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Columnas y artículos de opinión
A salto de mata
Embrión, feto, persona
Gino Raúl De Gasperín Gasperín
17 de agosto de 2017
alcalorpolitico.com
Parece ser que todo mundo está de acuerdo en que el embrión es la primera fase de la vida humana, de la persona. Hasta ahí van las cosas más o menos bien. Sin embargo, esta afirmación no tiene el mismo significado para todos, o la misma repercusión legal y ética.
 
En apretado resumen y siguiendo un documento de Vicente Bellver Capella, profesor titular de la cátedra de Filosofía del Derecho, Moral y Política de la Universidad de Valencia («El estatuto del embrión humano: cuestiones filosóficas y jurídicas»), podemos sintetizar el tema en dos posturas: la primera afirma que el embrión no es una persona, ni siquiera un ser humano sino tan solo un ser vivo, formas que van apareciendo sucesivamente: la vida humana, desde la concepción; el ser humano, después de la octava semana (al pasar a ser feto), y la persona, a partir del nacimiento. La segunda sostiene que el embrión es la primera manifestación de la persona humana y que esta empieza en el mismo momento de la concepción.
 
Quienes se adhieren a la primera postura argumentan varias razones. Unos, los personistas, afirman que el embrión, aunque es un ser vivo, no es capaz de desarrollarse por sí mismo, sino que requiere de la madre para ello, y esa capacidad la adquiere cuando se transforma en feto, por lo que solo entonces se le puede considerar un individuo de la especie humana. Sin embargo no es persona. Esta surge «cuando puede actuar como ser autónomo, ser consciente de sí mismo y actuar libremente», lo que empieza a suceder después del nacimiento. Otros argumentan que, dado que no se puede actuar sobre nadie sin su consentimiento, solo es persona (sujeto moral) quien tiene capacidad de consentir. Por lo tanto, «los embriones, los fetos, e incluso los neonatos o niños de corta edad (y los dementes…) carecen por sí mismos de cualquier valor porque no son capaces de manifestar consentimiento; son simplemente una propiedad de la madre» y su valor depende del que esta quiera otorgarles.
 

Otros, los utilitaristas (y, entre ellos, especialmente Peter Singer), postulan que «el placer y el dolor son las realidades que explican y dan sentido a la totalidad de la vida». Por ello, solo tienen valor moral (son personas) quienes son capaces de experimentar placer y dolor, de tal manera que no todos los seres humanos son seres morales ni todos los seres morales son seres humanos (pues se incluye, por ese principio, a los animales capaces de sentir placer y dolor, lo que los hace «sujetos plenos de moralidad y merecedores de los mismos derechos que los humanos adultos»). Bellver Capella cita a Singer (Ética práctica): «No acordemos mayor valor a la vida de un feto que a la vida de un animal no humano situado en un nivel similar de racionalidad, autoconciencia, percatación, capacidad de sentir, etc. Como ningún feto es persona, ningún feto tiene derecho a la vida de una persona. Además, es muy improbable que fetos de menos de 18 semanas sean capaces de sentir nada en absoluto, puesto que en este momento el sistema nervioso parece no estar suficientemente desarrollado para funcionar».
 
Estos son básicamente los argumentos de quienes postulan que una persona (y su dignidad de ser humano, con el consecuente derecho a la vida) es quien ya posee, usa y desarrolla sus facultades superiores, especialmente autoconciencia, autodeterminación, capacidad de sentir placer y dolor y tener preferencias en su vida. Como queda claro, tanto los embriones como los fetos y muchos individuos más quedan fuera de la categoría de persona, con la consiguiente negación de todos los derechos y deberes a ella concernientes.
 
Quienes defienden la segunda postura (los personalistas) afirman que esos planteamientos son «la forma de discriminación más grave que pueda imaginarse porque supone discriminar… a los que carecen de razón, voluntad y preferencias, y únicamente tienen necesidades», y se preguntan: «¿se puede sostener que los seres humanos máximamente vulnerables, porque solo tienen necesidades pero no voluntad, no son personas?». Por ello, los personalistas sostienen que el ser persona y su dignidad humana no depende de poseer ciertas cualidades «sino del simple hecho de ser humano. Y este ser humano aparece en el momento de la concepción, en que surge un ser que tiene en sí mismo la potencialidad de desarrollarse hasta llegar a ser un adulto de la especie humana».
 

La diferencia es clara: los primeros hablan de la posesión y uso pleno de ciertas cualidades para ser persona y tener esa dignidad; los segundos sostienen que basta tener esas cualidades en forma potencial: «No importa que llegue o no a manifestar las capacidades propias de la persona adulta porque ese desarrollo está sujeto a infinitas contingencias y no pueden ser ellas las que determinen el valor de la persona en cada momento: lo único importante es ser humano».
 
Aplicando lo anterior al caso concreto de los embriones, tenemos cuatro posibilidades: una; el embrión carece de cualquier valor por sí mismo y puede ser creado y usado para cualquier fin que sirva a los demás. Dos; el embrión carece de valor pero se puede considerar el principio de algo que puede llegar a ser persona, y en ese proceso, irá adquiriendo paulatinamente deberes y derechos. Tres, dado que ninguna autoridad puede fijar criterios éticos, solamente por consenso se puede aceptar alguna regulación, es decir, el valor del embrión depende de lo que por consenso se dé entre los participantes del debate. Cuatro, dado que el embrión humano es ya o en potencia una persona, no puede ser objeto de un atentado contra su vida o su dignidad.
 
Estas son básicamente las posturas en torno a un problema filosófico, ético, que trasciende el ámbito científico y es planteado independiente de cualquier creencia religiosa. Y, en filosofía, una teoría se defiende por las razones en que se fundamenta y por las consecuencias a que puede conducir su aceptación o su rechazo.
 

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