icono menu responsive
Columnas y artículos de opinión
A salto de mata
Se fueron porque quisieron
Gino Raúl De Gasperín Gasperín
2 de noviembre de 2017
alcalorpolitico.com
A veces, el que no es pobre o no ha emigrado nunca, así se trate simplemente de cambiar de pueblo o ciudad de residencia dentro de un mismo país, no entiende de estas experiencias.
 
Un conocido, que vive en Italia y ha prosperado mucho, me decía que no había por qué seguir hablando de los italianos que emigraron en 1881 a México, pues, finalmente, se fueron porque quisieron. Me dejó pensando, y más porque yo mismo tuve el atrevimiento de relatar, en forma más o menos aproximada (Con la esperanza en el corazón, Los emigrantes, Comunidad Morelos, 2001), lo que fue aquel fenómeno migratorio ideado por los gobiernos liberales de México para atraer a este país, según el proyecto de colonización, una impresionante muchedumbre, especialmente de italianos, para colonizar el país que se encontraba desangrado por las guerras, primero, de Independencia y, luego, entre conservadores y liberales.
 
Pensando y repensando esa opinión de que los emigrantes se fueron porque quisieron, tuve la oportunidad de visitar a algunos familiares que aún viven en el pueblito en donde nació mi padre. Vi que viven sencilla pero decentemente. Uno era carpintero, pero tenía su casita bien instalada, otro es cartero y tiene una casa de dos pisos y muy bien puesta. En fin, que lograron sortear las causas por las que mis bisabuelos, abuelos y padres emigraron.  
 

Esto es distinto a pensar que los emigrantes se van porque quieren. Y pienso en los africanos que fueron vilmente esclavizados y trasterrados a México para ser carne de látigo en los cañaverales; en los españoles que pasaron las de Caín (textualmente, pues fueron perseguidos por sus mismos hermanos compatriotas) para encontrar en Francia y otros lugares la indiferencia de gobiernos insensibles; en los actualmente desplazados de África, de Marruecos, que arriesgan la vida en el Mediterráneo para llegar preferentemente a Italia; en los cubanos, que lo hacen en frágiles canoas en el Atlántico; en los sirios expulsados por la guerra civil (o internacional) de su país, presa de caza de los dueños del poder en el mundo, y en los propios mexicanos inhumanamente acosados por el gobierno norteamericano, ávido de su fuerza de trabajo pero avaro en respetarles sus derechos más elementales, y en tantos y tantos otros trasculturados aun dentro de su mismo país, que huyen de las vicisitudes propias de la naturaleza o de las ocasionadas por gobiernos locales coludidos con mafias.
 
No puede juzgarse por experiencias ajenas, ni puede pensarse en que México es rico con gente tonta, según palabras textuales del arzobispo de Xalapa, y por esa razón más de 50 millones de mexicanos vivan en la pobreza y la marginación. Expresiones de tal calaña son tan tontas como las ideas geniales del señor Carlos Slim, el hombre que más dinero ha hecho (hasta el momento o, al menos, que se sepa) en este país al recomendar que las amas de casa reciban un salario (eso sí, el mínimo) para que de esa manera se evite la corrupción y el clientelismo de los partidos políticos que regentean este país y compran las voluntades con miserables despensas, pagadas con los propios impuestos del pueblo, eso sí.
 
Seguramente los pobres y marginados, como los emigrantes, lo son porque así lo quieren. Seguramente la pobreza y la emigración se van a solucionar juzgando a unos y otros de tontos, sentenciando así a más de la mitad de los habitantes de este desbaratado país. Seguramente pagando el salario mínimo a las amas de casa y elevando ese mismo salario a 90 pesos diarios se complacerá al desquiciado gobernante del país del norte que ha exigido frenar la emigración de los pobres (tontos, Hipólito dixit) que buscan una remuneración un poco más digna por su trabajo en aquel país colonizador y precisamente colonizado por emigrantes.
 

Si quienes detentan el poder económico (Slim), el político (claro, ellos) y el religioso (Hipólito y otros) piensan que pagando el salario mínimo a las amas de casa (y pregunto al señor Slim, ¿quién va a pagar ese salario?, ¿los esposos?, ¿para convertirse en patrones, y adicionar el salario con las cuotas al Infonavit, al IMSS, al Afore, el impuesto a la nómina, etc., etc.?); elevando el salario a 90 pesos (Peña y compañía), y desapareciendo a los tontos pobres (Hipólito y demás), si de esa manera van a evitar las emigraciones y la miseria e instaurar el reino de la justicia y la paz, estamos ante las propuestas más insulsas que hemos escuchado en la vida.  
 
No me llames extranjero (inmigrante, tonto), si del amor de una madre // tuvimos la misma luz, en el canto y en el beso // con que nos sueñan iguales las madres contra su pecho.// No me llames extranjero, que es una palabra triste, // es una palabra helada, huele a olvido y a destierro.// No me llames extranjero, mira tu niño y el mío //cómo corren de la mano hasta el final del sendero. (Rafael Amor, 1976).
 
[email protected]
 

(Tiempo de lectura: 5 min)