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Sección: Estado de Veracruz

Libertas

Caos: transición y equilibrio

José Manuel Velasco Toro 04/02/2021

alcalorpolitico.com

¿Caos? Del caos nació el orden, según nos cuenta mitologías de diversas culturas. En la antigua Grecia, Caos era el dios primordial, origen de todo. El concepto es, en su significado etimológico, “espacio que se abre” del vacío a la existencia. Del desorden al orden, tránsito que está ligado a Cronos, el Tiempo como divinidad, el tiempo devorador que es, a la vez, constructor, movimiento, transcurso. Caos y Cronos son inseparables, mutuamente se hacen y rehacen, se transforman en dinámica infinita. Las culturas así lo concibieron desde hace miles de años, lo mismo en Oriente que en Occidente, en África que en América. En Mesopotamia el orden nació de la diosa Madre Nammu que, al emerger de su masa acuosa y caótica, creó a Tiamat (el agua salada), Apsú (el agua dulce), Ansar (cielo universal) y Kisár (tierra universal); del cielo y de la tierra nació Anu que creo a Ea quien a su vez engendró a Marduk que impuso el orden en el universo. En el Libro del consejo de los Mayas, el Popol Vuh, el canto de la creación narra: Nada existía. Solamente la inmovilidad, el silencio, en las tinieblas, en la noche. / Sólo los constructores… Serpientes Emplumadas. Y en Génesis (1, 2) se habla que Dios aleteaba sobre las aguas cuando la tierra era soledad y caos, y las tinieblas cubrían el abismo; entonces Dios creo la luz y la separó de las tinieblas, creó el firmamento que llamó cielo y separó las aguas y las reunió para que apareciera lo seco que llamó tierra y creó la vida vegetal, animal y al Hombre. El agua primordial, origen de la vida, universo y naturaleza, cielo y tierra constituyen, juntamente con el tiempo, el instante de la creación, del orden fundacional. Así, El caos y el tiempo también fueron imaginados como un huevo primordial en la cultura Órfica mediterránea, en la cultura Mixe de Oaxaca, en la mitología China en la que el caos se funde en un huevo primigenio del que nace Pangu, origen de la tierra o en la cosmogonía Mandé en África: Antes de la creación del mundo, antes del comienzo de todo, no había nada salvo / Un Ser. Este era un vacío sin nombre y sin límite, pero era un vacío vivo, incubado / El tiempo infinito, intemporal, era la morada de este Ser-uno. / [...] Guéno (el Tiempo infinito) quiso darse a conocer. […]. Entonces creó un Huevo maravilloso, dividido en nueve partes, e introdujo en su interior los nueve estados fundamentales de la existencia. […]. Así, del vacío emergió el orden, la mesura entre el día y la noche, la luz y las tinieblas, la tierra y el agua, el bien y el mal. Desde esos días primordiales deviene la idea de que el caos es algo confuso, desordenado, destructivo, desestabilizador, anárquico, trastornado, embrollado, considerando que su presencia es sinónimo de alteración y rompimiento del equilibrio. Sin embargo, en la medida en que la humanidad ha avanzado en el conocimiento del Universo, en la comprensión de la dinámica de la Naturaleza, en la perspicacia de la imprevisibilidad de los procesos complejos, tanto físicos como sociales, caos ha vuelto a retomar su significado profundo de “espacio que se abre”, en el sentido de “estar abierto” a lo impensado, a lo nuevo, a la transformación.

Desde la década de los sesenta del siglo pasado, Edward Lorenz descubrió que la más pequeña diferencia en un sistema dinámico, como lo son las condiciones atmosféricas, podía causar una alteración con insospechados resultados, lo cual resumió en su metafórica reflexión “Previsibilidad: ¿debe el aleteo de una mariposa en Brasil causar un tornado en Texas?”, hipótesis que retomaron James York y Tien-Yien Li para demostrar que el caos no es desbarajuste, sino un sistema dinámico “que se abre”, paradójicamente, al desorden ordenado. El caos es, como también lo demostró Robert May, una propiedad universal cuya estructura dinámica va del desequilibrio emergente, bifurcación que altera el equilibrio cotidiano, hacia el retorno del equilibrio con nuevos parámetros en el orden. Así nació la teoría del caos que nos permite comprender la simiente en el movimiento transformacional de las cosas, percibir las fluctuaciones que pueden o no adquirir potencia de bifurcación y, bajo la veleidad del azar, ser el “aleteo de la mariposa” que irrumpe el punto de equilibrio estable para oscilar hacia un régimen caótico que desembocará, finalmente, en una nueva dinámica de estabilidad, “Caos y ritmo”, nos dice Franco “Bifo” Berardi, orden en la dinámica del cao, juego cósmico, “ritornello que busca concatenarse sintomáticamente con el ritmo del universo”. Y en el cosmos social, en ese conjunto entrelazado de panlogismos históricos, la diferencia caótica puede ser tan sutil como violenta, tan suave en la transición como brusca en el cambio, tan acelerada como dispersa en su movimiento, pero siempre emergerá de una bifurcación, punto primigenio del caos que, en su dinámica, acelerada o tardía, tenderá a reestablecer el equilibrio tensional existente en la diferenciación implicada. Y claro, el avance hacia un entorno nuevo creará nuevas tendencias antagónicas bajo una abundante situación de comportamientos.

