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Columnas y artículos de opinión
A salto de mata
Triunfo luego existo
Gino Raúl De Gasperín Gasperín
17 de noviembre de 2016
alcalorpolitico.com
La palabra éxito es un vocablo muy riesgoso. Generalmente se usa para motivar a los hijos o a los alumnos a estudiar, a trabajar, a progresar. Forma parte de los eslóganes publicitarios de muchas escuelas. Sinónimo de triunfo, con fuertes connotaciones emotivas, el éxito quiere decir salir, liberarse de su estatus social, familiar, individual, y elevarse a otras esferas, generalmente significadas por la consecución del poder y/o de la riqueza, muchas veces sin contemplaciones éticas.
 
«La corrupción que corroe a nuestras sociedades — dice Juan Manuel Aragüés Estragués, profesor y director del Departamento de Filosofía de la Universidad de Zaragoza— está estrechamente vinculada a una visión del mundo en la que el dinero y la ostentación se han convertido en la seña de identidad fundamental de una cultura del éxito. Éxito que se cifra, precisamente, en conseguir un elevado estatus y, con él, un alto nivel de vida. De este modo, solo se considera una vida exitosa aquella que viene acompañada por el poder, la presencia social, la influencia, la riqueza. Aquel que se sienta feliz por desarrollar dignamente su labor, por esforzarse en aquello que le hace sentirse realizado, será considerado un pobre diablo si no va acompañado de mucho dinero» (http://ssociologos.com/2014/10/10/donde-queda-la-etica/). Parafraseando a Descartes, diríamos: triunfo, luego existo.
 
Sin embargo, esta concepción del papel que un ser humano tiene en esta vida es particularmente riesgosa. Tal parece que, más allá de ese becerro de oro ante el cual se inclina el hombre, no existe nada, no importa nada y todo a él debe ser sacrificado: conciencia, libertad, dignidad, estudio, trabajo, profesión, familia, comunidad, país, naturaleza.
 

Sin caer en lecciones de moralina, lo que vivimos en nuestras sociedades actuales nos debe hacer reflexionar en lo que como padres o como maestros o como profesionistas o, sencillamente, como ciudadanos, estamos fomentando. Y esto para después no asombrarnos de los resultados. En la sociedad que resulta de esta manera de ver la vida, parece evidente que es la ideal: vales lo que tienes. En el mundo globalizado neoliberal no existen nacionalidades, existen marcas comerciales. El ser poseedor de las más renombradas es lo que te identifica, es tu identidad.
 
El sociólogo polaco Zygmunt Bauman, en su libro La ceguera moral, señala este deterioro progresivo y corrosivo en las relaciones humanas de estas sociedades postmodernas: «La ética o la moral, como prefieran decir, no existe para ciertos campos del quehacer, del comportamiento humano. Los actores de esos campos de acción (por ejemplo, los actores de la política) ignoran, prescinden de todo compromiso moral. Pueden hacer lo que quieren y les conviene a sus respectivos intereses egoístas, sin que se les ocurra ni permiten que a otros se les ocurra o intervengan, para poner orden y sanción a sus comportamientos corruptos». (http://ssociologos.com/2015/06/09/).
 
Y lo grave no es solo ser testigos de esos comportamientos inmorales, sea de los políticos o sea de los empresarios, de los comerciantes, de los profesionistas o de cualquier padre de familia, sino que esas pautas de conducta tienden a generalizarse, a verse como algo ordinario, normal: «Estamos bombardeados por tantos y constantes estímulos que nuestra sensibilidad termina acostumbrándose a ver el sufrimiento trágico de los demás sin inquietar nuestra afectividad y nuestra conciencia. El sufrimiento de muchas personas que están en nuestro entorno social resulta pálido e insignificante para sensibilidades embotadas».
 

Desde luego, la consecuencia no solo es inmediata. Estamos arriesgando el futuro, especialmente el futuro de las nuevas generaciones a las que heredamos, como sociedad, esta insensibilidad moral. Pues así como se aprende a apreciar una comida, una pintura o una composición musical, así se aprende a ser sensible moralmente. «Esa sensibilidad embotada se realimenta con el comportamiento insólito de mucha gente, quizás la mayoría, también niños y adolescentes, que disfrutan dedicando su tiempo libre de distracción y descanso, hasta pagando dinero, para ver sin prisa violencias, muertes, asesinatos, crímenes horrendos, destrucciones masivas en películas de cine y televisión que presentan descarnadamente la crueldad y el terror, convertidos en espectáculo».
 
Y como en un fantasmagórico juego de espejos, estas conductas amorales o inmorales se reproducen, de padres a hijos, de amigos a amigos, de ciudadano a ciudadano, hasta llegar a formar comunidades en donde se vive y se pregona el triunfo como fruto de cualquiera forma de conducta audaz.
 
Dice Zygmunt Bauman: «La ceguera no está solamente en los ojos morales de los actores en esos sectores, está contagiándose también en toda la sociedad, que contempla pasiva y permisivamente la corrupción y nada hace para impedirla; incluso es tanta la ceguera y torpeza que a la hora de las elecciones para las responsabilidades políticas no son capaces de ver que vuelven a elegir a los mismos corruptos que les están robando dinero, oportunidades y esperanzas».
 

Como ejemplos tenemos este Estado, este país, el vecino y otros más.
 
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