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Columnas y artículos de opinión
A salto de mata
Español o inglés
Gino Raúl De Gasperín Gasperín
7 de junio de 2018
alcalorpolitico.com
«La hija de Ana Inojosa evita hablar español en la escuela concertada a la que asiste en Brooklyn, Nueva York. “Dicen que es feo”, le cuenta la niña de seis años a su madre. Cuando un hispano habla en su idioma, sus compañeros le hacen sentir mal. “Ella me dice que la mayoría de los que fastidian son de origen mexicano. Yo creo que replican la discriminación que han sufrido sus padres”, supone Inojosa, de Venezuela, radicada desde hace dos años en el país norteamericano». Con esta entrada, la escritora Antonia Laborda, del diario El País, da cuenta de un hecho que se da cada día con más frecuencia en el país norteamericano: la discriminación por hablar español, o castellano.
«En un país donde se ven anuncios en español –añade–, donde los servicios públicos ofrecen atención por teléfono en los dos idiomas y en donde es común que te tome el pedido un hispanohablante, sería una falsedad decir que no hay facilidades para los 55 millones de hispanos que viven en Estados Unidos, el 17,5% de la población. Pero cada vez son más frecuentes los episodios del brote alérgico al español sumados a las grietas xenófobas que ha abierto la administración de Donald Trump» (https://elpais.com/internacional/2018/05/29/actualidad/1527608109_981506.html).
 
Dejando a un lado el aporte que este señor ha dado a las «grietas xenófobas» durante su administración, y que, con el beneplácito de quienes lo eligieron, seguirá proporcionando en un despliegue de su racismo, lo importante es que el multilingüismo se pueda entender como una razón para sentirse inferior. Trátese del idioma que se trate, cualquiera representa una riqueza. Así lo entienden, por ejemplo, los europeos. En Suiza, por ejemplo, país conformado por tres regiones: francesa, alemana e italiana, los alumnos aprenden los tres idiomas, y añaden el inglés por ser esta una lengua netamente comercial. En Italia, por poner otro ejemplo, los alumnos que quieren realizar estudios profesionales de mayor nivel tienen que estudiar latín en el bachillerato. Y es sabido que para aprender alemán, un requisito básico es también el conocimiento del latín, aunque haya quien lo llame lengua «muerta».
 
La lengua de Cervantes y de Rulfo, nuestro castellano, como sucede con el francés, el italiano, el portugués y otras más, es una lengua que, por su herencia grecolatina, posee una de las gramáticas más ricas y complejas. Comparada con la gramática del inglés, la del castellano posee mayor versatilidad y eso redunda en una mayor calidad expresiva, en la afinación más sutil, en la expresión más acertada, en la más cercana a la perfecta trasmisión de lo que realmente se quiere comunicar.

 
Una maestra de inglés, en una escuela, cuando conoció la conjugación completa de los verbos en castellano que los alumnos tenían que aprender, los recriminó afirmando que los tiempos verbales pretérito imperfecto (en sus dos formas) y el futuro imperfecto y sus correspondientes tiempos compuestos del modo subjuntivo simplemente no existen. Eso, les dijo, de comiera, comiese, comiere, y hubiera, hubiese o hubiere comido son anacronismos. Y como razón adujo: en inglés no existen (o no se usan) porque los norteamericanos no se la pasan dudando o soñando, sino actuando.
 
De eso no dudamos, pues su rudo realismo comercial no les da mucho tiempo para la ensoñación y los idealismos que resultan de ella. El pragmatismo los mantiene asidos y esa es su forma de ver el mundo con todo lo que contiene, incluida la humanidad.
 
Los hispanoparlantes tienen otra manera de pensar y de ver las cosas. Y mucho de esto se debe al lenguaje con que se comunican, pues, como dijo aquel sabio: la riqueza de tu lenguaje es la riqueza de tu pensamiento. Lo lamentable es que, como cita la articulista, sean los propios mexicanos los que repliquen «la discriminación que han sufrido sus padres». Y quizá ni siquiera hace falta que los padres hayan sufrido segregación por razón del idioma, sino que un fangoso complejo de inferioridad y el lamentable desconocimiento de la riqueza de la lengua hispana hacen que se prefieran las expresiones en inglés, secas y duras, a las multicolores de su lengua natal.

 
Volvemos al estribillo: mientras sean los propios papás y los maestros quienes no conozcan y no hagan conocer a sus hijos y escolapios que el multilingüismo es enriquecedor, pero que el castellano contiene una versatilidad tan singular que permite una precisión y riqueza expresiva como pocos idiomas, seguirán existiendo estas manifestaciones de racismo y de complejos ancestrales.
 
La cultura se conserva o se pierde por el idioma que se habla. Díganlo si no los pueblos colonizados. Y aprovechamos para recordar aquellas palabras que Enrique Serna (El seductor de la patria, 366) pone en boca de Antonio López de Santa Anna, cuando la derrota frente a los norteamericanos en Cerro Gordo: «Como todos los pueblos con vocación de colonia, serviremos de rodillas a nuestros nuevos señores, inclinada la cerviz, y corrompida el alma, sin conservar siquiera la dignidad de los pueblos indios. Hasta nuestra lengua será una marca de vilipendio, que las generaciones futuras ocultarán con vergüenza».
 
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