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Columnas y artículos de opinión
A salto de mata
Cardenalato inesperado
Gino Raúl De Gasperín Gasperín
7 de agosto de 2018
alcalorpolitico.com
Después del propio arzobispo emérito de Xalapa, Sergio Obeso Rivera, sin duda muchos se sorprendieron por el nombramiento que le hizo el papa Francisco como cardenal de la iglesia católica.
 
El propio ahora cardenal expresó su admiración y sus palabras fueron más o menos estas: «No lo esperaba. Ya tengo 86 años y estoy físicamente limitado. Recibí la noticia con mucha sorpresa y con mucho miedo». Como queriendo decir: ¿Cómo, a estas alturas? Yo ya no estoy para eso. Sin embargo, estas palabras que denotan su gran sentido de honestidad, sinceridad y humildad no impidieron que inmediatamente aceptara la responsabilidad, pues uno de los votos que hizo cuando fue ordenado sacerdote fue precisamente el de obediencia.
 
Este voto lo ha llevado toda su vida. Desde su nombramiento como rector del Seminario de Xalapa, cargo nada envidiable en una época (y creo que siempre) en que gobernaba la iglesia veracruzana Emilio Abascal Salmerón, un obispo traído de Puebla, con una mentalidad ultraconsevadora, en pleno auge posconciliar. Batallar (hay que decirlo así) con una institución que se bamboleaba por los vientos encontrados que soplaban desde los polos opuestos y que no encontraba la forma más conveniente de formar a los futuros clérigos, y con un jefe que se inclinaba hacia el conservadurismo y recelaba de los profundos cambios que había impulsado el Concilio Vaticano II. Sergio Obeso asumió el cargo, sin dejar nunca su actividad pastoral y sus cátedras sobrias, ordenadas, claras, precisas, con la lógica que no solo enseñaba en el aula, sino que practicaba con la mira puesta siempre en la búsqueda de la verdad.
 

En 1971, al ser nombrado obispo de Papantla con sede en Teziutlán (Teziutlán, Veracruz, como gustaban decir sus habitantes) y posteriormente obispo coadjutor con derecho a sucesión del mismo Emilio Abascal, se enfrentó a otro reto de mayor calado. Ahí hizo cátedra de otras virtudes que siempre lo han caracterizado: su humildad y prudencia. Ser el segundo de a bordo de un capitán como Emilio Abascal debió de ser otro de sus grandes retos, que cumplió con entereza. Nunca emitió una crítica o la expresión de una desavenencia, no obstante los criterios tan disímiles que ambos tenían. Y en 1979, cuando Emilio Abascal murió, asumió la responsabilidad de arzobispo metropolitano, con autoridad moral (que no de otro tipo) sobre todo el estado de Veracruz. Una de sus primeras decisiones fue no vivir en la casona ubicada en Clavijero y Revolución, en el mero centro de Xalapa, a una cuadra de catedral, edificio que destinó a oficinas de la curia. Y su trabajo pastoral fue de tal dimensión que no hay parroquia en este estado que no lo haya recibido siempre con beneplácito por su autoridad reservada, prudente, aunque siempre firme y clara.
 
La elección (82-85) y las reelecciones (85-88 y 95-97) en el cargo de Presidente del Episcopado Mexicano jamás debilitaron sus cimientos: se mantuvo en su actitud firme, clara, prudente, insobornable. Jamás alguien poderoso, en el ámbito político o económico, lo hizo dudar, inclinarse peligrosamente ante el elogio, la adulación, el intento de chantaje o el soborno. Su viaje a las misiones mexicanas en Asia fue un ejemplo de trabajo pastoral. No fue a pasear ni a «aprender chino», sino a apoyar a quienes en aquellos territorios profesan la fe católica No obstante, incluso, de tener familiares inmiscuidos en los riesgosos y nada limpios ámbitos político y empresarial, no lo tentó la fama ni el poder del dinero ni la ambición. Ni siquiera el afán de aceptar un auto lujoso, aunque en lo personal fueran de su agrado las producciones de la industria automotriz. Si abandonó su sencillo “vocho” fue por la más estricta necesidad.
 
Ahora, siendo ya arzobispo emérito (desde 2007), manteniendo su nombramiento pero ajeno al ejercicio directo de esa responsabilidad, el papa Francisco lo nombra cardenal, eso que antiguamente se denominaba «príncipe de la iglesia», con la imposición del capelo respectivo y con una nueva responsabilidad.
 

Uno se puede preguntar, como él mismo lo hizo al conocer su nombramiento, qué razones tendría el papa para esa denominación.
 
No podemos saberlo desde fuera, y menos desde tan lejos, pero lo que parece ser una verdad es que la iglesia veracruzana, aun con su más de media docena de obispos, necesitaba a una persona como don Sergio Obeso. La necesitaba porque el rumbo no estaba bien claro y definido. Porque muchas veces se ha actuado con desacato o franca oposición a la esencia de la misión de una iglesia fundada por un hombre ajeno al poder, comprometido con los pobres y marginados, y que nunca tuvo «ni donde reposar la cabeza». Porque las sirenas del dinero del poderoso y del halago del político han mermado la credibilidad en quienes rigen una institución que no puede (no debe) ceder a esas tentaciones. Porque, a veces, el afán de prestigio, de gloria personal, de relaciones provechosas, de lucir el báculo de oro, de desfilar y saludar y tomarse fotos como líder sindical por los pasillos de la catedral o medio saludar con las ventanillas cerradas desde el automóvil blindado y hacer componendas con el poder, han ensombrecido las conciencias y hecho a un lado las responsabilidades del testimonio personal.
 
La iglesia jarocha necesitaba, otra vez, de la voz prudente e insobornable y de la entereza de un hombre que ha sido fiel testigo de sus creencias. Por eso «regresa» el ahora cardenal Sergio Obeso, cuya mejor prédica es su testimonio personal.
 

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