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Columnas y artículos de opinión
A salto de mata
Guerra a las mujeres
Gino Raúl De Gasperín Gasperín
22 de marzo de 2018
alcalorpolitico.com
Con ocasión del día dedicado a las mujeres, pudimos escuchar y ver decenas de mensajes de todos los colores en los que mujeres de diversas naciones del mundo expresaban sus variopintas demandas. Algunos de estos mensajes, expresados verbalmente o por medio de carteles, eran sumamente ingeniosos, imaginativos; otros más, de gran viveza intelectual y otros –por desgracia, muchos–, demandantes, profundamente dolorosos, tristes. Entre estos, destacaban los expresados por mujeres mexicanas: mujeres ancianas, adultas, jovencitas, muchachas, niñas que, con envidiable valentía, denunciaban los abusos de que son víctimas cotidianas.
 
Por otra parte, las alusiones a las mujeres y a sus derechos, expresadas por los oradores de siempre: plagadas de mentiras, de dolo, de engatusamiento, de fingida solidaridad, haciendo alusión a los grandes logros que, según ellos, han alcanzado. Y mencionan, por cierto, muy ufanos el derecho a votar, las cuotas de género en los cargos de elección y otras lindezas semejantes. Sin pensar un poquito en que esas menciones llevan implícitas, precisamente, la inequidad y la discriminación de que han sido objeto al hablar de que el presidente fulano les otorgó o les reconoció el derecho de votar o los gobernantes en turno, hombres en su inmensa mayoría, les conceden su cuota en esos cargos públicos.
 
Pero no solo es una soberana e hipócrita confesión de culpa estas alusiones a las conquistas femeninas, sino que ocultan tras negra cortina de smog la verdadera discriminación y sojuzgamiento que sufren las mujeres, especialmente en nuestro país. Y esto no nada más hace referencia a los casos extremos de feminicidio (‘Asesinato de una mujer por razón de su sexo’: define la Academia de la lengua. Y dice sexo, como debe ser, y no género, como eufemísticamente dicen los puritanos), que son una de las peores lacras que padecemos, sino a la constante persecución, acoso, menosprecio y abuso de que son objeto en su vida diaria, en hogares, negocios, fábricas, oficinas, escuelas, hospitales, etc.
 

En un libro de Alberto Merani leí que, hace algunos años, varios empresarios de un país sudamericano contrataron a un grupo de investigadores, de científicos: biólogos, genetistas, fisiólogos, etc., para que encontraran una forma de eliminar al que consideran un importante factor de baja productividad laboral de las mujeres: ¡la menstruación!
 
Es muy sabido que en muchos centros de trabajo: comercios, escuelas, hospitales, etc. (y siempre, bajo del agua), se les exige a las mujeres que solicitan un empleo un certificado de no embarazo… Claro, resulta muy molesto para el contratante que la mujer resulte, a los pocos días o meses, que tiene algunos derechos derivados de ese estado: las consultas al ginecólogo, las afectaciones que sufre su organismo por razón natural y, después, los días pre y post parto, y las horas de lactancia del bebé, etc., etc. Para estos empresarios o funcionarios, una mujer es muy poco productiva, pues, aparte de estas situaciones propias de la maternidad, es ella la que carga con responsabilidades que los hombres generalmente evaden: por ejemplo, si el hijo, la abuelita, la hermana, la madre, el esposo o cualquier otro familiar enferma, es la mujer la que tiene que pedir permiso, faltar a su trabajo, y esto, como no se le puede cargar al IMSS, al patrón o jefe le purga el hígado… O, por ejemplo, si el hijo salió temprano de la escuela, por la razón que sea, es ella la que tiene que poner cara para pedir pase de salida, ir a recoger al pequeño y luego encarar el problema de qué hacer con él, porque en el trabajo no le permiten tenerlo. Y, por estas razones, se les acosa, se les insulta, se les denigra, se les menosprecia, se les acorrala, se les echa en cara su digna maternidad y, finalmente, se les presiona hasta que las revientan. Y, más lamentable resulta que sean otras mujeres las que hagan esto, en clara muestra de su frustración personal o de su servilismo o de su sometimiento a la inhumana ley de la oferta y la demanda de la fuerza laboral.
 
¿Qué puede importarle a una mujer que es víctima de estas prácticas discriminatorias y abusivas que el INE esté exigiendo que los partidos políticos cumplan su mentada cuota de género y que los candidatos a los distintos cargos públicos se llenen la boca exaltando los derechos que les fueron concedidos por el gobernante en turno (hombre, desde luego)? Su realidad es inmensamente superior y distinta a estos pronunciamientos políticos.
 

Existe una grandísima distancia (e injusticia del mismo tamaño) entre los derechos que demagógicamente se les reconoce a las mujeres, por razón de ser mujeres, y la realidad que viven en su existencia ordinaria.
 
El camino es muy largo y árido pero, como decía un cartel de una muchacha en una manifestación: «Calladita, calladita no me veo más bonita». Por lo menos, denunciar…
 
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