, la filosofía materialista de Carlos Marx, el pensamiento revolucionario de Ernesto Che Guevara, Antonio Gramsci, Mao Tse-Tung y Ho Chi Min, la crítica al capitalismo unidimensional de Herbert Marcuse, el anarquismo de Mijaíl Bakunin, incluso el psicoanálisis de Sigmund Freud. Lecturas humanísticas que alimentaron la imaginación y prorrumpieron en una dinámica que fue cambiando las relaciones de la sociedad autoritaria hacia la búsqueda de una sociedad en la que la democracia social se elevara a cualidad de proyecto de vida.

Sin embargo, (siempre hay un, sin embargo) esa generación acentúo la dinámica antropogénica que, en conjunto global, ha puesto en peligro la vida planetaria. Reportes hablan de cientos de especies extintas debido a la caza y pesca indebida, contaminación ambiental y destrucción de su hábitat. La disponibilidad de agua apta para consumo humano se ha reducido considerablemente por contaminación, deforestación, urbanización y excesiva explotación de mantos freáticos. El aumento de la temperatura global es un hecho incontrovertible cuyos efectos interrelacionados amenaza poner fin a la vida como la conocemos: aumento de niveles del mar que inundarán grandes áreas costeras provocando profusa migración hacia partes altas, acidificación de océanos que traerá desaparición de especies, problemas graves para producir alimentos por la intermitencia de sequías o exceso de lluvia, en fin, un panorama nada alentador cuyos graves problemas son resultado de una política fundada en la sobreexplotación de los recursos naturales, el uso creciente de combustibles fósiles y un actitud consumista procreada por el estrés de una vida individualista que ha desquebrajado las bases colectivas. La paradoja es que esa generación del 68 pionera en la transformación política, también, con las subsecuentes generaciones, nos sumamos al desenfreno consumista y al desprecio hacia la naturaleza olvidando que somos seres biológicos, actitud que ha acelerado profundas contradicciones que nos colocan en un nivel de conflicto social y al borde de la catástrofe bio-civilizatoria.

Hoy estamos frente a la generación nacida en el año 2000, jóvenes que tienen la misma edad de los del 68 y, al igual que aquellos, representan el recambio generacional de la primera mitad del siglo XXI. Los jóvenes de hoy poseen otra visión del mundo y de la vida que contrasta con la de quienes fuimos protagónicos, directa o indirectamente, del cambio liminar del 68. En cierta forma es y será la generación del futuro inmersa en una infinita información, aprendiendo en cursos en línea, entrelazada por un clic a la red de internet. Por tanto, no queramos verlos desde nuestra óptica, comprendamos la suya y sumemos esfuerzo para reconstruir un mundo que nuestra generación contribuyó a desorganizar. No dejemos la carga de la solución solo a ellos. Nosotros somos parte del desastre por venir y tenemos la ineludible obligación de hacer el esfuerzo por reconvertir la situación para darle a la nueva generación del siglo XXI el conocimiento, la habilidad de regeneración intelectual, la consciencia ética planetaria y el sentido de comunidad necesario para recobrar el equilibrio en todo orden. La educación es clave, pero para ello debemos trascender, y rápido, hacia una democracia cognitiva que supere la flagelante pobreza intelectual y sitúe la libertad, nos señala Peter Sloterdijk, “como la disponibilidad para lo improbable” que a su vez es posibilidad de lo realizable. Pensamiento reflexivo, colaboración, comunicación y creatividad son las habilidades del futuro para aprender nuevas cosas y saber navegar en el cambio.


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