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Columnas y artículos de opinión
Kairós
¿Qué podemos esperar de nosotros mismos?
Francisco Montfort Guillén
12 de octubre de 2016
alcalorpolitico.com
Los días que corren son de adversidades colectivas y desgracias personales de los directamente afectados. En primer lugar están los familiares de los “fieles difuntos”. Lejanos de Xalapa, los hechos ocurridos en Sinaloa que masacraron a soldados en funciones de guardianes del orden público. La celada fue mortífera y con dosis de despiadada mala fe. El hecho no es uno de tantos actos de la guerra civil limitada que envuelve a grupos específicos en todo el territorio nacional. Es un claro desafío al Estado mexicano. En el lado humano y político, expresemos nuestra solidaridad con los integrantes del Ejército Mexicano.
 
De manera dolorosamente cerca está el crimen de los estudiantes de la Universidad Veracruzana, jóvenes que fueron secuestrados como preámbulo de su muerte: segura tortura y descuartizamiento desalmado que afecta directamente el sentimiento colectivo de pertenencia a la sociedad veracruzana. Sentimiento de inseguridad, debilidad y desesperanza de ciudadanos que miramos impotentes episodios de una brutalidad desgarradora. En los dos casos mencionados, compadecer a las víctimas es poco o nada frente a nuestra impotencia por hacer menos dolorosa su ausencia en la vida de sus familiares.
 
La política no puede desentenderse de la naturaleza humana. Ahora nos llegan reflexiones de pensadores de países desarrollados que alertan sobre la probabilidad creciente de que los seres humanos consigan modificar biológicamente a nuevos seres humanos, dotándolos de características superiores a los estándares actuales, en relación a sus capacidades intelectuales y destrezas físicas, que los harían súper hombres y súper mujeres, al estilo de los héroes que nos adelantan el futuro en los programas de televisión y algunas películas de ciencia ficción.
 

Los avances de la ciberbiología y los nuevos descubrimientos en la cura de enfermedades acercan los deseos de construir una sociedad biológicamente renovada, prefiguración mostrada en la obra de Aldous Huxley, Un mundo feliz, que significa un retorno, pero al mismo tiempo, un nuevo estadio de acción histórica, de la división de la sociedad en biocastas. Los seres humanos más fuertes y diestros a la cabeza y grupos inferiores dedicados a las tareas más rudas o menos desafiantes intelectualmente, pero sin que estos grupos, normalizados biológicamente con menores capacidades, piensen, siquiera, en su condición secundaria, como hoy pueden hacerlo los esclavos.
 
De hecho hoy constatamos que la medicina tiene una división más clara sobre sus mercados, sobre sus objetos o sujetos de investigación y de consumo de medicamentos. Día a día es notable que la medicina se ocupa de dos grandes mercados. La cura de enfermos, los métodos para atemperar y erradicar enfermedades y males de millones de seres humanos. Y, por otro lado, el mejoramiento de la vida de seres humanos sanos. A éstos se les ofrece mayor potencia sexual, mayor rendimiento laboral, mejorar su estética personal, alargamiento de su vida en condiciones de dignidad. En ambos casos, aunque las empresas transnacionales de laboratorios químico-farmacéuticos han ganado enorme autonomía operativa y de gestión, y ampliaron sus libertades por las posibilidades abiertas por la medicina genómica, siempre deben contar con las restricciones que todavía pueden imponer ciertos Estados modernos.
 
Pero la naturaleza humana es importante para la política más allá, o más acá, de estos nuevos problemas de frontera que abre de manera permanente nuestra civilización científico-tecnológica. En todas las discusiones abiertas sobre la manera de resolver el problema del tráfico de mercancías ilícitas de todo tipo, que consume miles de millones de pesos y de recursos humanos por sus efectos perversos de violencia, de daños a la salud física y mental de seres humanos, sobre todo jóvenes, de daños a las empresas, negocios y actividades profesionales, poco se ha discutido sobre la naturaleza humana como soporte de estas actividades.
 

