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Columnas y artículos de opinión
¿Que puedo yo decirte, comandante?
Helí Herrera Hernández
28 de noviembre de 2016
alcalorpolitico.com
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Twitter: HELÍHERRERA.es
 
Lo conocí en sus hazañas, en su lucha por la liberación de Cuba, por su solidaridad con los países subdesarrollados, por su liderazgo en el mundo enfrentando al imperio, por ser el constructor de un modelo económico donde la salud, la educación y la alimentación energética que requiere el ser humano para su desarrollo están garantizados de por vida, como no ocurre en ninguna otra parte del mundo.
 
Lo conocí cuando la UNICEF certificó que mientras que en el mundo se mueren diariamente 17 mil niños de hambre, ninguno de ellos es cubano; cuando la UNESCO testimonió que millones y millones de niños no asisten a la escuela, y ninguno de ellos es cubano; que gracias a sus programas alimenticios la esperanza de vida de la población cubana llegó a los 78.4 años, una de la más aventajada en el mundo en este indicador. Lo conocí por su libro “La historia me absolverá”; lo conocí porque jamás se puso de rodillas ante el imperialismo norteamericano por defender a su patria y a su pueblo y por ello la Central de Inteligencia Norteamericana, la CIA, intentó asesinarlo 630 veces sin lograrlo. Lo conocí por ser faro ideológico de todo ser humano que busca la felicidad cuando ésta se obtiene, se logra, teniendo lo necesario, solamente lo necesario para llevar una vida digna.

 
Lo conocí porque fue el hombre del siglo XX; porque muere precisamente el día en que se conmemora el 60 aniversario de su partida en el yate Granma de Tuxpan, Veracruz a Cuba, para iniciar la revolución; porque hasta por sus enemigos fue reconocido como un hombre que luchó en la construcción de una sociedad fraterna, justa, libre de hambre y explotación. Porque su revolución sirvió como inspiración para muchos países y pueblos; porque fue un icono en las batallas contra la dominación exterior. Lo conocí por Fernando Gutiérrez Barrios que se pasó horas en su despacho de Palacio de Gobierno platicando de él, de su enorme interés por edificar futuros promisorios para la humanidad y del que, hay que reconocerlo, de no ser por el mandatario veracruzano, Fidel no hubiera comandado la revolución, ni hubiera sido lo que es hoy, porque él lo salvó cuando la triste y corrupta Dirección Federal de Seguridad lo apresó e intentó entregarlo torturado y violado a la CIA para que lo ejecutaran.
 
Cómo vienen a mi mente en estas terribles confusiones que tengo por la muerte del comandante, que no logran siquiera ordenar mis ideas para escribir esta columna, esas conversaciones entre el hombre leyenda y yo, con la efigie de Benito Juárez como testigo y varios de sus colaboradores que aún viven, que entraban y salían de su oficina, y que por su intervención ante el comandante Fidel Castro Ruz platiqué por primera vez con él, en La Habana, a altas horas de la madrugada, preguntándome por >Felnando< e invitándome para que “en un rato más trasládate diputado al museo de la revolución a ver un cuadro de Gutiérrez Barrios”, y que al hacerlo verifique que tiene una inscripción, de puño y letra del comandante en jefe: “Felnando, tu tienes un lugar en la historia de Cuba”, y vaya que si no.
 
Después, en 1988, el 4 de diciembre volví a reencontrarme con Fidel Castro en Santiago de la Peña, Tuxpan, Veracruz, en aquella polémica visita oficial a la toma de protesta de Carlos Salinas de Gortari que explicó, por lo que había pasado en las elecciones presidenciales de ese año. Allí narró las peripecias de la salida del yate Granma aquel 25 de noviembre de 1956 para ir a hacer la revolución. Por intervención del entones gobernador, Dante Delgado y del secretario de Gobernación, Fernando Gutiérrez Barrios, me acercaron a él, dialogue varios minutos y me autografió mi libro “Un encuentro con Fidel” del escritor Gianni Miná, con la anécdota de que andaba tan extraviado con la emoción de la conversación con el comandante que cuando Gabriel García Márquez me dice que si me lo autografiaba también le dije que no, y que de no ser por la corrección que el entonces presidente de la Cámara de Diputados de la LIV Legislatura Jorge Moreno Salinas me dice de quien se trataba, no hubiera logrado también esa codiciada firma de un libro que conservo en mi biblioteca como la joya de la corona.

 
“¡No claudicar ni rendirse en la lucha! Muchas veces nos hace más daño el escarnio público y el juicio que la burguesía reaccionaria y sus lacayos nos hacen cuando realizamos nuestro quehacer revolucionario, que las derrotas. De éstas nos levantamos fácilmente cuando nuestro ideal sigue vivo; del otro nunca porque quebrantan ese espíritu combativo transformador que un combatiente tiene para destruir sociedades injustas y convertirlas en humanas”, me dijo, palabras más palabras menos cuando le comenté el fraude electoral del PRI-gobierno que le arrebató el triunfo al Frente Democrático Nacional y su candidato Cuauhtémoc Cárdenas, meses antes de su llegada.
 
“Un revolucionario es terco, tenaz, debe levantarse con más coraje cada que se caiga. Las revoluciones y las grandes transformaciones en el mundo las han hecho hombres y mujeres que han sido torturados, encarcelados, violadas, nunca los timoratos, los oportunistas, los simuladores, los agentes de aquellos que hablan de democracia y libertad y sus compatriotas no tienen para comer, para comprar una pastilla que les calme el dolor y para mandar a sus hijos a las escuelas y les prohíban su felicidad, porque solo ellos tienen derecho a comprarla explotando a los pueblos” sentenció.
 
Y aquí estoy comandante, recordándote esta noche tan pronto me dieron la noticia tras llegar de una reunión donde les había hablado a mis compañer@s de Tlapacoyan de multiplicar el trabajo de agitación en las masas sociales sin importar que sea sábado o domingo, porque ese lujo de descansar esos días sólo se los puede dar la burguesía. Tarde horas en digerirla y comprender que ahora si concluía el siglo XX con tu muerte, y que dejabas huérfanos ideológicos por todo el mundo.

 
Has ganado comandante una batalla más, quizás tu mayor triunfo frente al imperio que comandará Donald Trump, porque no moriste asesinado por las balas, el veneno, la tortura o la bomba yanqui, sino en la paz que una patria justa, ordenada, altamente educada como para juzgar si eres un héroe mundial, una leyenda o un gigante que luchó contra los monstruos del consumismo, de la invasión, del saqueo, de la expoliación, del promotor de golpes de estado contra gobierno legítimos y democráticos, le puede dar a sus libertadores.
 
Tu obra se puede calificar tan sólo entre los epitafios que ya han escrito de un Trump que te calificó de dictador, al del resto de jefes de Estado de todo el mundo que reconocen en Fidel al hombre que entregó su vida en la lucha por la libertad, la justicia social y el bienestar de los pueblos, no sólo de Cuba, sino del mundo.
 
Hoy te colocas al lado de Juárez, de Mandela, de Bolívar y de tantos otros héroes sin nombre que entregaron sus vidas por los ideales de libertad, justicia, igualdad y felicidad. ¡Patria o muerte, Venceremos, comandante!