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Columnas y artículos de opinión
A salto de mata
Los besos en el pan
Gino Raúl De Gasperín Gasperín
13 de abril de 2017
alcalorpolitico.com
Usando una expresión que a los españoles de antaño les resultaba paradigmática, sobre todo a quienes padecieron y soportaron la dictadura franquista desde los lugares más vulnerables, Almudena Grandes da título e hilo conductor a su más reciente novela: Los besos en el pan.
 
En efecto, los abuelos enseñaban a los nietos a besar el pan como un acto mágico tanto de agradecimiento por tenerlo a la mano como de conjuro para que no falte mañana en la mesa: «Cuando se caía un trozo de pan al suelo, los adultos obligaban a los niños a recogerlo y a darle un beso antes de devolverlo a la panera, tanta hambre habían pasado sus familias en aquellos años en los que murieron todas esas personas queridas cuyas historias nadie quiso contarles» (16). Por eso, el acto ritual de besar el pan se convierte en símbolo ante la experiencia de una de las más severas crisis que los españoles han padecido en los últimos tiempos, con las peores repercusiones, como siempre sucede, para las clases medias y pobres.
 
La novela, que es un relato coral, narra un año en la vida de una buena docena de personajes que viven en cualquiera de los barrios madrileños, y que se convierten en prototipos de los afectados por los sufrimientos y penurias de las crisis provocadas, fundamentalmente, por pésimos administradores-políticos. «Los niños que aprendimos a besar el pan — dice la autora— hacemos memoria de nuestra infancia y recordamos la herencia de un hambre desconocida ya para nosotros, esas tortillas francesas tan asquerosas que hacían nuestras abuelas para no desperdiciar el huevo batido que sobraba de rebozar el pescado, pero no recordamos la tristeza. La rabia sí, las mandíbulas apretadas, como talladas en piedra, de algunos hombres, algunas mujeres que en una sola vida habían acumulado desgracias suficientes como para hundirse seis veces, y que sin embargo seguían en pie» (16s). Porque rabia es, además del estómago urgiendo alimento y las enfermedades derivadas de la desnutrición, lo que deja el hambre, la penuria, la pobreza.
 

En la novela vemos desfilar el hambre de los niños en las escuelas y el esfuerzo de una maestra por paliarla; el dramatismo de las doctoras y enfermeras que luchan por mantener sus mal pagados empleos en los sanatorios que amenazan ser cerrados por el gobierno; la explotación de muchachas chinas que llegan a trabajar por sueldos miserables y hacen así una sucia competencia mangoneada por las mafias; la desesperación de un joven musulmán que se ve incapaz de ayudar a su miserable familia y que se pone en el riesgo de la violencia; los padecimientos y angustias de quienes son víctimas de las estafas de banqueros e inmobiliarias que, con saña de buitres, los despojan de sus casas hipotecadas y los condenan a una deuda inmisericorde. En fin, ahí están también los adolescentes rebeldes, las amas de casa que estrujan el mandil cuando tienen que enfrentar el gasto, los estudiantes que deben buscar trabajo en una sociedad que desprecia los empleos humildes porque, de pronto, creyeron en la abundancia con que los engañaron los políticos-mesías; los emigrantes que están en el sótano de los estratos sociales, etc., etc.
 
«Después, alguien nos dijo que había que olvidar, que el futuro consistía en olvidar todo lo que había ocurrido. Que para construir la democracia era imprescindible mirar hacia delante, hacer como que aquí nunca había pasado nada» (17). Y así, la vida de los habitantes del barrio, de cualquier barrio, de cualquier ciudad, de cualquier país desgobernado y saqueado, se ven envueltos en una maraña que no entienden, con un pasado que los obligan a olvidar y un futuro incierto que les regatea las esperanzas. Por eso ellos, los personajes de la novela, se convierten en prototipos de los millones de desempleados, explotados, indigentes que pululan en estos países con banqueros y gobiernos que los expolian y saquean con absoluta impunidad y desvergüenza. Y no satisfechos con sus fechorías, aún les venden la idea de una democracia en la que ellos son los salvadores, los mesías en cuyas manos está su bienestar, y para ello deben entregarles sus escuálidas esperanzas, sus hambres postergadas, sus sueños casi olvidados, sus voluntades debilitadas, su futuro sin futuro.
 
Escrita en un lenguaje directo, realista como el tema exige, la novela es «la historia de muchas historias» en la que «los vecinos de este barrio, más que arruinados, se encuentran perdidos, abismados en una confusión paralizante e inerme, desorientados como un niño mimado al que le han quitado sus juguetes y no sabe protestar, reclamar lo que era suyo, denunciar el robo, detener a los ladrones» (18).
 

Un barrio con personajes a quienes el engaño les ha robado todo, menos el coraje de vivir.
 
(Almudena Grandes, Los besos en el pan. Colección andanzas. Tusquets editores, México, 2015, 327 pp.).
 
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(Tiempo de lectura: 5 min).