icono menu responsive
Columnas y artículos de opinión
A salto de mata
La 'Posverdad' y sus riesgos
Gino Raúl De Gasperín Gasperín
27 de julio de 2017
alcalorpolitico.com
Cuando una persona se inicia en la apasionante práctica de la escritura, especialmente de la escritura creativa o recreativa, aquella en la que los géneros literarios favorecidos son la poesía, el relato, el cuento, la novela, la fábula, la leyenda, el mito, etc., es muy importante que conozca, comprenda y aprenda a utilizar convenientemente tres conceptos: la verdad, la verosimilitud y la fantasía.
 
La verdad, en este caso, se entiende como la adecuación entre lo que se piensa y lo que son las cosas en sí, la realidad; la verosimilitud es una especie de fantasía, pero que de alguna manera puede ser posible, es decir, no es un soberano absurdo; con la fantasía, los límites se hacen difusos y, previo acuerdo tácito con el lector, el escritor se permite las más atrevidas imaginaciones. Un ejemplo de esto último son, por ejemplo, las fábulas, en donde los animales hablan y razonan (muchas veces mejor que los humanos), o los mitos en donde intervienen los dioses como simples mortales, o cuentos como los que se dieron en la corriente literaria del realismo mágico o libros como Alicia en el país de las maravillas, en donde un extraño gato se disuelve hasta que de él solo queda su sonrisa, o El Principito, en donde un extraño extraterrestre se convierte en un personaje entrañablemente sabio y prudente.
 
Esto viene al caso por la noticia de que en el nuevo Diccionario de la lengua española que la Academia de la misma está ya elaborando (dicen que llevan unas quinientas palabras revisadas de las noventa mil que contiene el actual), y que estará listo para este mismo año, se ha aceptado la incorporación de un nuevo vocablo que ha sido una generosa aportación del posmodernismo. Se trata de la palabra Posverdad, que es una traducción al pie de la letra (y del concepto) del vocablo inglés Post-truth.
 

El director de la Academia de la Lengua lo expuso en una conferencia en la que señaló: «en el contexto de la globalización ha surgido un nuevo concepto, interesante a la vez que preocupante: la posverdad. Tal ha sido la fuerza de su impacto que el prestigioso diccionario inglés de Oxford lo ha distinguido en 2016 con el título honorífico de palabra del año (en 2013 fue selfie, en 2014 vapear y, en 2015, emojí)». Según el lingüista, el término posverdad se referirá a toda información o aseveración que «no se basa en hechos objetivos, sino que apela a las emociones, creencias o deseos del público» (http://elcastellano.org/news).
 
Como se puede apreciar, el concepto que encierra este neologismo no cabe en ninguna de las palabras a que me refería al inicio de este escrito. No es verdad, no es verosimilitud, no es fantasía.
 
¿Por qué el lingüista dice que es preocupante el concepto que encierra la palabra posverdad? ¿Cuál es el problema que crea este vocablo, aparentemente inocuo? Según el mismo director de la Academia, tomando en cuenta los antecedentes históricos políticos y literarios de esa palabra, posverdad descubre «el potencial que la retórica tiene para hacer real lo imaginario, o simplemente lo falso».
 

Se trata, pues, de una reconstrucción (o deconstrucción), de la verdad, como dicen algunos filósofos posmodernistas, en la que la persona construye la verdad desde su perspectiva casi absolutamente subjetivista. No importan los hechos sino cómo cada uno los percibe, los siente, (y los hace percibir y sentir a los demás), y, desde luego, los percibirá y sentirá desde de sus propios cristales: medio familiar y social, educación (incluso, escuela en donde estudió), intereses políticos, económicos, religiosos, etc. De esta manera, y reviviendo aquella tesis del filósofo alemán Emanuel Kant, se postula que el ser humano es incapaz de llegar a conocer, digamos, a fondo las cosas y solo las percibe como fenómenos, esto es, como manifestaciones un tanto caóticas a las que debe dar forma y contexto. Y más todavía: esa forma y ese contexto se revestirán de «las emociones, creencias o deseos del público», con todo lo que ello implica.
 
Como se puede apreciar, los riesgos que entraña esta postura son de vital importancia. No solo por «el potencial que la retórica tiene para hacer real lo imaginario, o simplemente lo falso», como dijo el funcionario lingüista, sino porque sus repercusiones van más allá de lo puramente literario e invaden el campo de la política [Trump es el mejor (o peor) ejemplo], y tienen graves consecuencias en los ámbitos científico y ético, en las que se debe reflexionar muy cuidadosamente.
 
[email protected]