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Columnas y artículos de opinión
A salto de mata
En la corte imperial
Gino Raúl De Gasperín Gasperín
21 de junio de 2018
alcalorpolitico.com
El doctor Lemuel Gulliver es, según confiesa, un médico inglés que, por cosas del destino, ha llegado a una tierra desconocida. El reporte que se tiene de él en el departamento de migración no da más señales. Solo se informa que parece ser un espía o un simple emigrante indocumentado y que es necesario mantenerlo, si no incomunicado, al menos maniatado hasta indagar su origen certificado y su destino cierto.
 
Como ha pasado el tiempo y no se ha podido averiguar más de él y los comunicólogos han corrido los rumores más descabellados, el gobernante de ese lugar a donde ha arribado el doctor Lemuel, por cierto, un emperador, decide acudir personalmente a visitarlo y tratar de resolver el enigma.
 
Fuertemente custodiado, el emperador lo interroga, pero hablan lenguajes tan distintos que el mismo doctor posteriormente confesará: «Su majestad imperial me hablaba con frecuencia y yo le respondía, pero ni uno ni otro entendíamos palabra… Como estaban presentes algunos sacerdotes y letrados, yo les hablé en todos los idiomas de que tenía algún conocimiento, tales como alto y bajo alemán, latín, francés, italiano y lengua franca; pero de nada sirvió».
 

El emigrante permaneció confinado hasta que los custodios le informaron a su majestad que el susodicho no parecía agresivo ni espía ni nada, sino un simple mortal descarriado del rumbo de la vida y que, por lo tanto, podía ser considerado inofensivo. Aunque el gobernante no se confió inmediatamente, con el paso del tiempo y luego de encargar a sus doctos empleados de la secretaría de educación que le enseñaran el idioma nativo y que ellos trataran de aprender inglés, para estar a la altura de estos tiempos, un buen día aceptó traer al viajero a su palacio. Era aniversario de la independencia del país y había varios eventos que deseaba presenciara el visitante.
 
Uno de los actos era un espectáculo bastante rústico: el baile de la cuerda. Este consistía en subir sobre una cuerda bastante floja y brincar y hacer cabriolas evitando caer estrepitosamente y llegar a romperse la crisma. El doctor contempló el sencillo espectáculo con paciencia, hasta que uno de sus intérpretes le explicó que el asunto no era nada simple. Los competidores no eran unos cualesquiera: eran aspirantes a los cargos que habían quedado vacantes en el gabinete presidencial, por fallecimiento o porque el titular se había postulado para otro cargo o había sido cesado y a veces hasta encarcelado por ladrón –estas últimas dos razones, más frecuentes de lo que se pudiera pensar y desear–. Los puestos vacantes se van anunciando y los aspirantes se enfilan para subir a la cuerda y hacer sus malabarismos. Quien salta más alto y hace las mejores machincuepas sin caerse se queda con el empleo. El doctor contaría, años después, que, para hacer más emocionante el juego, «muy frecuentemente se manda a los ministros principales que muestren su habilidad y convenzan al emperador de que no han perdido sus facultades. El tesorero es fama que hace una cabriola en la cuerda tirante por lo menos una pulgada más alta que cualquier señor del imperio. Yo lo he visto dar el salto mortal varias veces seguidas sobre un plato trinchero, sujeto a la cuerda, no más gorda que un bramante usual de mi Inglaterra…. Pero el peligro es mucho mayor cuando se ordena a los ministros que muestren su destreza, pues en la pugna por excederse a sí mismos y exceder a sus compañeros, llevan su esfuerzo a tal punto que apenas existe uno que no haya tenido una caída, y varios han tenido dos o tres».
 
Después viene otro entretenimiento, con otro propósito: recibir un reconocimiento por su buen desempeño en la corte y su fidelidad al gobernante. En el evento, para demostrar su cercanía con el pueblo, participa el mismísimo emperador. Los reconocimientos son no por simples menos valorados y disputados: tres listoncitos de seda: azul, rojo y verde.
 

Según el relato del doctor, «el emperador sostiene en sus manos una varilla por los extremos, en posición horizontal, mientras los candidatos, que se destacan uno a uno, a veces saltan por encima de la varilla y a veces se arrastran serpenteando por debajo de ella hacia adelante y hacia atrás repetidas veces, según que la varilla avanza o retrocede. Aquel que ejecuta su trabajo con más agilidad y resiste más saltando o arrastrándose es recompensado con la seda azul; la roja se da al siguiente y la verde al tercero… Se ven muy pocas personas de importancia en la corte que no vayan adornadas con un ceñidor de esta índole».
 
No se sabe en donde queda este singular país a donde llegó por ventura o desventura el doctor Lemuel Guilliver, pero, por los datos, no puede estar muy lejos de estos rumbos.
 
Le agradecemos a Jonathan Swift tan ilustrativo testimonio…
 

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