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Columnas y artículos de opinión
A salto de mata
Cómo salen y a dónde van
Gino Raúl De Gasperín Gasperín
12 de abril de 2018
alcalorpolitico.com
A pesar de las repetidas peticiones que el presidente de la república de que se defienda la reforma educativa que él mismo califica con un logro, la realidad se va imponiendo cada día. Y esa realidad, triste y peligrosa, nos dice que esa reforma no ha pasado (y parece ser que no pasará) de ser un slogan más del gobierno feneciente.
 
Existen dos indicadores muy preocupantes. El primero se refiere a los datos gruesos del grave problema de los alumnos que abandonan la escuela y, específicamente, del grado que supuestamente debía culminar el ciclo de la educación obligatoria, es decir, el bachillerato.
 
En datos publicados por el columnista de El Universal Manuel Gil Antón, en el año 2015-2016 un millón de alumnos abandonaron el sistema educativo. De ellos, el 70% lo hicieron del ciclo de bachillerato (http://www.eluniversal.com.mx/articulo/manuel-gil-anton/nacion/donde-van, 06/04/18). El dato es escalofriante y quizá impacte más si lo consideramos como lo hace el columnista: cada segundo dos alumnos dicen adiós a la escuela mexicana. Sea por necesidad (la mayoría) o, simplemente, porque se ven incapaces de «enfrentar el ingreso a un proceso escolar irrelevante, aburrido o desastroso, desvinculado de sus intereses». Y digo más: desvinculado de las necesidades y requerimientos de un mundo que es cada día más exigente, más demandante, más restrictivo, más cerrado, más competitivo, más inhumano.
 

Y podemos ir más allá de lo cuantitativo. Desde hace años, los diversos sectores de la sociedad han denunciado que el sistema educativo nacional, incluyendo a la educación superior, sea de sesgo oficial o particular, dista mucho de estar capacitando a las generaciones que el país necesita. Esta afirmación es muy general, es cierto, pero cada quien la puede matizar según sus propias perspectivas o, mejor, de sus propias experiencias. Sin embargo, no es una simple apreciación subjetiva el señalar que hay grandes deficiencias en la formación profesional y personal de los jóvenes estudiantes. No es culpa de ellos o, al menos, no es culpa principalmente de ellos. Los diseños curriculares, las prácticas docentes, las estrategias de enseñanza-aprendizaje, los planes y programas de estudios, los medios de evaluación y promoción, los textos escolares, los recursos didácticos, etc., etc., están lejísimos de lo medianamente aceptable.
 
Solo como muestra mencionamos algunos ejemplos: primero: la falta de formación del pensamiento lógico, del razonamiento correcto, desde que a alguien se le ocurrió que la enseñanza de la lógica era irrelevante y la sustituyó por un programa anodino de Métodos de investigación, que no resultó ni una cosa ni otra. La lógica es la ciencia formadora de la rigurosidad del pensamiento. No por otra cosa su fundador, Aristóteles, la consideraba la puerta de entrada de todo conocimiento. Después de una incansable lucha de las agrupaciones de maestros de filosofía del país se logró restablecer, al menos, un semestre, que es absolutamente insuficiente. El resultado: egresados de bachillerato y, aun de las universidades, que razonan con lo poco que la naturaleza del pudo proporcionar: ni congruencia, ni sentido del orden en sus discursos, ni precisión en sus expresiones, ni relaciones lógicas entre ideas: vamos, un pensamiento prelógico, intuitivo, visceral. Y así ejercen de médicos, abogados, contadores, maestros… El psicólogo suizo Jean Piaget decía que la lógica es la ética del pensamiento.
 
Segundo: una nula preparación en el dominio del propio idioma. Con unos programas que, desde la primaria, solo son mosaicos incongruentes de contenidos parcializados, sueltos, desordenados, al azar: meros pegotes de conocimientos engarzados al ahí se va. El alumno no entiende ni aprende cómo se construye una oración, cómo es la estructura de una lengua, y luego, así quieren que aprendan, además, inglés o francés o cualquier otro idioma. Cuando el profesionista debe redactar un simple recado no sabe ni jota, y ya ni se diga si de artículos o de tesis se trata. Termina haciendo trampa, plagiando o, simplemente, pagando para que se lo resuelva quien sepa hacerlo.
 

Tercero: una ausencia de cultura general. Para nada aquellos médicos, abogados, etc., que eran asiduos lectores, ilustradas personas cuyos conocimientos iban mucho más allá de los propios de su especialidad. Su afán de saber les era inculcado en las aulas por maestros que les enseñaban (y con el ejemplo) que, precisamente, la cultura es el cultivo de la persona.
 
Y un último ejemplo: la ausencia de ética o, al menos, de cierto urbanismo, de alguna decencia en el comportamiento cuando se trata de ejercer un trabajo, de atender un paciente, de realizar un negocio o, simplemente, de relacionarse con los demás. Por eso nadamos en el proceloso mar de la corrupción. Y cito nuevamente a Piaget: la ética es la lógica de la conducta.
 
Esperaría que alguien me dijera que esta reforma educativa va a remediar al menos esto.
 

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