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Columnas y artículos de opinión
A salto de mata
Luz en la noche o vana esperanza
Gino Raúl De Gasperín Gasperín
31 de marzo de 2017
alcalorpolitico.com
El señor candidato del PT a la alcaldía de Mecatlán, en la sierra de Totonacapan, al norte del estado de Veracruz, tuvo la feliz idea de ser muy demócrata. Para evitar que le endilgaran a quien sabe quien al integrar su planilla electoral, consistente en un síndico y un regidor, convocó a los poco más de diez mil habitantes a un extraordinario acto político. Los mecatlenses acudieron prestos a la convocatoria del candidato petista, motivados por este ejercicio insólito y populista, pero, principalmente, porque la invitación iba acompañada de la promesa de una estupenda barbacoa para todos los asistentes. Todo iba muy bien. Asistieron más de mil ciudadanos y la comida fue opípara… hasta que empezó la digestión. Ese domingo, a las diez de la noche, más de doscientos mecatlenses echaban la barbacoa y hasta el alma entera gracias a la intoxicación que sufrieron por el alimento descompuesto. La alarma cundió y los enfermos fueron atendidos con vomitivos, pócimas y sacudidas hasta que regurgitaron todo el tósigo ingerido. Ya repuestos del susto, los mecatlenses esperan la nueva invitación que les hará el candidato petista cuando gane, sin duda, la elección municipal, con su planilla democráticamente electa.
 
La intoxicación con barbacoa descompuesta es grave, sin duda, pero más grave es la intoxicación mental (3.ª acepción: rae) que padecen quienes, aún en estos tiempos, siguen pensando que en los partidos políticos hay limpieza y honestidad en el rejuego de elegir candidatos a esos cargos llamados de elección popular.
 
Es muy cierto que los ciudadanos de a pie no tienen por qué opinar y menos criticar la nominación que cada partido hace para formar sus panillas electorales, sea cual sea el procedimiento que utilicen: o la consulta a sus afiliados o, lo que ahora ha sido común, la designación hecha por sus cúpulas. Cada partido puede elegir a sus candidatos como sea su estilo muy particular o como le convenga. Aun si lo hace en medio de un lodazal. Pero…
 

En esta hueca democracia que vivimos (o padecemos), las boletas electorales les presentan a los ciudadanos una retahíla de nombres con los elegidos por cada partido. El ciudadano debe escoger (supuestamente, con la mano puesta en el corazón y no como producto de algún soborno o conveniencia personal), a aquel que, en su justo juicio (¿?), va a ser un buen gobernante: honesto, íntegro, trabajador, preocupado por su municipio y dispuesto a aceptar, incluso, un sueldo muy mermado (¿?) por atender los asuntos públicos que son tan delicados. El ciudadano sabe y acepta que el candidato que él elija va a traer pegada una cola de otros conciudadanos como integrantes del cuerpo edilicio.
 
A ciertos gobiernos, como al cubano y al ruso, por poner dos ejemplos, siempre se les ha criticado que la democracia que ellos dicen tener es una suprema farsa, puesto que tienen un solo partido político (si existen otros, son boronas y meras comparsas) y los ciudadanos votan por un solo candidato, o por tres o cuatro, pero todos con la misma ideología y representando a los mismos intereses. Tal como sucedía en un pasado no muy remoto en México.
 
Ahora, en este país, se habla de que hay muchos partidos y de que, además, hay alternancia por lo que la democracia es casi modélica (para coraje de sus críticos). Pero…
 

Pero ahora parece que esta democracia es tan sui generis que se ha asemejado a aquella de los pueblos que mencionamos. Las protestas, a bocinazos, marchas y hasta moquetes y sillazos, que han acompañado o seguido a esos cónclaves de los partidos políticos, aunado al coraje de los ciudadanos no intoxicados, nos revelan que en muchas boletas electorales aparecerán tres, cuatro o diez ejemplares que para nada representan opciones dignas, limpias y razonablemente convincentes. De esta manera, el ciudadano no intoxicado no podrá sino elegir entre ese reducido y triste elenco. Y el que salga con más votos a su favor, aunque solo represente a una lastimosa minoría llamada voto duro, será su gobernante (con su cauda de adláteres), le guste o no, sirva o no, sea honrado o no, trabaje o no, sirva a su comunidad o a sus intereses personales, familiares, políticos, económicos, etc.
 
Y nadie podrá objetar nada: fue electo después de un proceso en donde los líderes de su partido, en uso de las facultades que ellos mismos se confirieron, lo nominaron y el voto lo consagró. ¡Vaya democracia!
 
Sí, desde luego, estamos dejando al final a los candidatos independientes. Estos tendrían que ser la opción real y digna frente a tanta chapucería. Pero… pero, primero, tienen que sacudirse la fama de mezquinos, comparsas y mercenarios que varios se ganaron a pulso recientemente y, después, remar muy duro en mares borrascosos y pútridos, con migajas de recursos económicos, apoyados por los cien amigos que creen en ellos y enfrentando una maquinaria cavernícola que sostiene a esta democracia, pese a toda su ineficiencia.
 

¿Luz de cerilla en la noche oscura o vana esperanza? Ya se verá.
 
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