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Columnas y artículos de opinión
A salto de mata
Cuando fuimos huérfanos
Gino Raúl De Gasperín Gasperín
8 de febrero de 2018
alcalorpolitico.com
De principio, la novela Cuando fuimos huérfanos, del premio Nobel de literatura, Kazuo Ishiguro, da la impresión de ser una clásica novela de detectives. De hecho, el protagonista y narrador, Christopher Banks, lo es. Obsesionado desde su infancia por ser un detective y convencido de que tiene como misión luchar contra el mal en el mundo, logra realizar su sueño gracias al apoyo económico que recibe supuestamente de una tía.
 
Nacido en Shangai, a los nueve años, sin saber cabalmente por qué, se encuentra viajando a Londres en compañía de un ilustre personaje inglés, el coronel Chamberlain, luego de que sus padres han desaparecido misteriosamente y un tío, Philip, al que admiraba y había adoptado como tal, lo deja abandonado en un barrio de su tierra natal. Después de veinte años de vivir en la capital inglesa, es un renombrado detective y conocido en los medios políticos y sociales londinenses. Pero el misterio que envuelve la desaparición de su padre, empleado de una empresa inglesa instalada en Shangai, y el rapto que sufre a manos de su tío y que marca la separación definitiva de su madre, lo impulsan a retornar a Shangai, en 1953, tiempos de la invasión japonesa.
 
Durante su estancia en su tierra natal, va descubriendo una serie de datos que le revelan, en primer lugar, que las empresas inglesas instaladas en Shangai obtienen grandes utilidades mediante el ilegal tráfico de opio, y que existe una red de complicidades entre esas empresas, los caciques regionales (notablemente Wang Ku) con su red de distribuidores y los gobiernos en turno. Descubre también que su madre, aparentemente de acuerdo con el tío, había mantenido una lucha en contra de la idiotización que los traficantes de opio (marcadamente, las empresas inglesas) ocasionan en los consumidores de la droga para poder explotarlos y manejarlos a conveniencia y, por ello, se expone y padecerá graves consecuencias.
 

Christopher emprende la pesquisa y en el trascurso de ese avatar, se reencontrará herido a Akira, un gran amigo de su infancia, a quien abandona en manos de las autoridades chinas; asimismo, a una vieja amiga inglesa, Sarah Hemmings, quien le propone huir juntos de Shangai y a quien deja plantada al emprender la pesadilla de buscar, entre el fuego cruzado de chinos y japoneses, la casa donde supuestamente están secuestrados sus padres.
 
Finalmente, será el propio tío Philip, enigmático, mafioso y deshonesto personaje, quien le revelará la cruda verdad de todo este largo y penoso episodio que le ha marcado toda su vida, desde su idílica infancia hasta su triste encuentro con la dura realidad.
 
En el último capítulo, datado en Londres en 1958, cuando ya conoce (y nosotros con él) todos los entretelones de lo que sucedió con sus padres y retirado de su actividad detectivesca, Christopher reflexionará en la importancia de cumplir la misión que cada uno tiene en esta convulsionada tierra. Como se lo escribe Sarah, la mujer que abandonó: «Siempre tuviste el sentimiento íntimo de que tenías una misión que cumplir, y me atrevo a afirmar que jamás habrías podido ofrecer tu corazón a nadie ni a nada hasta que hubieras logrado llevarla a cabo» (p. 400), a lo que él responde: «nuestro destino es encarar el mundo como huérfanos, huérfanos que a lo largo de los años persiguen las sombras de sus desaparecidos padres» (p. 401).
 

El libro, finalmente, nos dejará una hermosa reflexión de Ishiguro sobre el valor de la nostalgia, agridulce fruto que la vida nos deja como bálsamo para enfrentar el presente: «Es importante. Muy importante. Nostálgico. Cuando estamos nostálgicos, recordamos. Cuando nos hacemos mayores descubrimos que había un mundo mejor que este. Recordamos y deseamos que aquel buen mundo vuelva» (p. 339).
 
La novela ha sido interpretada de varias maneras. Unos han visto un trasfondo edípico, pues el protagonista deja profesión, fama, prestigio profesional y social, amigos, incluso a la mujer que le ofrece una vida en común, por la búsqueda de sus padres y, más precisamente, de su madre. Otros la han interpretado como un juego, en el que Ishiguro distrae juguetona y pícaramente al lector con una historia detectivesca mientras le endilga un mensaje existencial sobre la orfandad del hombre y el sentido de la vida. Otros simplemente encuentran en las 400 páginas una novela superentretenida de policías, ladrones y un hábil detective que halla, finalmente, el desenlace de la trama.
 
En fin, “Cuando fuimos huérfanos” es la novela que cada quien quiera leer e interpretar de acuerdo con sus propias perspectivas.
 

(Kazuo Ishiguro, Cuando fuimos huérfanos, Anagrama, 401 págs.)
 
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