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Columnas y artículos de opinión
A salto de mata
Un «buen fin»... excepcional
Gino Raúl De Gasperín Gasperín
23 de noviembre de 2017
alcalorpolitico.com
En un pacífico, ordenado y limpio pueblo, cuyo nombre Amealco, de origen náhuatl, significa ‘lugar de manantiales’, se organiza cada año, en este mes de noviembre, un singular Festival (y Concurso) Nacional de Muñecas Artesanales, que en esta ocasión llegó a su quinto aniversario. Estas muñecas (conocidas como «Marías») son objetos muy estimados y tradicionales para los pueblos indígenas. Una de las peculiaridades (y requisito fundamental) es que todas las muñecas son elaboradas a mano, utilizando los más diversos materiales: cerámica, madera, barro, cartón, papel maché, tule, fibras textiles y vegetales. Son admirables, entre otras, las originales muñecas elaboradas con fibra de nopal, más delgada que un cabello, y tejida con una paciencia y un arte extraordinarios: tan finas, sutiles y etéreas como si fueran sueños…
 
Amealco se encuentra a unos sesenta kilómetros de la capital de Querétaro. Es uno de los 18 municipios de ese estado, colinda con Michoacán y el Estado de México y cuenta con unos setenta mil habitantes, originalmente de la etnia otomí (ñhañhú). Fue fundado en 1538 debido a que los indígenas se asentaron allí huyendo de los conquistadores españoles. Y, aunque sea pequeño en población y extensión (apenas 600 kilómetros cuadrados de todo el municipio), cuenta con hoteles de gran calidad.
 
En el concurso de este año participaron 222 artesanos de 16 estados de la república, y el festival incluyó la instalación de más de 500 puestos (estands) con productos artesanales elaborados por los amealcenses y otros artistas, destacando, por supuesto, la extensísima producción de estas singulares y coloridas muñecas indígenas, que han dado la vuelta al mundo y son orgullo de sus pobladores. Precisamente, en Amealco existe un bien surtido y agradable museo con ejemplares que son auténticas obras de arte y que se puede visitar gratuitamente.
 

Las impresiones que el visitante tiene de este lugar, y particularmente de este festival, son muy variadas y favorables. En primer lugar destaca la perfecta organización y tranquilidad. Además de los más de 500 locales de los propios pobladores, sorprende la gran cantidad de establecimientos con artesanías originales de Oaxaca, con sus ingeniosa cerámica a base de barro negro y sus coloridos textiles con deshilados y bordados de fina confección en telares de cintura. Asimismo, trabajos de madera, particularmente juguetes, de Michoacán; la alfarería del Estado de México y Puebla; orfebrería, lapidaria, talabartería, una riquísima herbolaria, la elaboración de vinos frutales, dulces regionales de excelente calidad y otras muestras de cerca de 20 estados de la república. Además, en esta ocasión se encontraron originales trabajos de algunos países de Centroamérica.
 
Un espacio, también digno de mencionar por su impecable limpieza y orden, es el dedicado a la exposición y venta de comida regional. No un lugar de simples fritangas, garnachas y cervezas, sino un espacio dedicado a mostrar la diversidad y riqueza de la gastronomía regional. Todo en perfecta armonía y orden, limpio, higiénico, agradable, apetecible y económico. Muy diferente a lo que estamos acostumbrados a ver en algunas fiestas pueblerinas (y en otras no tan pueblerinas), donde impera el escándalo, el griterío, el desaseo y la aglomeración desordenada. En el centro del parque, frente al quiosco, se instaló un templete, con carpa y sillas, para la presentación de grupos musicales. Pero, lejos de la estridencia de los altavoces que suele darse en estos eventos en que parece que entre más volumen más calidad, aquí los grupos, rondallas, mariachis, orquestas y la local banda de viento que se presentaron lo hicieron de manera que se integrara la música a la festividad de manera natural, como parte y no como obstáculo para la convivencia.  
 
Entre otros eventos se contó con una nocturnal callejoneada por el centro histórico y el matinal recorrido en bicicleta por las callejuelas de la población. Y sobresalieron también otras actividades culturales, como obras de teatro, lectura y presentación de cuentos, talleres artesanales de bordado, muñecas y alfarería y el concurso infantil de dibujo llamado «La muñeca de Amealco». Los habitantes de este mágico pueblo calculan una derrama económica de al menos 15 millones de pesos y al menos unos 20 mil asistentes en los tres días que duró el festival.
 

Nos sorprendió un local atendido por un señor ya mayor y su esposa. Nos acercamos a ver la variedad de productos, todos elaborados con el café como ingrediente principal. Preguntamos de dónde provenía. «De Córdoba», nos contestó muy ufano. «Es café de Naranjal y es herencia de mi abuelo».
 
Otra agradable sorpresa fue no hallar un solo establecimiento con productos de plástico y, menos, chinos.  
 
Sin duda, un «buen fin» del todo excepcional: a un buen pueblo debe corresponder un mejor gobierno.
 

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