icono menu responsive
Columnas y artículos de opinión
De Política y cosas peores
Catón
6 de febrero de 2017
alcalorpolitico.com
"Uno de los deberes de la mujer casada es motivar a su marido". Eso les dijo el conferencista a las esposas de los vendedores de la compañía. En seguida se dirigió a una: "Díganos, señora: ¿cómo estimula usted a su esposo?". Respondió ella, ruborosa: "¿Quiere que se lo diga aquí, delante de todos?". Las conversaciones que se escuchan en las cantinas no son para escucharse. Un tipo comentó en el bar: "Mi esposa tiene dos grandes cualidades: hace el amor muy bien y cocina magníficamente". Replicó uno de sus amigos: "Lo primero me consta, pero su forma de cocinar podría mejorar bastante". En un congreso de ginecólogos se trataba acerca de los diversos anticonceptivos disponibles. Un médico manifestó: "El mejor anticonceptivo que hay es la biznaga". Supusieron los asistentes que su colega practicaba la medicina natural, y uno preguntó con interés: "La biznaga ¿comida o tomada en jugo?". "No -contestó el otro-. Puesta en la cama entre el hombre y la mujer". Una pareja de casados acudió a un consejero matrimonial, pues tenían problemas en su relación. La esposa se quejó: "Mi marido me trata como si fuera yo un perro". Inquirió el terapeuta: "¿La golpea?". "No -aclaró la señora-. Quiere que le sea fiel". Las celebraciones por el centenario de la Constitución tuvieron un cierto tinte vergonzante, como si hubieran sido la expresión de un remordimiento. Evoquemos lo que dijo Vasconcelos. Se discutía si la Constitución de 1917 era blanca, o sea liberal, o roja, es decir socialista. El gran maestro opinó con ingenio contundente: "No es ni blanca ni roja. Es violada". En efecto, desde su nacimiento hemos traído a mal traer a nuestra Carta Magna. Tantas reformas se le han hecho al gusto del Presidente en turno; tantos parches se le han pegado; tantas añadiduras ha sufrido, que no la reconocerían los padres que la engendraron ni la madre que la parió. Esa norma fundamental ha devenido en un galimatías, una ley casuística que parece reglamento municipal cuyos artículos, redactados muchas veces a la trompa talega, admiten tantas interpretaciones como intérpretes pueda haber. Lo peor, sin embargo, es su sistemática violación. Haré un lamentable juego de palabras, y ruego a mis cuatro lectores que lo tengan por no puesto. Nuestro país, por no ser un estado de derecho, ha acabado por ser un estado de desecho. De ahí el poco brillo de los festejos por el centenario de la Constitución. Al menos debió hacerse con esa ley lo mismo que Calderón hizo en 2010 con los héroes de la Independencia: sacar su cadáver a pasear. El hijo del sultán le pidió: "Padre: si no vas a usar tu harén esta noche ¿me lo puedes prestar?". Cierto individuo tenía tratos de fornicio con una mujer casada. Una noche, ya tarde, estaba refocilándose con ella en el domicilio de la pecatriz, pues su marido estaba fueras -así decía la señora- en viaje de negocios. Sucedió que el esposo regresó antes de lo planeado, y los amantes lo oyeron entrar. Tranquila, le ordenó la mujer a su mancebo: "Métete en el clóset". Obedeció el amante, tembloroso, y desde adentro alcanzó a oír lo que la mujer le dijo a su marido. "Mi amor: sé que vienes cansado, pero tengo hambre y no hay nada en el refrigerador. ¿No serías tan amable de ir a traerme algo de comer? Una hamburguesa, unos tacos; lo que que sea". Fue el hombre a cumplir el encargo, y así el follador pudo vestirse y salir de la casa sin problema, admirado por la sangre fría de su querindonga. Todavía con el susto llegó a su casa y fue a la recámara. Le dijo su esposa: "Mi amor, sé que vienes cansado, pero tengo hambre y no hay nada en el refrigerador". Etcétera. FIN.

MIRADOR.
". Cantando la cigarra pasó el verano entero.".
La hormiga, en cambio, trabajó todo el tiempo sin descanso. Miento: de vez en cuando suspendía su labor y se ponía a oír la canción de la cigarra. Eso la animaba y le permitía volver al trabajo con renovadas fuerzas.
Cuando llegó el invierno la cigarra tuvo hambre. Fue con la hormiga, que tenía colmados sus graneros, y le pidió un poco de comida. La hormiga se la negó. Le dijo:

-No trabajé para que tú pudieras cantar.
-Qué pena -respondió, triste, la cigarra-. Yo canté para que tú pudieras trabajar.
No me gustan las moralejas. Son cosa de moralistas, y yo no pertenezco a esa ralea. Pero del anterior relato derivo una conclusión: si trabajamos sólo para ganar el pan, sin pensar en el bien de los demás, nuestro trabajo no tendrá sentido; será una mera esclavitud.
¡Hasta mañana!...

MANGANITAS.

". 'No conozco ningún gobernado narco', declaró un líder obrero.".
Con el respeto mayor
pregunto tímidamente
al citado dirigente:
"¿Y un narco gobernador?".