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Columnas y artículos de opinión
Cabos Sueltos
Silvia Sigüenza
10 de noviembre de 2017
alcalorpolitico.com
Realmente difícil, complicada y hasta alarmante se va tornando la situación que los habitantes del estado sufrimos día a día. Y sin dejar de considerar lo que para nosotros, los ciudadanos de a pie, significan los sucesos que día a día nos colocan en una difícil situación: desempleo, temor a sufrir cualquier atentado sin deberla ni temerla. La respuesta ciudadana ha sido en su gran mayoría violenta en el reclamo que finalmente no es sin razón sino producto de la impotencia ante el caos.  
 
Creo pertinente que retomemos la cordura y mesura que como ciudadanos debemos tener (ya que la autoridad a quien corresponde mantener el orden y la salud entre y para los ciudadanos, al parecer no tiene tiempo para ver y resolver...) para poder con mesura e inteligencia hacer en uso de nuestros derechos ciudadanos reclamar con mesura e inteligencia a quien corresponda que cumpla su cometido para con los que emitimos el voto en su favor.
 
Por principio y sin dejar de entender ni por un momento la desesperación que nos ha provocado el gobierno nacional; los estatales y municipales, son sus directrices bastante alejadas del sentir y las necesidades de los gobernados, enfocados en cambio a hacer negocios con grandes compañías transnacionales que se llevan sustanciosa parte del presupuesto del país y por ende de los estados, demeritando de pasadita la gran e innegable capacidad de nuestros profesionistas, formados en las aulas universitarias y tecnológicos de México, nuestro país.
 

Hemos ido sorteando de sexenio en sexenio, ya hace varios, el desdén de nuestros gobernantes y su desmedida ambición. Estos señalamientos reales; nadie en su sano juicio puede negarlos. Y respondemos como un país dolorido, traicionado, ignorado; pasto de aves de paso y de rapiña. Abandonado a su suerte en todos sentidos.
 
Acumular dinero y propiedades a costa de cada día sumar más mexicanos a las filas del hambre, el desempleo y, de un tiempo a la fecha a la desolación y al terror cotidiano de salir o ver salir a algún miembro de la familia, y quedarse pensando en si regresará o no o en qué condiciones.
 
Sufrir el disgusto y las terribles consecuencias de que cualquier día llegue el proveedor de la familia y con el rostro dolorido nos diga que lo han despedido del trabajo. En fin, el recuento de los daños a las familias mexicanas; a los miles de jóvenes que no tienen ni vislumbran para dónde mirar en lo que a su futuro respecta mientras vemos el dispendio en la clase política que sólo nos da de tiempo atrás: desesperanza, salarios de hambre y de miedo... en fin a lo que quiero llegar es a expresarles que todo esto sólo equiparable a "las siete plagas de Egipto" nos ha llevado y no con poca razón a caer en la peor y menos efectiva defensa.
 

El insulto a nuestras autoridades, que nos guste o no, son los representantes de nuestra sociedad y de nuestro país, y la violencia sólo da más poder al poderoso y arrincona más al ciudadano.
 
Entiendo con toda claridad que a nosotros, los ciudadanos del día a día que salimos a ganar un salario para sobrevivir la esperanza se nos convierta en desesperación y sólo vemos un camino: la respuesta violenta, el insulto, etc, etc. En tanto aquellos a quienes va dirigido nuestro dolor en forma de coraje supremo, no los inmuta.
 
Y así vamos ahondando día con día la brecha de separación. Ellos, los que gobiernan se tornan cada día más sordos y ciegos ante nuestras necesidades y derechos ciudadanos y humanos. Nos dejan despotricar, insultar y así nos mantienen entretenidos.
 

Nos obnubilamos en y con el insulto y ya no volteamos ni vislumbramos salida. Y como asentó el Benemérito de las Américas; Benito Juárez García "el respeto al derecho ajeno es la paz". Que se traduciría como: A cada quién lo suyo; o parafraseando la frase de "Al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios" y recordamos que la voz del pueblo es la voz de Dios; si reiniciamos la buena y sana costumbre de respetar seremos respetados. Podremos hacer llegar nuestras voces a donde y a quien deben llegar. Cuando todos perdemos el respeto a las autoridades, caemos en la debacle y, obvio; llevamos las de perder.