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Columnas y artículos de opinión
A salto de mata
La dolorosa verdad
Gino Raúl De Gasperín Gasperín
28 de septiembre de 2017
alcalorpolitico.com
En el año 1970, una mujer de nombre Mónika Göth paseaba a su pequeña hija de seis meses en un carrito. De pronto, un hombre se acercó a ellas, sacó un cuchillo y atacó a la pequeña en el cuello. La niña logró salvarse. La madre, sintiéndose incapaz de cuidarla, la llevó a un hospicio y luego la entregó en adopción a una familia.
 
Treinta y ocho años después, una joven mujer de rasgos mulatos, Jennifer Teege, entró a la biblioteca pública de Hamburgo y allí descubrió un libro en el que Mónika Göth descubría su origen y su historia. Fue por ese libro que Jennifer se enteró que Mónika Göth era su madre, quien había sido hija única de Amon Göth y de su abuela Irene, quien se suicidó en 1983. Mónika había tenido un romance con un joven nigeriano y de esa unión había nacido Jennifer. Entonces entendió su vida. Era nieta de Amon Göth…
 
Amon Göth fue uno de los comandantes nazis en tiempos de la persecución de los judíos por el régimen de Hitler. Durante el desempeño de su abominable labor al frente del campo de concentración de Plaszow, en Cracovia, se sabe que «al menos 8 000 prisioneros fueron asesinados y otros 80 000, en su mayoría hombres, mujeres y niños judíos, fueron enviados a las cámaras de gas de Auschwitz». Como comandante del campo de concentración fue obsesionado en cumplir su inhumano trabajo y aun fue más allá y trató de complacer a sus jefes con acciones simplemente bestiales, como asesinar a prisioneros disparándoles desde su balcón para demostrar su buena puntería. En 1946, un año después del nacimiento de su hija Mónika, fue condenado a muerte y ahorcado.
 

La negra historia de Amon Göth fue conocida y divulgada a raíz de la película de Steven Spielberg La lista de Schindler (1993). La cinta narra la historia de Oskar Schindler, un convenenciero empresario nazi que, como tantos otros, aprovechó la persecución hitleriana para explotar a los acosados judíos, encerrados en el campo de concentración, y usarlos como mano de obra gratis para sus empresas. Sin embargo, su actuación fue expurgada (si pudiera ser así) por su cambio de actitud a partir del momento en que fue descubriendo, muy a su pesar, que por lo menos algunos de los judíos le eran no solo útiles, sino hasta necesarios, como el caso de Itzhak Stern, quien era prácticamente quien dirigía la fábrica. A partir de ese momento, cuando, aunque fuera por conveniencia, Shindler empezó a tratar a los judíos como seres humanos, él mismo se fue humanizando hasta el extremo de arriesgar su propia vida para salvarlos del exterminio.
 
Por ese pasado, Jennifer ha sobrellevado con gran dificultad una carga personal, que ha tratado de exorcizar por medio de un libro [Mi abuelo me habría pegado un tiro], editado en Alemania en 2013 y escrito al alimón con la periodista Nikola Sellmair. «Es “una crónica familiar”, dice Teege, que pretende amplificar lo que parece un mantra en su vida: “La culpa genética no existe. Mi única responsabilidad como alemana es no callarme. He luchado contra un secreto tóxico”», le confiesa a la periodista Elsa Fernández-Campos. (https://elpais.com/cultura/2017/09/25/actualidad/1506366484_381467.html).
 
Según esta entrevista que la escritora Fernández-Campos hizo a Jennifer Teege, en el libro, recién traducido al castellano, se incluyen otras historias no menos trágicas. Por ejemplo, la de la nieta de Hermann Göring, Bettina Göring, quien se esterilizó para cegar de tajo la descendencia de su abuelo, o la del hijo de Hans Frank, Niklas Frank, gobernador de Polonia durante la ocupación nazi y uno de los criminales de guerra ejecutado tras el juicio de Núremberg, quien, como un ritual de exorcismo, ostentaba la fotografía del cadáver de su padre ahorcado.
 

«Cada historia es diferente, pero lo cierto es que muchas de las familias de los nazis han crecido con una carga difícil de gestionar y sin la oportunidad de construirse una identidad que no esté ligada a su familia», dice la nieta de Amon Göth.
 
Y debe de ser verdaderamente una carga difícil de sobrellevar pertenecer a una familia en la que el padre o la madre o algún abuelo perdido por ahí, hayan hecho de sus existencias unas chambonadas y, sin pensar o sin importarles un bledo el estigma que heredan a los hijos o nietos, llevan una vida poco honorable. Como también debe de ser una deshonra que algún hijo o nieto denigre la vida honesta de sus progenitores y traicione los ideales y el ejemplo de vida digna que ellos le hayan enseñado.
 
grdgg@ live.com.mx
(Tiempo de lectura: 4 min)