En esta guerra civil de baja intensidad se habla de combate al narcotráfico, de guerra de las drogas y de erradicar la violencia. En otras palabras, el discurso versa sobre una parte notable de la condición humana. Las palabras no logran esconder las acciones: en todos los casos hablamos de la naturaleza de los seres humanos en interacción con otros seres humanos. Deseo de lucro y de adquirir altas ganancias en el menor tiempo posible, que supera con mucho el simple fin de superar la línea de pobreza, para muy pocos en esa condición; el placer de ejercer el poder autoconstruido, el ejercicio de la violencia como expresión suprema del poder adquirido. Estos son componentes de la naturaleza humana que todos compartimos. Unos los ejercemos de acuerdo a las leyes y compensaciones que, construidas socialmente, nos sirven para canalizar estas cualidades innatas hacia objetivos socialmente útiles. Otros los usan únicamente como medios para realizar sus fines de manera egoísta también, pero socialmente reprobable.
 
El tratamiento de estas conductas antisociales es conocido. Requiere de medidas concretas, algunas personalizadas. Sabemos de soluciones delirantes, causantes de otras perversiones. En la película La Naranja Mecánica, de Stanley Kubrick, el drogadicto y violento personaje central del film es sometido a tratamientos bioquímicos. Es regenerado socialmente pero a cambio de desnaturalizarlo, es decir, es reinsertado a la sociedad a cambio de perder su naturaleza humana, convertido en “robot humano” el personaje pierde su capacidad de experimentar violencia.
 
La política debe considerar la naturaleza humana si quiere avanzar por los caminos de lo que socialmente convenimos como civilización. Resulta imposible, como proponen muchos miembros de la sociedad civil organizada (cualquier cosa que esto signifique) erradicar la violencia. Hacerlo significaría modificar de raíz la naturaleza humana. Las cuestiones ineludibles a resolver podrían ir por el camino siguiente: ¿Qué desata la violencia de ciertos seres humanos, hasta desbordar la razón y alcanzar los límites de la desmesura? ¿Cómo hacer que ese tipo de violencia en Veracruz regrese a su condición de excepcionalidad y abandone su carácter adquirido de normalidad? Son cuestiones distintas a las planteadas sobre el combate a los negocios de mercancías ilícitas, sobre la disminución de las pobrezas, sobre la educación y capacitación de jóvenes y adultos excluidos de la vida productiva legal.
 

Cada una de estas últimas cuestiones merece respuestas por separado. Respuestas políticas. Acciones específicas. Y por ser políticas las respuestas no pueden ni deben provenir exclusivamente de las autoridades policíacas, militares o navales. Requieren de respuestas de las instituciones de procuración y administración de justicia. También de respuestas de la misma sociedad civil, sobre todo de esta última. Bien dijo, de manera visionaria, el especialista Edgardo Buscaglia, que nos ocuparíamos de estos problemas hasta que los integrantes de las élites de la sociedad civil mexicana se vieran afectados por las actividades ilegales, ilícitas, de los grupos criminales.
 
Si la sociedad quiere desaparecer de su entorno las violencias desmesuradas, asociadas a las actividades ilegales, no sólo debe exigir actitudes profesionales y honestas de parte de los cuerpos policíacos, militares y navales. Debe coadyuvar con las medidas de violencia legítima de sus autoridades para reinstalar el orden. Pero significativamente, los ciudadanos pueden ayudar mucho más si son capaces de no solapar las actividades ilegales cotidianas de algunos de sus integrantes, denunciar a las personas asociadas con los criminales que ahora construyen bienes inmuebles por todo el estado de Veracruz. Y no sólo a los criminales de mercancías ilícitas, sino a los delincuentes de cuello blanco que obtuvieron cuantiosas fortunas con sus ilegales actividades gubernamentales y empresariales.
 
Y denunciar a todas las personas que nos defraudan con la educación de nuestros menores y jóvenes, a funcionarios que extorsionan a ciudadanos que requieren bienes y servicios públicos. Por eso la pregunta central siempre será ¿qué podemos esperar de nosotros mismos? Porque no podemos vivir civilizadamente si siempre pensamos que los malos siempre “son los otros”.