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Columnas y artículos de opinión
A salto de mata
Trono de sangre
Gino Raúl De Gasperín Gasperín
23 de febrero de 2017
alcalorpolitico.com
Washizu es un destacado samurái, capitán del ejército del señor Tsuzuki. Ha logrado una gran victoria sobre los enemigos de su señor y, satisfecho por este enorme servicio hecho a su amo, regresa acompañado de su mejor amigo, el samurái Miki, a rendir cuentas de su triunfo. Para llegar al palacio de su señor, ambos guerreros deben atravesar el Bosque de las Telarañas. De pronto se les aparece una visión aterradora: una bruja, disfrazada de vieja que hila en una rueca en medio del bosque, hace que los dos guerreros se detengan con sus encabritadas bestias y, tras interrogar a aquel enigmático personaje, escuchan de su desdentada boca una profecía que los llena de espanto: la vieja les predice su inminente futuro: él, Washizu será el capitán de la Fortaleza del Norte y luego señor del Castillo de las Telarañas, es decir, el nuevo señor del reino. Para su amigo Miki hay también un futuro: será capitán de la Primera Fortaleza y su hijo será el mismísimo señor del Castillo de las Telarañas, es decir, el sucesor de Washizu.
 
Por supuesto, ambos capitanes se mofan de la vieja agorera y continúan su camino sin que las profecías alteren en lo mínimo su convicción de ser fieles servidores de su señor. Con esta tranquilidad de espíritu llegan ante su amo y le rinden su tributo debido. El rey los recompensa: nombra a Washizu capitán de la Fortaleza del Norte y a Miki capitán de la Primera Fortaleza, cumpliendo así la primera parte de las profecías de la bruja.
 
Al llegar a su casa, Washizu conversa con su esposa Asaji, y le narra los insólitos y para él absurdos vaticinios de la bruja del bosque. Él es un hombre honesto y leal y de ninguna manera concibe hacerse con el trono de su señor. Sin embargo, Asaji no piensa lo mismo: si el destino lo ha marcado así, él, Washizu debe acatarlo. Si él no destrona a su señor, el hijo de su amigo se encargará de ocupar ese lugar de honor. Washizu se opone hasta el límite de su resistencia que se define con la oscura y terrible ambición que su mujer le ha inoculado en su alma. Luchará contra esa idea hasta el momento en que su mujer pone en sus manos la lanza con la que deberá asesinar a su señor y ocupar el trono de su pueblo. “Sin ambición el hombre no es hombre”, le dice. Ella ha tramado todo: los guardias duermen por el somnífero que les ha suministrado y solo falta que él asuma su papel. Washizu cede a la poderosa influencia de su terrible mujer y comete el magnicidio. Posteriormente, la misma Asaji lo incitará a asesinar al hijo de su amigo Miki, de quien la profecía dice que será su sucesor. Ella se sabe embarazada y quiere el trono para su propio hijo.
 

Washizu vuelve a caer en las redes de la traición y la ambición de su cónyuge, pero el hijo de Miki logra escapar y se mantiene amurallado en el Castillo de las Telarañas. Antes del asalto, Washizu escucha de la bruja del bosque una nueva profecía: no perderá ninguna batalla hasta que el bosque cercano se mueva. Washizu queda tranquilo, pero cuando se inicia el asedio, con espanto ve que el bosque empieza a desplazarse y sus hombres, aterrorizados por el cumplimiento de la profecía, lo ven caer atravesado a flechazos. Así se cumple el destino y el hijo de Miki lo sucede en el trono. A Asai solo le queda la conciencia de su mal y sus manos llenas de sangre: “me las lavo y me las lavo, pero la sangre siempre está ahí”.
 
Esta es la historia que  el director japonés Akira Kurosawa cuenta en su película Trono de sangre (1957), cinta que es, evidentemente, una adaptación al ambiente japonés de la tragedia Macbeth, de William Shakespeare, la historia de "un hombre fuerte en la lucha, pero débil ante su mujer".
 
Como en todas las obras clásicas, en las que se revelan las mejores virtudes y los peores vicios, en esta se pone en su justa, terrible y amarga dimensión una de las peores lacras que existen en el corazón humano: la ambición desmedida, sentimiento perverso que es capaz de acabar con la dignidad, el respeto, la amistad, la lealtad, el compañerismo y hasta con los mismos lazos de sangre que puedan existir en los seres humanos. Cual voraz carcoma, una vez instalada en el alma, la insaciable ambición (de poder, dinero, fama, etc.) debilita, avasalla y hunde al ser humano en el lodazal de la maldad y, al final, cuando triunfa, muestra al hombre convertido en detestable piltrafa.
 

Una historia que vemos cada día.
 
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