La pandemia de la COVID – 19 ha sido el punto álgido de la bifurcación que aceleró los desequilibrios latentes en la sociedad global: inequidad en el progreso mundial, precariedad espiritual, alteración profunda de las condiciones que hacen posible la vida planetaria, desequilibrio negativo en la relación población humana-recursos naturales, cambio en los factores de la producción que ahora dan preeminencia al conocimiento científico y la innovación tecnológica, reconfiguración cosmopolítica que entreteje factores y actores humanos como concepciones del mundo que están estableciendo nuevas diferenciaciones tensionales de fuerza y equilibrio, pero sobre todo, acentuó la desigualdad social, educativa y laboral de millones de personas en el mundo, en especial de los países con menor desarrollo, y México no es la excepción del caso. En este sentido, la disrupción del mercado laboral que ya estaba en ciernes se aceleró. Las condiciones de “distanciamiento social” obligaron a un cambio de rumbo en el hacer diario, a una modificación imprevista de la conducta social, a una reconversión en varios campos laborales, al traslado del foco educativo de la escuela a la casa, en suma, a la adopción de nuevas medidas y aceptación, no sin resistencia, de la concatenación tecnológica con el trabajo, la educación, la cultura, la política, el mercado y las finanzas. Caos que ya estaba en marcha, pero que se clarificó con la bifurcación que aceleró el virus a partir del segundo mes del año de 2020. La recesión económica es evidente como lo es el desequilibrio laboral que amenaza la paz social. La pobreza creció desproporcionalmente. El Banco Mundial calcula que cerca de 115 millones de personas han caído en pobreza extrema y estima que en 2021 rebasará los 150 millones de personas. Y en materia de educación el rezago será desastroso, pues no sólo afecta el avance cognitivo general que se verá reflejado en las disparidades intelectuales que esto ocasionará, sino también en la salud emocional de miles de niñas, niños y adolescentes con consecuencias imprevistas en el desarrollo futuro de sus vidas. Tan solo en el mercado laboral futuro, donde la dinámica productiva ya descansa en la tecnociencia, verá reducido su umbral de absorción hacia aquellas personas con ciertos perfiles cognitivos y habilidades socioemocionales para aprender en el aprender a lo largo de la vida, con disposición al trabajo colaborativo y sensibilidad para la resolución de problemas, con conocimientos informáticos y manejo de tecnología de la información. La pandemia aceleró lo que ya estaba inmerso en el proceso desorganizador y reorganizador del caos, en lo panlógico de la historia que jala hacia la consecución del mañana, aunque su memoria nos explica la memoria de lo impredecible, de lo plural. Así, por ejemplo, señala el Reporte del futuro del trabajo 2020 (The Future of Jobs Report 2020) del Foro Económico Mundial, la población con habilidades digitales en México es de tan solo el 43 %, lo que comparado con Arabia Saudita que tiene el 74 % o Suiza con el 72 %, incluso Pakistán con 51 %, queda muy por debajo de la potencial demanda laboral que tiende al trabajo a distancia (Home Office), la digitalización educativa, la automatización de muchas tareas mecánicas y procesuales, la aplicación de la Inteligencia Artificial (IA), el comercio digital y el análisis de datos. Campos que la pandemia aceleró y dinámicas que requieren de habilidad intelectual para resolver problemas complejos, estrategias de autoaprendizaje, mente abierta y pensamiento creativo, inteligencia emocional y aprovechamiento de la experiencia, autoorganización y flexibilidad ante situaciones emergentes. ¿Qué de esto ofrece la improvisada y desigual educación a distancia hacia la que se tuvo que girar por la pandemia? ¿Cómo evolucionará el trabajo a distancia? ¿En qué sectores productivos y de servicios se acelerará el uso de la automatización y aplicación de la IA? ¿En qué sentido urgirá el comercio digital? ¿Cómo impactará el cambio en la dinámica productiva en los empleos tradicionales? Estas y muchas más preguntas son obligadas. No podemos eludir la realidad que se avecina. Debemos reencauzar el caos hacia un prometedor equilibrio. Imaginar alternancias que permitan rediseñar un futuro en progreso, equidad, paz y libertad. ¡Nuevo reto civilizatorio para la humanidad!