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Columnas y artículos de opinión
Diario de un reportero
Amenazas fundamentalistas
Miguel Molina
7 de abril de 2017
alcalorpolitico.com
Era la hora del brandy en el bar de Platerías, que da a la plaza frente al museo del Prado. Afuera, una multitud mansa avanzaba sin prisa por las calles del rumbo hacia una iglesia no muy lejos de ahí. Algunos iban de rodillas.
 
Ángela, la patrona que nos había servido un trago generoso y nos acompañaba con el suyo, miró a la multitud y dijo sin prejuicio: "Y dicen que los Talibán son fundamentalistas". Dicho y hecho. Luego hablamos de otras cosas que no recuerdo después de tantos años, y salimos al atardecer madrileño. Hacía frío.
 
Pero no olvidé lo que dijo de los fundamentalistas. Y el miércoles, mientras esperaba que amaneciera en Londres, me acordé de Ángela cuando leí las declaraciones de Arturo Segovia Flores, quien encabeza la organización Sí Vida, Sí Familia (sic), y presume de haber reunido para su causa "más de doscientas ochenta y cinco mil firmas de veracruzanos con credencial de elector vigente".
 

 
Don Arturo y los suyos (que representan poco más de tres por ciento de los habitantes de Veracruz) no estaban de acuerdo con la visita del representante de la Oficina del Alto Comisionado de la ONU para los Derechos Humanos, a quien señalan como promotor del aborto y estuvo el miércoles en el Congreso, la casa de todos los veracruzanos. Y se habló de todo menos del aborto.
 
Por supuesto, don Arturo y sus amigos tienen derecho a expresarse, como cualquier persona (y la Oficina del Alto Comisionado de la ONU para Derechos Humanos sería la primera en defender ese privilegio). Pero ni don Arturo ni sus acólitos tienen derecho a imponer sus creencias a todos.
 
Don Arturo y los suyos pueden creer en cualquier dios, en la divinidad de las garzas o en las propiedades milagrosas de los tacos al pastor. Allá ellos. Pero se equivocan cuando dicen que la oficina de la ONU interviene en los asuntos internos de México porque el país ha firmado acuerdos que permiten y alientan la presencia de ese y otros funcionarios internacionales (incluyendo nuncios) en nuestro suelo. México es parte del mundo.

 
Don Arturo y los suyos se equivocan también cuando piensan que el aborto, es algo que una mujer decide de la noche a la mañana, o porque es viernes, o porque no tiene otra cosa que hacer. Al contrario: abortar es una decisión dolorosa y delicada y muchas cosas más. Pero sobre todo es el derecho de cada persona a hacer con su cuerpo lo que considere conveniente.
 
Uno quisiera que don Arturo y al menos algunas docenas de sus doscientos y tantos mil agremiados – con y sin credencial permanente de elector – se sentaran a conversar con una o varias mujeres que hayan sufrido la experiencia, no para convencerlas de que hicieron mal o de que pecaron, ni para juzgarlas, sino para entenderlas, porque la religión de este señor y los doscientos y tantos mil que lo apoyan predica el amor al prójimo. Lo más probable es que no lo hagan.
 
(Pero ni así. La lógica que guía las acciones de grupos como el de don Arturo implica que muchas mujeres abortan porque el aborto es legal, como si la ley obligara. Con esa perspectiva, todos tendríamos que beber o fumar o ver pornografía, porque la ley no prohíbe beber ni fumar ni ver pornografía.)

 
Lo peor es que hay grupos como el de don Arturo que envían comunicados verborreicos a los medios y amenazan con manifestaciones masivas si pueblo y gobierno no hacen lo que la religión exige. Tal vez así funcionan las teocracias, pero la democracia no.
 
Pero ni don Arturo ni ninguno de sus doscientos ochenta y tantos mil seguidores se atrevieron a manifestarse frente al Congreso, donde el representante de la Oficina del Alto Comisionado de la ONU para Derechos Humanos se reunió con diputados para hablar sobre fosas clandestinas y otras tristezas que sufre Veracruz. Quién sabe por qué…
 
Sin embargo, no hay que pensar que don Arturo y los suyos se van a quedar callados. Como otros fundamentalistas en otras partes del mundo, en cuanto puedan, los de Xalapa – y los de Veracruz y los de México – volverán a gritar y a escribir panfletos contra lo que sea para promover su triste visión del mundo.

 
La mano de la violencia
 
Dos, tres, quién sabe cuántos atentados contra periodistas en Veracruz. En Yanga, en Xalapa, en Coatzacoalcos y en Cosoleacaque y en Veracruz como en San Andrés Tuxtla, en Agua Dulce, en Tlapacoyan, en Acayucan y en Jáltipan, y en Córdoba y en Boca del Río.
 
Tres mujeres y ocho hombres. Quién sabe cuándo va a acabar la cuenta, o si va a terminar, y ante la incertidumbre lo menos que uno puede ofrecer a la distancia es solidaridad con los colegas y sus familias.

 
Pero siempre hay que tener en cuenta que la mano de la violencia no se ha limitado a golpear a los periodistas, ni en Veracruz ni en México.
 
Cualquier ataque a cualquier persona tendría lastimarnos a todos y provocar indignaciones que muchas veces se reservan solamente para los que son como uno o piensan como uno. Al fin y al cabo, las víctimas son de todos. Eso sí se sabe.