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Columnas y artículos de opinión
De Política y cosas peores
Catón
8 de febrero de 2017
alcalorpolitico.com
Mis cuatro lectores conocen a Capronio, sujeto ruin y desconsiderado. Vivía con su abnegada esposa en un departamento, y tenía una vecina de muy buen ver y de mejor tocar, joven mujer de ubérrimo tetamen y superabundante nalgatorio. Cada vez que se la topaba en el elevador le embarraba miradas resbalosas, y aun a veces se atrevió a espetarle ignívomos piropos. Por ejemplo, la susodicha dama tenía los brazos muy vellosos, y el tal Capronio le dijo una mañana: "¡Ay, vecinita! Si así tiene La Villa ¡cómo tendrá La Lagunilla!". Ella hacía caso omiso de las majaderías del sujeto y rechazaba siempre sus insinuaciones, pues era señora casada. Su marido, un valetudinario caballero que contaba más años que dos pericos juntos, cuculmeque y esmirriado, entregó un día la zalea al divino curtidor. Quiero decir, haciendo a un lado circunlocuciones o perífrasis, que se murió. Ese lamentable suceso, el cual Capronio consideró feliz, hizo que el muy canalla viese abierta la puerta de su felicidad. Y es que el infame era de los que viven lejos y en plazuela. Don Darío Rubio, sapiente paremiólogo, define eso como "ser muy listo; obrar siempre con ventaja". Y añade en forma críptica: "Entre léperos esa expresión tiene un significado que no es para escrito". Juzgó Capronio que su apetitosa vecina estaba ahora disponible, y se decidió a tratarle el punto de inmediato, antes de que algún otro de su misma ralea se le adelantara. Así pues en el velorio del difunto se acercó a ella con escurrimientos de furtiva comadreja y le dijo al oído: "Vecinita: ahora que su marido ha muerto quisiera ocupar su sitio". "Me parece muy buena idea, vecino -repuso ella-. Voy a llamar al hombre de la funeraria para que abra la caja, saque a mi esposo y se meta usted en el ataúd". Me gusta mucho el futbol americano. Es el tercer juego que me gusta más. (El segundo es el beisbol). Me aficioné al deporte de las tacleadas -inédita locución- cuando estuve en la Universidad de Indiana, en Bloomington, y viví la emoción de seguir al equipo de los Hoosiers en su camino hacia el Rose Bowl. Por eso disfruté a plenitud el trepidante encuentro del domingo pasado entre los Patriotas de Nueva Inglaterra y los Halcones de Atlanta. Por muchos motivos ese partido merece el título de histórico. Es el primer Super Tazón que se decide en tiempo extra, y en él se rompieron o empataron 30 récords de la NFL. Lo que más me entusiasmó, sin embargo, fue ver a los Patriotas ganar el juego después de irlo perdiendo, hasta bien entrado el tercer cuarto, por 25 puntos. De eso derivé una enseñanza: en ninguna circunstancia de la vida -un fracaso, una enfermedad, algún problema grave- debes darte por vencido. Hay que saber esperar contra toda esperanza. En este caso esperar no significa aguardar a que pase algo. Significa tener esperanza, creer firmemente que lo que se desea habrá de suceder. Implica también nunca dejar de luchar por conseguir lo que anhelamos. Ese juego fue lección de vida para mí. Me propongo ponerla en práctica antes del siguiente Super Bowl. El nefario chascarrillo que ahora sigue no recibió el Nihil Obstat o autorización de doña Tebaida Tridua, presidenta ad vitam interina de la Pía Sociedad de Sociedades Pías, Aun así lo narraré. El niñito fue con su papá a la granja de don Poseidón y vio ahí unos conejos en su jaula. Le preguntó al granjero: "¿Cómo se cogen los conejos?". "Bueno -explicó el viejo-, el conejo se le sube a la coneja y.". "No, no -lo interrumpió, azarado, el padre del pequeño-. Mi hijo quiere saber cómo se cazan". Replicó don Poseidón: "Los conejos no necesitan casarse. Simplemente se le suben a la coneja". FIN.

MIRADOR.
Me habría gustado conocer a Jean de Meung, poeta y escritor.
Nacido en 1240, renacido en 1305, es el autor de la segunda parte de La Novela de la Rosa, una de las obras capitales de la Edad Media francesa. En el libro hizo una hiriente sátira de los clérigos, del celibato sacerdotal, de la infalibilidad del Papa y del origen divino de los reyes.
Eso le trajo muchos problemas, aunque no tantos como cuando escribió una serie de epigramas acerca de las mujeres de su tiempo, a las que tachó de frívolas, mendaces, codiciosas y de poco seso. Furiosas al verse retratadas así, un grupo de encendidas féminas le echaron mano y lo arrastraron a las afueras de la ciudad con la intención de darle muerte a pedradas. Ya en el sitio de la ejecución De Meung les suplicó que le concedieran una última gracia, y ellas accedieron. Pidió el poeta:

-Quiero que la primera piedra me la arroje la mujer más vieja entre ustedes.
Jean de Meung vivió muchos años más.
¡Hasta mañana!...

MANGANITAS.
". Tubérculo.".

Los pieles rojas, airados
y furiosos en exceso,
acostumbran decirle eso
a quien los mira encuerados.