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Columnas y artículos de opinión
A salto de mata
Emigrar
Gino Raúl De Gasperín Gasperín
19 de octubre de 2017
alcalorpolitico.com
Dejar la tierra; expatriarse, dejar el suelo paterno, el pueblo, la ciudad, el país. Salir, embarcarse, caminar, andar desiertos, pantanos, bosques, montañas; cruzar sembrados, ríos, lagos, mares.
 
Emigrar, tomar el sendero, la vía, la carretera, el rumbo del mar, el rumbo incierto, desconocido. Dejar al padre, a la madre, al hijo, al abuelo, a los tíos, a los amigos, a los conocidos. Emprender una ruta que no sabes con certeza a donde te lleva, pero sí de donde te separa: del viejo camino sembrado de verde hierba en primavera, de secos yerbajos en invierno; del cedro plantado en la colina, a donde refugiabas tus nostalgias; de la escuelita, pobre y maltrecha, en donde aprendiste a leer, a escribir, a hacer cuentas, a trazar líneas, a descubrir secretos, a enamorarte de la maestra, a conocer planetas y estrellas; del rincón donde aprendiste a esconder un secreto; del arroyo en el que guardaste tus primeras lágrimas de amor; del hogar en donde aún resuenan las voces de la abuela, los cantos de papá; en donde aún se cocinan los alimentos preferidos de la infancia, en donde flotan los olores de los dulces y del pan casero, de las golosinas para engañar el hambre en las tardes de invierno. Dejar de escuchar los cariñosos regaños de la madre, las risas de algún hermano querido, los sollozos de la hermanita más pequeña. Es ya no ver al amigo de la infancia, con quien subiste a la rama de ciruelo, con quien jugaste los juegos infantiles, con quien fumaste el primer cigarro, con quien compartiste aventuras y desventuras, y que al final, no volviste a ver porque a él no lo trajeron a este otro mundo, a él lo dejaron arraigado en aquella tierra, a veces dulce y protectora, a veces dura y cruel, a veces pródiga y generosa, a veces avara al secarse al inclemente sol o anegarse con las torrenciales lluvias, pero a la que aprendiste amar y de la que tú sí fuiste arrancado. Por la furia del clima, por la desidia de sus gobernantes, por el hambre de la pobreza, por el miedo a la muerte, por el horror de la guerra, por la esperanza de otro futuro…
 
Emigrar, dejar la tierra; expatriarse, abandonar el suelo paterno, el solar de la infancia, el escenario del primer amor, la sepultura de la abuela, las callejuelas empedradas, el hogar acogedor, el refugio seguro. Ir, andar, correr, volar, arribar a otro puerto, a otra tierra que nunca será patria, porque la patria quedó en lontananza. Encontrar gente que camina en otro sentido, que habla otro idioma, que llama las cosas con otros nombres que dicen palabras que no entiendes, que vive otra vida, diferente a la tuya, a la que tú construirse palmo a palmo, día a día, risa a risa, lágrima a lágrima. Allá quedará, quizá para siempre, aquel pueblito colgado de la montaña. ¿Podrás volver algún día? No lo sabes, no lo quieres saber porque bien sabes que no, que eso es imposible, que tus hijos tendrán que hablar otro idioma, tendrán que aprender a ver el mundo con otros ojos, a nombrarlo con otras palabras…
 

Las migraciones no son algo nuevo, dicen los que saben. «Desde que las primeras sociedades agrícolas se establecieron de forma fija en zonas concretas del planeta, personas y comunidades se han movido de sus lugares de origen para buscar algo (comida, agua, tierras, bienestar...) o escapar de algo (hambre, sed, guerra, climas adversos...)» (https://elpais.com/elpais/2017/10/11).
 
El Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados dice que «65,6 millones de personas se encontraban desplazadas a finales de 2016, que en promedio 20 personas por minuto, se vieron obligadas a huir de sus hogares y buscar protección en otro lugar, ya sea dentro de las fronteras de su país o en otros países. Unos 10,3 millones de personas se convirtieron en nuevos desplazados por los conflictos o a la persecución en 2016. Entre ellos había 6,9 millones de personas desplazadas dentro de las fronteras de sus países y 3,4 millones de nuevos refugiados.  
 
De los 65,6 millones de personas desplazadas forzadamente hasta el 31 de diciembre de 2016, 22,5 millones eran refugiados… 40,3 millones desplazados internos y 2,8 millones solicitantes de asilo. Además, al menos 10 millones de personas eran apátridas a finales de 2016… Tres países expulsaron el 55% de la población refugiada del mundo» (http://www.acnur.org/recursos/estadisticas/).
 

En este mundo en el que hay veinte nuevos desplazamientos forzados cada minuto, en que una de cada siete personas es emigrante, en el que hay 769 millones de migrantes dentro de su propio país, ¿de qué huiste tú?, ¿de qué huyeron los que te trajeron acá? ¿Pobreza, miseria, hambre, tempestades, terremotos, guerra, violencia, inseguridad, asco de estar en donde nadie ya sabe si vivirá al día siguiente?
 
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