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Columnas y artículos de opinión
Y al despertar: el dinosaurio ya no estaba ahí
Helí Herrera Hernández
9 de julio de 2018
alcalorpolitico.com
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Titear: HELIHERRERA.es
 
Es más viejo que yo. Cuando nací en 1958 ya existía, cumplía 28 años de edad y cuando perdía: arrebataba.
 
Y como no. Tenia las herramientas para elaborar toda la documentación que se requería para las elecciones. Era una maquinaria para falsificar votos, actas de escrutinio, para revivir muertos y desaparecer sufragios distintos a los candidatos que postulaba. Eran los tiempos del carrusel, del embarazo de urnas en los palacios municipales. Eran los tiempos del Partido Revolucionario Institucional y sus desvergonzados dirigentes, sin excluir al Presidente de la República, a los Gobernadores, a los Presidentes Municipales y a los caciques regionales que con horca y cuchillo imponían a quien se les daba gana en todos los cargos de elección popular.

 
Los fraudes electorales eran el pan de cada elección, ejecutados sin vergüenza alguna por los que se decían imparciales y demócratas. Los que luchábamos en aquella época tanto en el PAN como en el PPS éramos auténticos hombres y mujeres soñadores que anochecíamos con el triunfo en algún municipio por márgenes inalcanzables, y nos amanecíamos con la novedad de que habíamos perdido, y ni para quejarnos con las autoridades electorales, que eran los propios secretarios de gobierno en cada una de las entidades federativas.
 
Allí surgiría, creo yo, la frase de los perdedores oficiales de que al despertar, el dinosaurio seguía ahí, vivito y coleando, burlándose de sus adversarios con votaciones ficticias, buscando chocarlos de las tareas políticas y electorales, y así quedarse ellos, como una dictadura de partido, solos, en la arena electoral.
 
Ese era el PRI, el que la madrugada del lunes no había ganado un solo estado en el país, que no había ganado ninguna de las ocho gubernaturas en juego, que se había desmoronado de norte a sur y de este a oeste, que había quedado en gran parte del territorio nacional hasta el tercer y cuarto lugar en varias regiones; que se achiquitaba en la cámara de diputados y en la cámara de senadores, que entregaba las grandes ciudades a morena (CDMX), Guadalajara y su zona metropolitana a Movimiento Ciudadano, Monterrey al PAN.

 
Se borró del mapa al Partido Revolucionario Institucional, aquel que décadas atrás soñábamos con vencer por la vía electoral, pero otras ya por la vía violenta por lo tramposos que eran. Ese PRI que amaneció el primero de julio como la primera fuerza a nivel nacional, y 24 horas después los compatriotas andaban comprando lupas para encontrarlo.
 
El dinosaurio ya no estaba ahí, habían solo parches de lo que había sido, y los pocos priistas que quedan (la inmensa mayoría se fueron a Morena), en esta misma semana están peleando por ellos, en algo que podría titular: la batalla por los despojos.
 
Culpan a Peña, pero no al divorcio que por décadas fueron ejecutando con el pueblo de México. Culpan a los que se fueron con Andrés Manuel a refundarlo allá, pero se negaron hacerlo mientras habitaban en su instituto político. Exigen cabezas de dirigentes como si la decapitación fuera alternativa, ante su desprestigio total reflejado en las urnas.

 
¿Qué hacer con ese PRI, se preguntan? y se escuchan voces para transformarlo en otro partido, en lugar de limpiarlo de todos los corruptos que allí cohabitan como Carlos Romero Deschamps. Desaparecerlo plantean otros, en lugar de pelear desde el senado y la cámara de diputados por revertir todas las reformas que hicieron, y que fueron el inicio de su sepultura. Y muchos más discuten, incluso, amalgamarse con el partido verde para poder sobrevivir, porque sus resultados electorales les restaron a sus prerrogativas decenas de miles de millones de pesos y ellos, esos priistas de abolengo, sólo estaban acostumbrados a trabajar por su partido con las alforjas llenas, pero nunca vacías, y mucho menos por principios.
 
No será fácil porque todavía hoy, muchos de ellos siguen abandonando el buque, del que acumularon capitales la inmensa mayoría de sus dirigentes.
 
Lo que era imposible siquiera imaginar hace décadas, hoy es ya una realidad. El PRI se encuentra en la antesala del quirófano para una cirugía mayor, extremadamente peligrosa: o se mejora, o fenece. Quizás por eso los más oportunistas se acomodaron ya en Morena, iniciando con ello la cuarta transformación de México, que tanto pregona AMLO.